Las
marcas de la historia
Dra.
Silvia Bleichmar. *
Se
me ha preguntado en diversas ocasiones cuáles son, en mi
experiencia y conocimiento, las marcas que dejan los traumatismos
precoces a los cuales un niño puede ser sometido, y en particular
el hecho de que no haya sido criado por quienes biológicamente lo
engendraron. Cuestión que se acompaña con frecuencia de una serie
de afirmaciones implícitas, al formularla en términos tales que
dan por sentado un conjunto de presupuestos los cuales deben ser
sometidos a un ejercicio de reflexión que posibilite poner de
relieve el nivel de prejuicio que encierran.
Tal es el caso de esa fórmula habitual con la cual alguien pregunta
respecto a un niño adoptivo algo del siguiente orden: "Cuáles
son las huellas que quedan, irreversiblemente inscriptas, ante el
hecho de que un niño pequeño pierda a la madre, y cuáles son las
consecuencias de este hecho para su vida futura". Afirmación
que proyecta sobre el psiquismo infantil un tipo de vínculo con un
objeto que, en los primeros tiempos de la vida, es imposible que se
encuentre ya dado: la relación con la "madre", que es
fruto de un proceso de construcción cognitivo y emocional producido
en el interior de los lazos que propician la crianza.
En esos tiempos de los comienzos el otro humano que brinda auxilio
para la conservación de la vida y genera las condiciones de la
simbolización es algo muy distante de la categoría
"madre" y de los significados que cobrará con el tiempo.
Los primeros cuidados sólo se inscriben como huellas de
placer-displacer de lo vivido que luego se recomponen y ordenan de
acuerdo a los modos con los cuales se vaya construyendo la historia
del niño. Conocemos perfectamente el hecho de que los bebés
responden a voces, olores, texturas, elementos que remiten a rasgos
desprendidos de la relación con el semejante, elementos mediante
los cuales reencuentra, en cada nueva aproximación a quienes le
brindan su amor y cuidado, los indicios que lo guían en la búsqueda
y construcción de experiencias. El otro humano es entonces un
conjunto de rasgos producto de la vivencia que sólo a posteriori
comenzará a cobrar una existencia más o menos totalizada e
independiente; la madre, inicialmente, es el lugar donde se
reencuentran esos rasgos, esos indicios que acompañan los múltiples
modos con los cuales se alivian tensiones del bebé generando algo
que no lo reduce al mundo de la satisfacción de necesidades.
Pero el camino no es lineal, y se ve atravesado por diversas
recomposiciones a lo largo de la vida. Estas huellas de los primeros
tiempos se ensamblan y resignifican; no todas tiene el mismo carácter
ni permanecen idénticas: aquellas que remiten a situaciones de
placer son fácilmente recomponibles con otras relaciones de placer
- por ejemplo: primeras experiencias más o menos afortunadas con la
madre originaria, aun cuando breves, pueden encontrar su contigüidad
en el encuentro logrado con la madre sustituta, y experiencias
dolorosas pueden ser reabsorbidas por el tejido psíquico a partir
de cuidados que posibilitan una disminución de las tensiones
sufridas. Pero estas marcas sólo pueden ser medidas
individualmente a partir de la significación que tengan para el niño
que está en vías de constituirse y por las significaciones que
construya respecto a ellas a partir de las palabras que el adulto
deja caer en función de sus propios fantasmas.
Sin embargo podemos afirmar que la noción de "pérdida de la
madre" en el caso de niños adoptados desde los orígenes de la
vida, o desde los primeros meses, está más del lado de los adultos
que producen significaciones y no del niño que está adherido a los
signos de percepción cuya variación registra, pero que no
necesariamente devienen una pérdida del mismo carácter que cuando
el sujeto se ha constituido. Por eso la separación de la madre biológico,
en las circunstancias que fuera, toma carácter diferente de acuerdo
al tiempo de constitución psíquica del niño y a las formas con
las cuales sea resignificada por los adultos que lo toman a cargo.
