SEGUNDO DOMINGO

(Tiempo ordinario - ciclo B)

 

 

1 Sam 3, 3b-10.19

1 Cor 6,13c-15a.17-20

Jn 1, 35-42

 

           Cada creyente ha sido llamado por Dios a conocer y a seguir a Jesucristo. La vida cristiana es una auténtica “vocación” que supone la iniciativa divina, gratuita y amorosa, y la respuesta humana, gozoza y comprometida. Los textos bíblicos de este domingo se refieren a esta dimensión fundamental de la vida de fe y ofrecen una rica reflexión sobre el tema para que asumamos y vivamos con radicalidad nuestra propia vocación en la comunidad cristiana.

 

 

           La primera lectura (1 Sam 3,3b-10.19) es el relato de la vocación del joven Samuel, que vivía en el santuario de Silo al servicio del sacerdote Elí. Es importante subrayar la importancia que tiene la llamada de Samuel en la historia bíblica. Es un personaje que sirve de enlace entre dos períodos históricos del pueblo de Dios: el tiempo de los jueces y el inicio de la monarquía. El libro del Eclesiástico, cuando hace el elogio de los antepasados, lo presenta como profeta, juez y sacerdote: “Amado fue de su Señor Samuel, profeta del Señor fundó la realeza [...], según la ley del Señor juzgó a la asamblea [...], invocó al Señor [...] ofreciendo un cordero lechal” (Eclo 46,13-15). El relato de su vocación presenta la llamada de Dios en forma progresiva.

        El joven Samuel aprende a escuchar y a responder al Señor con la ayuda y la experiencia del viejo sacerdote Elí. La iniciativa de la llamada es de Dios, raíz y fundamento de toda vocación (v. 4: “El Señor llamó a Samuel: ¡Samuel, Samuel!”); la respuesta del jovencito es inmediata (v. 4: “Heme aquí”), pero todavía un poco confusa (v. 5: “Fue corriendo donde Elí y le dijo: aquí estoy porque me has llamado”). El sacerdote Elí le hace notar su error: “No te he llamado, vuelve a acostarte” (v. 5). La misma experiencia se repite por segunda vez con el mismo resultado. El narrador se apresura a comentar el hecho: “Samuel no conocía todavía al Señor. No se le había revelado aún la palabra del Señor” (v. 7). Si alguien no ha vivido una experiencia personal de la palabra de Dios no está capacitado para captar un llamado particular del Señor en su vida. El sacerdote Elí, acostumbrado al trato personal con Dios, se da cuenta de que Dios está llamando a Samuel y lo prepara para responder adecuadamente. El sacerdote no pretende ocupar el lugar de la palabra de Dios, solamente le prepara el camino para que sea escuchada y acogida: “Vete a acostar, y si te llaman, respondes: Habla, Señor, que tu siervo escucha” (v. 9). Samuel así lo hace.

        El Señor lo llama por tercera vez y Samuel le responde como le indicó Elí (v. 10). Escucha atentamente la palabra del Señor y se abre con disponibilidad a sus caminos. Ahora conoce al Señor y comienza a familiarizarse con la palabra divina, a tal punto que casi inmediatamente Samuel puede proclamar un oráculo de parte de Dios (vv. 11-18). Este es el inicio de la historia profética de Samuel: “Samuel crecía y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse”. En la palabra de Samuel resonaba la palabra de Dios. Fue un verdadero profeta: “El Señor estaba con él” (v. 19). Los últimos versículos del relato, que lastimosamente han sido recortados en la lectura litúrgica, terminan de delinear la fisonomía del nuevo profeta. Samuel empieza a vivir al servicio del pueblo, y el pueblo lo reconoce como profeta, como alguien que de parte de Dios ayudaba a interpretar los hechos de la historia a la luz de Dios: “Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor. El Señor continuó manifestándose en Siló, pues era allí donde revelaba su palabra a Samuel” (vv. 20-21).

