Génesis 1,3: “Y dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió”

La Biblia nos dice que la primera creatura de Dios es la luz. Creando la luz, Dios crea el ritmo del día y de la noche. Y de esta forma surge el tiempo, la primera condición para la vida humana. Los hombres no somos meros espectadores del tiempo, sino que vivimos sumergidos en el fluir constante de los días y las noches, de los meses y los años. El tiempo no se detiene nunca y es transitorio y fugaz. Por eso un salmista le decía a Dios: “Mil años son para ti como un día, un ayer que pasó, una hora de la noche” (Salmo 90,4). El tiempo es misterioso. Para los antiguos griegos era una divinidad que llamaban “krónos”. Para los creyentes, sin embargo, el tiempo es la primera obra de la creación de Dios. Dios viene a nosotros en el tiempo, se nos revela en los acontecimientos de cada día, en la gran historia del mundo y en la pequeña historia de nuestra vida. Pero sobre todo nos ha salvado en el tiempo, enviando a su Hijo Jesucristo, el cual “se hizo carne y puso su tienda entre nosotros” (Juan 1,14). Vivamos todos los días de nuestra vida como un don del amor del Señor y como una ocasión para encontrarnos con él que es la fuente de la vida.