Cuando se debatían las condiciones de la
rendición de Montevideo, Artigas estaba recorriendo las provincias argentinas para
difundir la idea federal y organizar la campaña contra la oligarquía que había puesto
precio a su cabeza y que desconocía el derecho de los pueblos a intervenir en la
organización de sus poderes.
Al frente de las fuerzas artiguistas de la Banda Oriental había quedado el coronel
Otorgués.
Existía el propósito de cercenarle al artiguismo todos sus medios de defensa, a expensas
de la misma seguridad del Río de la Plata. Dígalo la siguiente orden del Ministerio de
la Guerra de Buenos Aires, de 9 de febrero de 1815, al general Soler, que éste trasmitió
para su cumplimiento al delegado extraordinario doctor Herrera, por oficio del 17 (Maeso,
"Artigas y su época"):
"La expedición de la península es indudable y es por lo mismo llegado el caso
de vencer con la fatiga y la constancia cuantos obstáculos embaracen nuestra común
seguridad: sobre este principio me ordena S. E. prevenga a V. S. que sin perder un momento
proceda a derribar la fortificación del Cerro por los arbitrios que le sugiera su celo,
aunque sea empleando la guarnición con azadas y picos en esta obra, en el concepto que en
la brevedad de la ejecución tributa V. S. un servicio importante y en el menor retardo
queda responsable a su patria por las resultas: la casa del vigía es el único edificio
que debe quedar en pie en el Cerro, y todo debe empeñarse para el cumplimiento de esta
orden".
No se atrevió el delegado a ejecutar la terrible orden, y al pie del oficio del
general Soler escribió en la misma fecha de su recibo este decreto:
"Contéstesele que para evitar la mala impresión que causaría este paso con
perjuicio de la transacción, se suspenda hasta tanto se obtenga la resolución de S. E. a
quien consulto en esta fecha".
El día antes de la desocupación de la plaza, Otorgués se dirigió al delegado
extraordinario doctor Herrera, (oficio del 24 de febrero, Maeso, "Artigas y su
época") proponiéndole como bases previas para arribar a "una unión firme y
duradera que nos ponga a cubierto de las agresiones ultramarinas": la suspensión del
embarque de los pertrechos, municiones, bienes secuestrados y el retiro de las tropas de
Buenos Aires de la plaza de Montevideo y del territorio de Entre Ríos, sin armamento.
"Sin estas condiciones, expresaba, ni puedo ni debo entrar en convenio alguno:
puesto que en caso contrario quedará la Provincia desarmada y expuesta al yugo del primer
invasor, y aunque no necesitamos cañones de a veinticuatro para defender la Provincia,
sí necesitamos fusiles, municiones y hombres de que queda exhausta. Interésese V. S. por
el bien de su Patria creyendo que estas medidas son tan necesarias como indispensables. Si
V. S. accede a esta mi justa solicitud, yo protesto a nombre de mi general propender a la
unión sólida que tanto necesitamos y suspender al momento las hostilidades,
presentándome V. S. los correspondientes rehenes que aseguren la ejecución del
convenio".
Pero, ya todo el valioso parque de la plaza de Montevideo estaba en los buques que
debían transportarlo a Buenos Aires.
Los orientales, que estaban a la espera de la desocupación de la plaza, no tenían
confianza en la actitud de los jefes argentinos, después del vasto plan de engaño en que
por repetidas veces los había hecho caer Alvear. Se temían sucesos de trascendencia que
la imaginación de cada uno comentaba a su manera. De la intensidad de la expectativa y de
la resolución de anticiparse a cualquier otra nueva celada, da testimonio este oficio de
Otorgués al Cabildo de Montevideo del 19 de febrero de 1815 (Documento original en poder
del señor Pablo Blanco Acevedo):
"Grandes, graves y monstruosos son los males que amenazan a la Provincia y al
sistema mismo: yo los veo gravitar sobre su cabeza y por más que pongo los medios de
evitarlos, ellos aun no son eficaces... He tenido nuevamente noticias positivas de las
recientes medidas que el gobierno de Buenos Aires ha tomado con respecto a los intereses
existentes en esta plaza. Ellas son tan sospechosas como criminales: sus trascendencias
hieren directamente al sistema, y yo mismo no me atrevo a responder del resultado. Los
interesantes deseos que tengo de terminar la guerra, se convertirán en rayos de furor que
abran a nuestros pretendidos conquistadores, si esta anunciada transacción no fuera
fundada en la buena fe. Al contrario, yo seré el primero que me presentaré en rehenes,
si en la negociación se tiene presente el bien del país".
Algún tiempo después, en oficio de 29 de marzo de 1815, el delegado
extraordinario doctor Herrera dando cuenta al directorio del desempeño de su misión en
Montevideo, decía recapitulando las causas de la desocupación de la plaza (Maeso,
"Artigas y su época"):
"El general don Miguel Estanislao Soler me hizo presente a los pocos días de mi
llegada que era necesario embarcar las tropas y retirarse a la capital sin pérdida de
instantes, porque la seducción de los enemigos, el odio del pueblo y la escandalosa
deserción que se experimentaba en las tropas, le hacían temer con fundamento una
sedición militar o una disolución del ejército, cuyos resultados serían los más
funestos para la Patria. Yo no pude ser indiferente a una insinuación de esa especie
hecha por un jefe experimentado y de valor. Pero a fin de no precipitar una medida que
dejaría sin efecto las negociaciones pendientes y el embarco de la artillería y
municiones, determiné que en la misma noche se hiciese una junta de guerra compuesta de
los jefes de todos los cuerpos de la guarnición, a la que asistí con mi secretario el
doctor Obes a quien nombré de tal con precedente acuerdo y disposición de V. E. Hizo
presente el general Soler los fundamentos urgentes de su solicitud, y después de haberse
reflexionado sobre la materia, fuí de dictamen con la mayor parte de los jefes, que se
esperase tres o cuatro días, que era lo que podía tardar la contestación a mis
comunicaciones para el restablecimiento de la paz. La deserción aumentaba, algunos
oficiales empezaban a seguir a los soldados y las circunstancias apuraban, en términos
que el general Soler llegó a ratificarme las protestas de responsabilidad que había
hecho en la junta de jefes por la demora de la retirada y a pedirme lo relevase en un
mando que lo comprometía por momentos".
No hay necesidad de prolongar estas transcripciones. Las que anteceden, demuestran
con la mayor evidencia que la plaza de Montevideo fué desocupada por la doble razón de
que no había defensa posible y de que el ejército argentino se encontraba en tren de
rapidísima disolución. Antes de que el desalojo se operara a viva fuerza, se optó por
el embarque de las tropas que quedaban y del riquísimo parque de la plaza. He ahí todo.