El abuso de poder

Cuando un superior en la jerarquía aplasta con su poder a sus subordinados la agresión es más evidente. Con mucha frecuencia, un “jefecillo” se revaloriza de esta manera. Para compensar la fragilidad de su identidad, necesita dominar, y lo hace tanto más fácilmente cuanto que sus subordinados, temiendo el despido, no tienen otra elección que la de padecer su dominio. La pretendida buena marcha de la empresa lo justifica todo: una ampliación de la jornada laboral que no se puede negociar, una sobrecarga de trabajo urgente, o exigencias incoherentes.

Sin embargo, presionar a los subordinados de una forma sistemática es un estilo de dirección ineficaz y poco rentable, puesto que la sobrecarga de tensión puede generar errores profesionales y traer consigo bajas por enfermedad. Una mano de obra feliz es más productiva. No obstante, tanto el directivo intermedio como la dirección mantienen la ilusión de que así obtienen una rentabilidad máxima.

En principio el abuso de poder no afecta a un solo individuo. Consiste únicamente en aplastar a todo aquel que sea más débil que uno mismo. En las empresas, se puede transmitir en cascada, desde la más alta jerarquía hasta el directivo intermedio.

El abuso de poder por parte de los jefes ha existido siempre, pero, actualmente, aparece a menudo disfrazado de otra cosa. Los directivos hablan a sus asalariados de autonomía y de espíritu de iniciativa, pero no por ello dejan de exigir su sometimiento y su obediencia. Los asalariados se marchan porque las amenazas al respecto de la supervivencia de la empresa, la perspectiva de los despidos y el recuerdo incesante de su responsabilidad y, por lo tanto, de su eventual culpabilidad les obsesionan.

Marie-France Hirigoyen, “El Acoso Moral”, ed. Paidós.

 

Cómo impedir que una víctima reaccione

El miedo al desempleo no explica por sí solo el sometimiento de las víctimas del acoso. Los patrones y los directivos intermedios que agreden pretenden alcanzar una cierta omnipotencia y utilizan, conscientemente o no, unos procederes perversos que atan psicológicamente a las víctimas y que les impiden reaccionar. Estos mismos procederes, que son similares a una trampa, se utilizaron, por lo demás, en los campos de concentración y siguen siendo de rigor en los regímenes totalitarios.

Para mantener el poder y controlar al otro, se utilizan maniobras anodinas que cada vez se vuelven más violentas, siempre y cuando el empleado las resista. Inicialmente, se procura desbaratar su sentido crítico hasta que no sepa ya quien tiene razón y quién no. Se le somete al estrés, se le riñe, se le vigila, se le cronometra para que esté continuamente en vilo y, sobre todo, no se le cuenta nada que pudiera permitirle comprender lo que ocurre. El asalariado es acorralado. Tolera cada vez más cosas, pero no llega nunca a decir que la situación es insoportable. Sean cuales fueren el punto de partida y los agresores, el proceder es siempre el mismo: el problema no se nombra, pero alguien actúa de forma solapada para eliminar a una persona en lugar de buscar una solución. El grupo amplifica este proceso, pues el perverso lo utiliza como testimonio o incluso como activo participante en el fenómeno.

El acoso en la empresa atraviesa luego distintas etapas que comparten un punto en común: la negación de la comunicación.                                                                                          ...

Marie-France Hirigoyen, “El Acoso Moral”, ed. Paidós.