HICULI HUALULA
     


- El "TIO", fue el ... El "tío" - declaró la mujeruca entre gemidos, cuando sus ojos vidriosos miraban el rostro del cadáver de un hombre joven y membrudo. Frente a ella, solemne y áspero, el patriarca de Tezompan escuchaba.
La mujer, presa de locuacidad histérica, no paraba la lengua.
"Anoche llegó borracho... decía cosas horribles; entonces dudo más de tres veces del "tío". Por fin, ahogado en mezcal, acabo por dormirse. Esta mañana amaneció tieso... Fue que lo provocó, sí, dudó más de tres veces del poder del "tío", ese del que sólo usted, por ser el más viejo y el más sabio, puede pronunciar su nombre."

El patriarca se mantuvo unos momentos silencioso, la mujer lo miraba expectante. Luego, silabeando claramente, dijo la palabra vedada a todos los labios excepto a los de él:

"Hículi Hualula cuando se le provoca es perverso, vengativo, malo; en cambio..."

El viejo cortó la oración apenas inciada, quizás porque recordó que yo estaba presente, yo, un extraño que desde hacía una semana venía atosigando con mis impertinencias de etnólogo a la arisca población huichola de Tezompan... Mas ya era tarde, el extraño término había quedado escrito en mi libreta; ahí estaba: "Hículi Hualula", insólita voz que sólo estaba permitido pronunciar al más viejo y más sapiente.

El patriarca tuvo para mí una mirada recelosa, comprendió que había cometido una grave indiscreción y trató de remediar en alguna forma su ligereza, siempre que con ello no quebrantara las leyes inmutables de la hospitalidad. Entonces el anciano dijo a la mujer breves palabras en su lengua indígena. Ella se volvió hacia mí y, sin dejar de verme con sus ojos pequeños y enrojecidos, dio suelta a una perorata en huichol, ese idioma rígido, de sonoridades exóticas y que yo apenas si conocía a través de las eruditas disquisiciones de los filólogos... Cuando acabó su exposición, la reciente viuda, anegada en lágrimas, se echó sobre el pecho del difunto y tuvo sacudimientos y sollozos conmovedores.

El anciano patriarca pasó tiernamente su mano sobre la cabeza de la mujer; después vino hasta mí, para decirme lleno de cortesía:

"Bueno es que la dejemos sin más compañía que su pena."

Me tomo por un brazo y con ademán considerado guióme hasta la puerta del jacal; pero ahí me detuve decidido, no podía abandonar el sitio sin ahondar en el enigma de la palabra que, escrita en la libreta de apuntes, demandaba mi atención profesional imperativamente.

-¿Qué es el Hículi Hualula? - pregunté sorpresiva y secamente.

El viejo soltó mi brazo, dio un paso atrás, su mirada tornosé chispeante y en sus labios se dibujó una mueca desagradable:

-Por su salud, señor, no lo repita. El nombre del "tío" sólo yo puedo pronunciarlo sin incurrir en su enojo.

-Necesito saber quién es él, cuáles son sus poderes, sus atributos.

El hombre no habló más, se mantuvo inconmovible, con los ojos vagos, sumidos, tal si miraran hacia adentro, igual que las patéticas deidades ancestrales...

En vano insistir; El hombre se había cerrado en un mutismo cáustico, pero de tal manera angustioso, que decidí abandonar ese camino de indagación, más por piedad, que por temores. Sin embargo, me creí desde ese instante mayormente obligado a penetrar hasta el fondo del enigma.
Entendía entonces que la sola clarificación del misterio que aprisionaba el terminajo significaría el éxito completo de mi empresa y que ignorarlo, en cambio, representaría nada menos que el fracaso.
Lo anterior explicará muy bien la obsesión de que fui víctima durante varios días. Con la seguridad de que una investigación directa carecería de eficacia y acaso traería efectos adversos, decidí circundar la incógnita con una serie de pesquisas discretas, cuyos cabos, atados prudentemente, podrían otorgarme resultados más satisfactorios...
Pero una mañana en que el rigor calenturiento de las tercianas me había tundido más fieramente que de ordinario, mi templanza saltó echa añicos y volví a volví a lanzarme por el sendero de la irreflexión: doña Lucia, la mestiza, preparaba en mi obsequio una tisana de quina; cerca de ella, en los fogones domésticos, tres o cuatro mujeres huicholas se hallaban entregadas a la pulverización del maíz tostado para el "pinole". Cuando dona Lucia, gorda y bonachona, me alargaba el jarro con el amargo compuesto, vino a mis labios, incontenible y bruscamente, la cuestión:

-Doña Lucía, ¿sabe usted qué o quién es el Hículi Hualula?

