“El que peca es que morirá... pero si el malvado se aparta de la maldad cometida vivirá” (Ez 18,20.27)

El profeta Ezequiel se dirige a los israelitas exiliados en Babilonia que pensaban, de acuerdo a la teología tradicional, que su desastrosa suerte era la consecuencia fatal de muchos siglos de pecado de los antepasados. La generación presente estaría experimentando el castigo del mal cometido en el pasado. Ezequiel proclama el principio de la responsabilidad personal de cada uno delante de Dios (cf. Dt 24,16; 2Re 14,16; Jer 31,29-30): “El que peca es el que morirá... pero si el malvado se aparta de la maldad cometida vivirá”. El profeta no niega el principio de la solidaridad, que recordaba que cada uno era responsable de la vida de los demás, sino que lo complementa invitando a sus contemporáneos a vivir responsablemente. Cada uno "morirá por la maldad que ha cometido". Ciertamente que el pasado siempre condiciona de alguna forma. Pero no es una herencia fatídica de la que uno no pueda liberarse, sobre todo cuando se cuenta con la acción de Dios que, según el profeta, no desea la muerte del malvado, sino "que se convierta de su conducta y viva" (Ez 18, 23). Si Ezequiel, por una parte, proclama el principio de la propia responsabilidad; por otra, asegura la posibilidad del cambio de vida en el hombre. Las palabras del profeta son una invitación a la conversión y a la confianza en la infinita misericordia de Dios.