           

    La segunda lectura (1Cor 6, 13c-15a.17-20) es una enseñanza de Pablo de carácter antropológico y moral. En primer lugar el Apóstol se opone, en sintonía con la enseñanza bíblica, a toda antropología que divida al hombre en partes separadas (cuerpo/alma) y a cualquier espiritualismo que rebaje o desprecie el cuerpo. Pablo habla del “cuerpo” con gran respeto. El cuerpo es, en la mentalidad bíblica, como el sostén y el fundamento del aspecto relacional del hombre, frente a los demás, el mundo y Dios. Todo el hombre, incluído su cuerpo, está destinado a la salvación. Con fuerza afirma Pablo: “El cuerpo es para el Señor y el Señor, para el cuerpo” (v. 13). El cuerpo participará un día de la gloria de Cristo resucitado (v. 14: “Y Dios, que resucitó al Señor, los resucitará a ustedes con su poder”), mientras ya desde ahora es “templo del Espíritu Santo” (v. 19). En síntesis, el cristiano –con su dimensión corporal- es miembro de Cristo.

        Por tanto Pablo concluye, a nivel moral, que el creyente que entrega su cuerpo a la impureza y a la lujuria es infiel a su vocación cristiana. Desde la perspectiva de la práctica religiosa de la prostitución sagrada, que se practicaba en Corinto, la fornicación es presentada no sólo como desorden sexual, sino como un verdadero pecado de idolatría (vv. 17-18). El cuerpo pertenece al Señor y es un templo visible del Espíritu que recibimos de Dios. Cada uno, como en un templo, deberá dar gloria a Dios con su propio cuerpo, es decir, vivir en plenitud el misterio de la vocación cristiana: “Por tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo” (v. 20).

           El evangelio (Jn 1,35-42) presenta la vocación de los primeros discípulos en el evangelio de Juan. El interés fundamental del relato está centrado en el origen de la fe y su transmisión meditante el testimonio. Se quiere describir un auténtico itinerario de fe que lleva al descubrimiento del misterio de Jesús, a través de un conocimiento y de una adhesión gradual de los discípulos, después de la primera manifestación de Jesús el Mesías en el Jordán. No estamos delante de una mera crónica o relato biográfico.

        Es muy probable que el evangelista haya trasladado a este primer encuentro con Jesús lo que posteriormente, a la luz de la pascua y bajo la acción del Espíritu, sus discípulos fueron descubriendo en él. La escena se introduce sin ninguna referencia de tipo temporal o espacial. No se habla de ningún lugar ni de ningún momento en especial. Se trata de un artificio literario del autor, con el cual nos indica que el encuentro con Jesús y su aceptación en la fe de parte de los que llegan a ser sus discípulos, se repite siempre y en todas partes en el tiempo de la comunidad cristiana.

        El Bautista está con dos de sus discípulos que oyen su testimonio cuando pasa Jesús: “Este es el Cordero de Dios” (v. 36). El texto no es un simple relato. Es una escena cargada de reflexión teológica que quiere ser modelo de toda llamada y de todo seguimiento de Jesús. Dos discípulos del Bautista lo oyen hablar de Jesús que pasaba y lo siguieron (v. 36-37). Pero esto no basta. En la vocación cristiana la iniciativa es siempre de Jesús: “Jesús se dio media vuelta y les preguntó: ¿qué buscan?”. Es una pregunta incisiva y estimulante, además de ser la primera frase que pronuncia Jesús en el evangelio de Juan.

Para el evangelista, el verdadero discipulado comienza cuando Jesús toma la iniciativa y llama. Por eso narra a continuación que Jesús viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” (v. 38). La iniciativa de Jesús se manifiesta en su mirada y en su palabra. Una mirada que es interés por la humanidad que va en busca de la verdad y del sentido y una palabra que compromete e invita a la decisión libre. La pregunta de Jesús es al mismo tiempo estímulo e invitación al discípulo para que su adhesión sea libre y responsable.

        Aquellos dos hombres, uno de los cuales era Andrés (v. 40), representan a todo hombre que va en búsqueda del sentido y de la plenitud de la vida. Ellos no buscan algo, sino a “alguien”: “Maestro, ¿dónde vives?” (v. 38). Jesús los invita a hacer una experiencia de amistad y de comunión con él, relación personal que es el verdadero principio y fundamento de la existencia cristiana: “Vengan y lo verán” (v. 39). Se van con él, “vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día”. El verbo “quedarse” o “permanecer” traduce el verbo griego menô, que en el evangelio de Juan indica la vida del discípulo cristiano que permanece constantemente unido a Jesús en comunión de amor y de misión (cf. Jn 15). El evangelista anota: “eran como las cuatro de la tarde”. Indicación cronológica misteriosa. Puede indicar que la jornada está ya por terminar (finalizaba a las 6 de la tarde) y que el encuentro con Jesús representa la plenitud del día; o bien es simplemente una forma de decir que aquel encuentro había cambiado realmente el rumbo de la vida de aquellos hombres y, por tanto, valía la pena recordar bien la hora exacta. El encuentro de cada hombre con Jesús representa la plenitud del camino humano y el momento más decisivo de la existencia.