La mujer hizo un gesto de espanto, llevóse el índice a los labios y, sin alcanzar resuello, volvió a mirar a las indias, quienes tapándose los oídos y armando atroz aspaviento salían del jacal horrorizadas.
La mestiza, dando muestras de gran inquietud, tomó entre sus manos regordetas mi diestra y luego, con acento mejor de conmiseración que de reproche, me dijo:

-Por favor, señor, no diga nunca esa palabra... Ahora me ha causado usted un gran perjuicio, mis criadas se han ido y no regresarán a esta casa donde se ha pronunciado el nombre del "tío" indebidamente, hasta que la luna nueva deshaga con su luz el hechizo.

-Usted lo sabe, doña Lucía, dígame quién es, qué es, en donde está...

La mujer, sin agregar una palabra, me dio la espalda; luego se echó sobre un metate para arremeter la labor que las huicholas dejaron inconclusa.
Esa misma tarde tuve que ir hasta una sementera para recoger la letra en huichol de una balada agrícola. El campesino que iba a pronunciarme la canción me esperaba recargado contra un lienzo de alambre espigado que protegía la labor; era la suya una "milpa" hermosa, altas, gruesas y verdinegras matas de maíz se estremecían al paso del aire templado; el hombre se sentía orgulloso y su buen humor era patente. Se trataba de un indio pequeño y seco como cañuto de otate; hablaba poco, pero sonreía mucho, dijérase que no desperdiciaba una oportunidad para lucir su magnífica dentadura.

-Bonita "milpa" Catarino -dije por saludo.

-Sí, bonita -contestó.

-¿Abonaste el terreno?

-No lo necesitaba, es bueno de por sí... Y con la ayuda de Dios y del "tío", pues las "milpas" crecen, florean y dan mucho maicito -dijo en tono simple, como se dicen los refranes, las sentencias más vulgares o las plegarias.

Yo sentí correr por mi cuerpo un cosquilleo y a punto estuve de caer nuevamente en necedad.

-¿El "tío" dijiste? -pregunte con exagerada indiferencia-. ¿Ese del que no se debe pronunciar el nombre?

-Sí -repuso sencillamente Catarino-. El "tío", que es bueno con quien lo respeta.

Había en la cara del huichol tal serenidad y en sus palabras tanta y tanta confianza y fe, que se me antojo perversidad aun el solo intento de arrancarle el secreto.
De todos modos, en aquella tardecita avancé un poco en ele esclarecimiento del misterio: el "tío" era bueno cuando otorgaba la vida; pero el "tío" era malo cuando causaba la muerte.
Poco tiempo tardé en apuntar las palabras de la "canción de la siembra", agradecí a Catarino sus atenciones y emprendí el regreso a Tezompan.
En el camino alcancé a Mateo San Juan, el maestro rural; era un buen chico, huichol de pura raza. A las primeras palabras cruzadas con él, se descubría su inteligencia; pronto también se percataba uno del anhelo del joven por mejorar la condición económica y cultural de los suyos. Mateo tenía especial interés en informar a los extraños que había vivido y estudiado en México, en la Casa del Estudiante Indígena allá en la época de Calles.
Mateo San Juan era accesible y comunicativo. Esa tarde paseaba, pues había terminado a buena hora sus labores docentes. En sus manos jugueteaba una hermosa chirimoya. Cuando me vio partió entre sus dedos el fruto y obsequioso me brindo una mitad. Seguimos juntos saboreando el dulzor de la chirimoya, y el no menos grato de la buena compañía.
Sin embargo, yo no era leal con Mateo San Juan, mis palabras todas tendían a llevar la conversación hacia el punto de mi conveniencia, hacia el sitio de mis intereses. No fue una empresa difícil que digamos abordar el tema; el mismo Mateo dio pie para ello, cuando habló de las muchas dificultades que al extraño se le ofrecen antes de penetrar en la realidad del indio: "Nos es más fácil a nosotros comprender el mundo de ustedes, que a los hombres de la ciudad conocer el sencillo cerebro de nosotros" - dijo Mateo San Juan un poquito engreído con su frase.

