TRES CONTRA EL CABO |
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A
la mañana del cuarto día, con Rv: 090° partimos hacia Puerto Toro,
situado en la costa E de la misma Isla Navarino. A las 13 hs. comenzó a
soplar un suave W que nos acompañó hasta la Isla Eugenia. Luego entró
el SW y unos negros nubarrones se aproximan. Nos pusimos los trajes de
agua justo cuando se iniciaba el primer chubasco de granizo y aguanieve
helada. Pasamos la Isla Snipe y el Islote Solitario bajo una densa
lluvia helada y vientos de unos 30 nudos. Dos chubascos
posteriores, violentos, de nieve,
llegaron a los 45 nudos. Todo un presagio que, en su momento, yo
no podía interpretar. El
segundo día en Toro amaneció despejado. Un palmo de nieve tapaba la
cubierta, cornamusas, retornos, etc. A pesar de ello nos hacemos a la
mar con destino final al Cabo de Hornos. Mientras Miquel hace las
maniobras yo me ocupo de echar agua caliente a los molinetes para
derretir el hielo acumulado, y de apartar la nieve de cubierta con una
pala. A
medida que avanzamos el sol va desapareciendo, el cielo se oscurece, el
agua se tiñe de un gris acero, parece que el guardián de tan
embravecidos parajes no estaba dispuesto a dejarnos cruzar tan fácilmente
sus dominios. A
mitad de camino entre la Isla Lennox y las Wollaston recibimos un
chubasco que nos obliga a aferrar todas las velas. Apenas dejamos un pañueloto
en el enrollador, como para no perder gobierno. Continuamos rumbo S en
un mar totalmente aborregado. Al poco tiempo arrecia el vendaval, el
viento superó los 65 nudos; el mar cambió abruptamente su perfil,
transformándose en una sucesión de
profundos valles y agresivas montañas coronadas de espuma. Gobernábamos
sorteando las rompientes que barrían nuestro navío de proa a popa.
Comencé a sentir los efectos del mareo, pero me resistía a abandonar
el cockpit hasta que una ola helada me hace entrar en razón:
si no me iba de cubierta el mar se encargaría de que me fuera
del barco. Perdí la noción del tiempo en el interior del Bucanero
hasta que de repente se escuchó un crujido espantoso y al ver la cara
de Miquel me imagino lo peor. Con gran esfuerzo salí al cockpit y miré
hacia proa, en la misma dirección que el capitán. El mar tapaba la
roda, pero al emerger nuevamente, lo hizo sin botalón, el cual
colgaba a sotavento con el púlpito y los candeleros arrancados.
Un tubo del enrollador se había partido y la vela rifada comenzó a
gualdrapear furiosamente. Arrancamos
el motor y, de esta penosa manera, con lo que queda de la genovesa
azotando la jarcia pusimos rumbo a las islas Wollaston. El botalón y el
púlpito, colgando del stay proel, nos acompañaban pendulando de banda
a banda como si fuese el bastón de un ciego tanteando el camino en el
oscuro mar. Seguimos avanzando hacia el Paso Bravo, y es allí tan
fuerte el viento que detiene por completo al Bucanero, acostándolo. Cruzar
este paso parecía imposible, sin embargo nos adentramos en tan lúgubre
torbellino y metro a metro vamos ganando hacia el W hasta la embocadura
del canal Franklin. El Bucanero se queda sin gobierno a pocos metros de
una punta plagada de arrecifes. Una
vez en la isla logramos entrar en una caleta azotada por la tempestad.
Poco a poco remontamos el viento monstruoso hasta llegar casi al borde
de la playa. Miquel va a
proa y largó el fondeo por entre los hierros retorcidos. Hacía
falta atar la vela destrozada o los tramos de aluminio del enrollador
terminarían partiéndose. Miquel se animó a trepar al palo mayor hasta
la primer cruceta y comenzó a hacer firme el stay, tramos de
enrrollador y los jirones de la vela, al obenque de sotavento.
Sencillamente ataba todo con un cabo que llevó consigo. Permanecimos
en la caleta Martial cuatro días haciendo los arreglos provisorios. El
amanecer del quinto día en Caleta Martial nos dio señales propicias
para dirigirnos hacia nuestra meta real. El sol, la calma y la quietud
envuelven el lugar. Verificamos que el aparejo estuviese nuevamente en
orden, levamos anclas y salimos por el Paso del Mar del Sur hacia la
isla de Hornos. Miquel
me pidió que constantemente verificara la longitud en el GPS.
Cuando cruzamos el meridiano de Hornos sacó una escondida
botella de vino de Binissalem (vino mallorquí) y nos dispusimos a
brindar. Debo
confesar que mi ignorancia de todo lo náutico y sus ritos me impidieron
sentir y valorar lo hecho en toda su dimensión. Por eso, con el Cabo de
Hornos frente a mí pensé: "y tanto lío por esta piedra?". Un
temporal de lluvia, viento y granizo arreció durante cuatro días con
sus noches. Estabamos exhaustos, mal dormidos y sin apetito, me
preguntaba si este era el precio por nuestra osadía. Al
amanecer del quinto día levamos anclas y pusimos proa a Puerto Toro.