Los nuevos encuentros afectivos del niño se ordenan,
indudablemente, sobre el trasfondo de los previamente establecidos,
de la duración que estos hayan tenido y de la forma en que se
realizaron . No se puede sostener la esperanza mesiánica que en
muchas circunstancias atraviesa a quienes quieren hacerse cargo de
un niño maltratado y gravemente dañado psíquicamente, de que su
amor modificará todas las lesiones previas, y que sólo requiere
una oportunidad para vivir mejor. Esta fantasía narcisística se
derrumba a la primera dificultad, generando odio y frustración que
dañan aún más al niño en cuestión. Pero del mismo modo, tampoco
se puede afirmar que todo niño que ha pasado varios años bajo los
cuidados de una familia sustituta, o de una institución, está ya
gravemente dañado. Se pierde de vista, en esos casos, que las
familias sustitutas y las instituciones están constituidos por
seres humanos, atravesados por deseos y limitaciones, por esperanzas
y compromisos afectivos de diverso orden, lo cual torna difícilmente
encasillable las consecuencias de sus actos sobre el niño. Hemos
visto en nuestra práctica que así como una niñera afectuosa ha
salvado a un niño del deterioro que podía producir una madre
perturbada, una nurse de un hospital pudo haber brindado a un niño
todos los cuidados que evitaron su hospitalismo y deterioro durante
los primeros meses de vida. Pero también sabemos de la facilidad
con la cual el niño, sobre todo en estados de desprotección, es víctima
fácil no sólo del maltrato franco del adulto, sino de las formas más
larvadas y brutales que puede tomar éste: desde el descuido hasta
el abuso sexual, o ambos combinados, y de las graves consecuencias
que esto acarrea; consecuencias tan difíciles - aun cuando no
imposibles a través de los medios adecuados - de reparar, que deben
ser evaluadas en toda su complejidad y tomadas en cuenta para no
propiciar nuevos traumatismos a través de la reiteración del
abandono.
Los modos bajo los cuales se registran las vivencias en esos
primeros tiempos de la vida no son idénticos a aquellos que posee
un adulto provisto de lenguaje y constituido como sujeto de
experiencia, y ni siquiera pueden ser comparados a los que un niño
más grande genera cuando ya están instaladas capacidades simbólicas
mayores. Recién cuando haya noción de uno mismo y del otro,
construcción de una historia e interrogación por los orígenes, se
irán generando, a lo largo del crecimiento, diversos modos de
capturar los acontecimientos que marcaron la vida del niño, tengan
o no registro vivencial de ellos, aferrándose a los fragmentos
discursivos que brinda el adulto. Más que al estado de duelo por la
pérdida de una madre que nunca conoció, el niño queda lanzado a
enigmas y teorías espontáneas que no se reducen, ni mucho menos,
al hecho mismo de la adopción. Estas preguntas tienen que ver con
su valor para el otro, con el hecho de ser amado, con el
reconocimiento de lo que representa para el adulto: Por qué no se
quedaron conmigo? Quién era la señora que me tuvo en la panza? Se
habrá hecho cargo de otros hermanos que tengo a los cuales no
conozco? Será que no me quisieron porque era malo?.. O negrito?.. O
tonto?... Preguntas que se reiteran a lo largo de la vida, que se
reformulan abiertas a nuevas teorizaciones que realiza en soledad, y
que en algunos casos puede volcar en sus diálogos con adultos y
pares para librarse así de quedar fijado al enigma y al
abrochamiento al cual lo condenan la imposibilidad de respuesta.
En función de ello es que cada situación debe ser analizada en su
singularidad, tomando en cuenta tanto los tiempos en los cuales los
acontecimientos que pueden devenir traumáticos han tenido
incidencia en el psiquismo del niño, como las condiciones históricas
en las cuales estos se produjeron, con vistas a que padres e hijos
encuentren en el marco de las nuevas posibilidades que genera la
adopción, un verdadero recomienzo que se sostenga en una esperanza
sin concesiones ni al prejuicio que atenta contra todo proyecto ni a
la omnipotencia que se rehuza a ver la complejidad que implica
llevarlo a cabo.
* Psicoanalista y Ensayista.
Extraído de las publicaciones de Fundación
Adoptare
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