-¿Qué es el Hículi Hualula? -pregunté decidido.

Mateo San Juan me miró serenamente y hasta advertí en sus labios un leve repliegue de ironía.

-no es raro que el "misterio" haya cautivado a usted: igual ocurre a todos los forasteros que averiguan su existencia... Yo le aconsejaría ser muy discreto al tratar este asunto, si no quiere encontrarse con resultados desagradables.

-Así sospecho, pero yo no descansaré hasta conocer el fondo de esa preocupación... Usted sería un informante ideal, Mateo San Juan -dije un poco turbado ante la actitud del maestro.

-No espere usted de mí ninguna luz en torno del "tío"... ¡Que pase usted buena tarde, señor investigador! -Y diciendo eso, aceleró su paso hasta tomar un veloz trotecillo.

-Eh, Mateo, espere -grité repetidas veces, mas el maestro rural no detuvo su marcha y acabó por perderse de vista en un recodo del camino.

Llegó el sábado y con él mi única esperanza; estaba en Tezompan el cura de Colotlán, quien semana a semana hacía visita a la jurisdicción de su parroquia. Cuando el anciano sacerdote se apeó de su mulo tordillo y antes de que se despojara de su guardapolvo de holanda, ya estaba yo en su presencia, suplicándole que me escuchara breves momentos. El clérigo amablemente se puso a mis órdenes.

- Sólo –dije – que necesito hablarle en extrema reserva.

 -Bien – repuso el cura -, en la sacristía estaremos solos el tiempo que sea necesario.
Y ahí, en aquel silencioso ambiente, el cura me dijo todo lo que había podido indagar en torno del "tío".

-En verdad –dijo -, esa cuestión logró interesarme hace tiempo, mas el hermetismo de esta gente nunca me permitió adentrar todo lo que hubiera deseado en la misteriosa preocupación: "tío" le dicen, porque lo suponen hermano de "tata Dios" y es para ellos tan poderoso que el pueblo entero puede dormir tranquilo si se sabe bajo su protección... Pero el "tío" es cruel y vengativo, con su vida pagará quien lo injurie o pronuncie su nombre...

Esto último queda reservado tan sólo al más viejo de la comunidad. Bajo el amparo del "tío", los huicholes viajan confiados, pues creen que contando con sus influencias, las serpientes se apartarán del camino, los rayos descargarán a distancia y todos los enemigos quedarán maniatados. No hay enfermedad que resista al "tío" y sólo mueren los hombres que no se encuentran en gracia de él... Lamento, amigo mío –concluyo el clérigo-, no poder darle mayores datos, pues ahora mis esfuerzos se cifran, mejor que en conocer detalles de la diabólica creencia, en arrancarla de los corazones de esos infelices...

"Y bien me dije cuando a solas hice balance de las informaciones proporcionadas por el cura-, lo poco que sé del "tío" apenas si es un aguijón para meterme en el misterio y hacer de él algo preciso y claro..." Pero comprobé que el tiempo destinado a la investigación de los huicholes terminaba; dentro de dos días debería estar con los coras y por ello abandonar, quizás para siempre, el esclarecimiento de la incógnita.

Tímidos golpes a la puerta suspendieron mi soliloquio. Sin esperar la venia, Mateo San Juan penetró en el jacal que me servía de habitación y laboratorio. El profesor rural tenía entonces un gesto cómicamente enigmático; venía envuelto hasta la barbilla en una frazada solferina y el ala de su sombrero de palma caíale sobre los ojos; saludó con voz un poco trémula. Aquella actitud me hizo presentir que algo importante se avecinaba. Mateo permaneció en pie, no obstante la invitación afectuosa que le hice para que tomara asiento en uno de los bancos rústicos que amueblaban mi choza.