Nuestro turismo en Toro fue muy escueto, pues teníamos apuro en
seguir nuestro viaje. Al día
siguiente, zarpamos rumbo a puerto Williams, la base naval chilena que
se halla en la costa N de la misma isla. A
las 15 hs. del 28 de abril, atracamos en el Micalvi,
la taquilla más austral del mundo. Ahí
se debe pagar U$S 6 por día por barco, independientemente de la
eslora y cantidad de tripulantes. Luego
de hacer los trámites de rigor y con Puerto Williams engarzado en
nuestra estela, muy temprano fuimos poniendo rumbo W, a Ushuaia. Al
llegar al muelle de A.F.A.S.Y.N., nos sorprendimos con tres cosas: había
salido el sol, nos estaban esperando,
y ya conocían nuestras aventuras. Como los albatros, las noticias
vuelan lejos y rápido. Miquel
no era Rodin pero sus manos convencieron a un madero de lenga a que
adoptara la forma de un botalón. Mientras él lo tallaba,
mil preguntas hacían lo mismo en mi alma. Mi curiosidad comenzó a
competir con mis miedos. Se
abría un gran interrogante en mi futuro; ¿seguir o no seguir navegando?
El
14 de mayo salimos de Ushuaia con rumbo
A la altura de Isla Nueva, el sosiego del Beagle devino hervidero
y empezó a soplar viento del Norte a 30-40 nudos con rachas de 55.
Las olas formadas embestían con fuerza el casco del Bucanero.
Para el mediodía nos refugiamos en Puerto Español, una bahía poco
profunda en la costa de Tierra del Fuego. Al
alba del cuarto día decidimos que era bueno levar anclas cuanto antes e
intentar pasar el Estrecho de Le Maire de una vez por todas. A
los pocos minutos el viento furioso encrespó el mar y cuando bordeábamos
el Cabo Buen Suceso (punta oriental de Tierra del Fuego) nos topamos con
olas que crecían hasta convertirse en arqueadas montañas de agua y
espuma, eran los tan temidos escarceos. Miquel
gambeteó las olas empuñando la caña y logrando que el Bucanero se
deslizara con suavidad y firmeza, después de pasar Ensenada Patagones,
el capitán gritó: “pasamos la zona peligrosa, nos dirigimos a Bahía
Buen Suceso”. Al
segundo día de estar en Buen Suceso y ya sin ánimos de continuar
esperando temporales amarrados a un boyón, decidimos navegar y afrontar
lo que venga del mar. Diez
horas después de compartir faenas con el capitán yo estaba empapada,
entumecida y muy mareada. Cuando
todo estuvo en orden a pesar del movimiento alocado,
me entregué a las torturas de las náuseas que duraron tres días con
sus noches. Tenia miedo y me odiaba a mi misma por haberme metido en esa
locura y al mismo tiempo estaba muy angustiada por no poder ayudar a
Miquel.
Cruzábamos
el paralelo 54º S con rumbo NE, cuando el viento roló ligeramente al
NW y a las pocas horas se transformó en un violento temporal. Las olas fustigaban la banda de babor y acostaban al Bucanero.
Optamos por navegar a la capa derivando hacia las Islas Malvinas.
En la madrugada del 25 de mayo, luego de veintiséis horas,
fuimos bendecidos con el viento del SW que nos alejó del peligro. En
los días sucesivos,
el viento aullante, los chubascos, el granizo y la lluvia no nos dieron
tregua, e hicieron que el trimado de las velas fuese
un trabajo permanente. Al
cabo de la primera semana de navegación después de partir de Buen
Suceso, empezamos a
contabilizar algunos daños que pudimos subsanar: el puño de escota de
la flamante genoa había sido desgarrado por las zarpas del viento, y la pala de acero inoxidable del timón de viento se torció,
producto de olas descomunales de 10 metros que azotaron al Bucanero. En
uno de los pocos momentos de calma que aparecieron aprovechamos para
arriar del enrollador el genoa rifado y establecer el estay de fortuna
de Caleta Martial, enmosquetar e izar
el foque de recambio. Pasaban
los días y no salía de mi asombro al experimentar que cada uno de
ellos traía nuevos descubrimientos, nuevos aprendizajes. A
la altura del paralelo 43º S el mar empezó a agitarse a pesar del poco
viento como un aviso previo de lo que sucedería en un par de horas.
Antes de la medianoche se desató un huracán con vientos de más de 80
nudos donde el Bucanero dejó de gobernar y fuimos arrastrados por las
olas como un corcho que cae en una alcantarilla. A
los pocos días un pampero de gran violencia y una lluvia torrencial nos
escoltaron hasta Necochea. En la noche del 05 de junio fondeamos al pairo en rada La Plata y nos dispusimos a gozar de una noche completa de sueño luego de 1.850 millas recorridas.
VALERIA TE ENVIA SIN CARGO EL RELATO COMPLETO. Escribile a vborer@hotmail.com |
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