        Los discípulos le responden a Jesús, al que ya llaman Maestro, con otra pregunta: “¿dónde vives?” (v. 38). La pregunta posee un espesor teológico importante para comprender el sentido del discipulado cristiano. Es importante saber donde está y dónde vive Jesús para poder estar y quedarse con él. Más allá del deseo de conocimiento intelectual, el discípulo auténtico no busca conocer “algo” sino a “Alguien”. El discípulo se interesa por el Maestro, pues desea aprender de él un estilo de vida y una opción fundamental que den sentido a su existencia. La invitación de Jesús a venir a él recuerda las palabras de la Sabiduría que invita a su casa en el libro de los Proverbios: “El que sea inexperto venga acá.. Vengan a comer de mi pan y beban del vino que he mezclado. Dejen la inexperiencia y vivirán, sigan el camino de la inteligencia” (Prov 9,4-6). Jesús es la Sabiduría. En efecto, el término lógos que el evangelista ha utilizado en el prólogo para hablar del misterio del Hijo de Dios que asume nuestra condición humana, no significa sólo palabra, sino también proyecto o sabiduría. Jesús Maestro es la auténtica sabiduría que se hace encontrar e invita a los hombres y mujeres de este mundo a buscarlo.

             La invitación a venir y ver que hace Jesús es una invitación a hacer experiencia de su persona y entrar en la intimidad de su amistad. Por eso el texto dice a continuación que “se fueron con él, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día” (v. 39). Ir a Jesús, ver dónde está y quedarse con él, son expresiones que indican una experiencia personal, vital y profunda del Maestro. El verbo griego utilizado por Juan para decir “quedarse, permanecer” es menō, el mismo verbo utilizado para indicar que el Espíritu se quedaba en forma estable en la persona de Jesús (Jn 1,32) y el mismo que utilizará Juan para describir el misterio de comunión con Cristo en la vida del creyente: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque seprados de mí no podéis hacer nada (Jn 15,5).

            Más tarde Andrés encuentra a su hermano Simón Pedro y le habla de Jesús: “Hemos encontrado al Mesías. Y lo llevó a Jesús” (v. 41). Cuando Simón Pedro se encuentra con Jesús, éste le cambia el nombre: “Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas” (v. 42). El cambio de nombre en la mentalidad bíblica indica el cambio de la persona misma y de su destino. Dios no se dirige a una masa anónima, sino a cada uno en forma personal y exige una respuesta personal y total para una misión también personal.

        Aquel que antes fue llamado se vuelve ahora uno que indica el camino y ayuda a otros a encontrar al Señor, como Juan Bautista había hecho con él y como había hecho Elí con Samuel (primera lectura). En el dinamismo de la fe y del camino vocacional de cada uno es fundamental la mediación humana de una mano hermana, de un maestro, de un acompañante espiritual. Dios llama sirviéndose de las mediaciones humanas, de las cuales Elí, el Bautista y Andrés son algunos ejemplos: hombres de experiencia espiritual, acostumbrados al trato con Dios, respetuosos del camino y del destino de los demás, dóciles a la voz de Dios, discretos y sin ningún afán de posesión de las personas.

       El seguimiento de Cristo, aun cuando surge y se desarrolla en modos y en circunstancias diversas, está constituido por un itinerario espiritual fundamental: anuncio, conocimiento y experiencia personal de Jesús. Escuchar sus palabras, dialogar con él, vivir en su intimidad, son momentos que constituyen el fundamento de la fe y tienen una función esencial en el seguimiento y en la vocación del discípulo. Lo vivido por aquellos primeros discípulos que encontraron a Jesús es modelo para la comunidad cristiana de todos los tiempos. La vocación cristiana es el diálogo de dos voluntades que su unen para realizar un proyecto común. No es un llamado a aceptar una idea o un proyecto, sino la invitación a entrar en relación personal con “alguien”. La respuesta exige no una adhesión genérica a un movimiento, a un programa de acción o a altos ideales filantrópicos, sino un compromiso total de la persona para “permanecer” en comunión de vida y de misión con la persona de Jesús. Una experiencia que transforma toda la existencia según los valores del evangelio del reino de Dios.