-He pensado mucho lo que vengo a hacer; he calculado el paso que voy a dar, porque no quiero ser egoísta. el mundo entero, y no solo los huicholes, debe disfrutar de las mercedes del "tío", gozar de sus efectos y apreciarlo en todas sus bondades...

-¿Entonces, está usted dispuesto a...?

-Sí, a pesar de que con mi revelación pongo en peligro el pellejo.

-No creo, Mateo San Juan que todo un maestro rural sienta pavor supersticioso, tal y como lo experimentan el común de los indígenas.

-Del "tío" no tengo temores, sino de sus "sobrinos". Pero, repito, no quiero ser ruin; la humanidad debe ser favorecida con las virtudes del "tío"...

-Sea más explícito, por favor, basta ya de preámbulos.

-cuando la ciencia –continuó Mateo sin alterarse- ponga a su servicio al "tío", entonces todos los hombres habrán alcanzado, como nosotros los huicholes, la alegría de vivir; acabarán con los dolores físicos, terminará su cansancio, se exaltarán saludablemente las pasiones, al tiempo que un sueño luminoso los llevará hasta el paraíso; calmarán su sed sin beber y su hambre sin comer; sus fuerzas renacerán todos los días y no habrá empresa difícil para ellos... Sé que la ciencia del microscopio, de la química con todas sus reacciones, lograrían prodigios el día en que su pusieran al alcance de todos las virtudes del "tío"... Del "tío" que es estimulante de la amistad y del amor, suave narcótico, sabio consejero; que con su ayuda, los hombres se harían mejores, porque nada los uniría más que la mutua felicidad y el completo entendimiento. El "tío" hace tierno el corazón y liviano el cerebro...

-No siga usted –interrumpí decepcionado-, el "tío" no es otra cosa que el "peyote" ¿verdad?

Mateo San Juan sonrió despreciativo y luego dijo:

-El "peyote" es conocido de ustedes hace muchos años, sus efectos son vulgares, intoxicantes, pasajeros y desde luego más dañosos que benéficos... El "tío" es otra cosa; hasta ahora, si no somos los huicholes, nadie ha probado sus propiedades extraordinarias...

-Bueno... ¿Cómo hago para llevarme al "tío" a los laboratorios de México?

Mateo San Juan se tornó solemne y, apartando su poncho, dejo entre mis manos un bulto pequeño y ligero, no mayor que el puño.

-Ahí lo tiene usted... Llévelo, algún día todos los hombres exaltarán sus excelencias, llegará a ser más estimado que la riqueza, tan útil como el pan, tan preciado como el amor y tan deseado como la salud. Va envuelto en hojas de sábila, únicas que resisten sus fuertes emanaciones. No lo descubra usted hasta el momento en que vaya a ser estudiado y procure usted que esto se haga antes de que transcurra una semana... ¡Ah, si llegan a saber mis paisanos que lo he entregado en manos de un extraño, acabarán conmigo...! Vayase usted hoy mismo, lléveselo y no se olvide de su amigo Mateo San Juan.

-Gracias... ¿Pero cómo pueden abrigar sus paisanos intenciones tan negras contra usted, si el "tío" tan sólo sugiere buenos pensamientos y acciones nobles?

El maestro rural dijo sobriamente:

-No me perdonarían, porque los huicholes miran en él el hermano de la divinidad intocable; ustedes en cambio, tan sólo sabrán de sus efectos favorables y lo estimarán simplemente como lo que es... Llévelo y aprovéchelo bien, pero salga inmediatamente, antes de que el tiempo oculte a los laboratorios todas sus virtudes.

-No voy por lo pronto a México –informé-; pero esta misma tarde saldrá mi ayudante a Colotlán llevando al "tío" y por correo registrado lo expedirá a México, con una carta mía para el Instituto Biológico, donde lo examinaran y estudiarán a fondo.

-Que todo sea para bien, señor investigador.

-Gracias de nuevo, Mateo San Juan. Ha realizado usted una buena acción.

