¡Haznos volver a ti, YHWH, y volveremos! (Lam 5,21)

El autor bíblico, al escribir este versículo, sabe bien que la fidelidad del pueblo de Israel es muy frágil, la historia de Israel está llena de huellas de esta experiencia de debilidad e impotencia. Israel desea volver, lo quiere, pero es consciente de su constante fragilidad. "Me corregiste y corregido fui, cual becerro no domado. Hazme volver y volveré, pues tú, YHWH, eres mi Dios. Porque luego de desviarme me arrepiento, y luego de darme cuenta, me golpeo el pecho, me avergüenzo y me confundo" (Jr 31,18) Por ello clama a YHWH, su grito es confesión humilde de fe en el poder de Dios, es súplica llena de esperanza en su actuar salvífico, es clamor que brota de un corazón que todavía ama y desea el encuentro con su Dios: "Oh Dios haznos volver, y que brille tu rostro, para que seamos salvos" (Salmo 80,4). En efecto, la conversión es un don de Dios. El hombre por si sólo no puede volver a Dios, se desvía fácilmente siguiendo la luz de su proprio corazón o de su razón. Por ello, Dios gratuitamente toma la iniciativa para hacernos volver, nos llama por nuestro nombre, nos busca diligentemente como a la oveja perdida (Mt 18, 12-14) y nos espera pacientemente como al hijo pródigo, alegrándose con nuestro retorno a casa (Lc 15,11-24). Su proyecto de salvación es hacernos retornar a la comunión con él. "Haznos volver, Dios de nuestra salvación!" (Salmo 85,5) Es un don pero es indispensable nuestra apertura a éste: el reconocimiento de nuestra pequeñez y la docilidad a su actuar salvífico. Por ello suplicamos: ¡Haznos volver a ti, YHWH, y volveremos!.