Esa misma tarde, de acuerdo con lo planeado, mi ayudante, un joven mestizo de Colotlán, salió con el encargo de mandar al "tío" perfectamente asegurado por la vía postal. Un poco más tarde, yo debería partir para la región de los coras, donde haría una fugaz visita para revisar ciertas informaciones dudosas... Pero antes quise despedirme del buen maestro rural.

Llegué a su choza, una viejecita india, humilde y temerosa, estaba en la puerta rodeada de vecinas que la confortaban. Cuando me miró, dijo palabras trémulas y ahogadas:

"Fue el "tío"... sí, fue el "tío" que no perdona..."

Lleno de tremendas dudas penetré en el jacal. Ahí tendido en una estera de palma estaba mi amigo Mateo San Juan; su cara desfigurada a golpes y su cuerpo molido a palos daba compasión. Él plegó su cara deforme para recibirme con una sonrisa:

"Las pobres mujeres –dijo- creen que fue el "tío", pero fueron los "sobrinos", como yo me lo temía."

Cuando regresé a México, mi primera visita fue para el instituto de Biología. ahí desconocían por completo al "tío", supuesto que jamás llegó ninguna encomienda postal de mi remisión. Hice después una pesquisa en el correo con resultados también negativos. Como siguiente gestión, escribí una carta a mi ayudante de Colotlán. Esperé la respuesta un par de semanas; al no recibirla, a urgí por telegrama. Este último sí recibió contestación: el joven, en una misiva afligida y cobardona, me suplicaba dramáticamente que nunca volviera a tratarle nada "respecto a lo que se contrae su estimable carta", pues la prueba que había experimentado en ocasión de mi visita "estuvo a punto de ser fatal para el suscrito.

En falla mi ayudante, escribí a Mateo San Juan. La carta me fue devuelta sin abrir. Insistí y los resultados fueron idénticos a los primeros.

El último recurso era el señor cura de Colotlán. A él escribí con mayor confianza; le hablaba con claridad y le encarecía que me enviara de nuevo a Hículi Hualula. Pocos días después me llegó una lacónica carta del sacerdote: Mateo impresionado por la gente de su pueblo, había "perdido la tierra, al engancharse como bracero; las últimas noticias que se habían tenido de él, decían que estaba en Oklahoma, trabajando como peón de vía..." "Y respecto a su encarguito –continuaba la carta del cura-, lamento en verdad no poderlo satisfacer, pues ello traería aparejados trastornos, escándalo y agitaciones que mi ministerio, mejor que provocar, está para prevenir. Tocante a su proyecto de un nuevo viaje por estas latitudes, le aconsejo, si aprecio le tiene a la vida, no intentarlo siquiera."

La derrota ha sido para mí desquiciante, la inquietud ha madurado en manía y ésta ha producido ofuscamientos y los ofuscamientos han tomado la forma de hechos alarmantes... Lo he visto en sueños, sí, trajeado con las suntuosas galas que llevan los huicholes en sus ceremonias al Padre Sol... Ha pasado junto a mí y me ha guiñado el ojo; cuando le hablé por su nombre, Hículi Hualula ha reído ruidosa y roncamente, mientras me lanzaba a mis pies escupitajos solferinos.
La tarde en que lo descubrí dirigiendo el tránsito de vehículos en los cruceros de las avenidas Juárez y San Juan de Letrán, estaba magnífico: el rostro pétreo inconmovible, aliñado con un bezote de turquesa, la testa tocada con un penacho de plumas de guacamayo, los pies con sandalias de oro y su índice horrible, hecho de carne verde de nopal y armado con una uña de púa de maguey, me señalaba al tiempo que por la boca escurrían espantosas imprecaciones en huichol...

Alguien me ha dicho que quien me condujo a la Cruz Roja había escuchado de mí estas palabras: "El "tío"... fue el "tío" que no perdona", al mismo tiempo que mis ojos vagaban imbécilmente ...Que entonces mi voluntad era nula y mi pulso alterado...

El médico recetó bromurados, reposos y baños tibios... 


TEXTO TOMADO DEL LIBRO "EL DIOSERO" POR FRANCISCO ROJAS GONZÁLEZ (1905-1951) ESCRITOR Y RPOFESIONAL DE LA ANTROPOLOGÍA. IN MEMORIAN.


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