En oficio de 4 de agosto de 1815 expresa Artigas que la expulsión de Montevideo debe rezar con los españoles de influjo y que las consideraciones deben reservarse a favor de los infelices obreros que ayudan al país con su trabajo y que no se ocupan de política (De-María, «Compendio Histórico»):

«Es de necesidad que salgan de esa plaza y sus extramuros, todos aquellos europeos que en tiempo de nuestros afanes manifestaron dentro de ella su obstinada resistencia. Tome V. S. las mejores providencias para que marchen a mi cuartel general, con la distinción que no debe guardarse consideración alguna con aquellos que por su influjo y poder conservan cierto predominio en el pueblo. Absuelva más bien V. S. de esta pena a los infelices artesanos y labradores que pueden fomentar al país y perjudicarnos muy poco con su dureza. Igualmente remítame V. S. cualquier americano que por su comportación se haya hecho indigno de nuestra confianza. Por ahora pocos y buenos bastan para contrarrestar cualquier esfuerzo enemigo».

Pero el Cabildo de Montevideo, que no podía romper con arraigadas vinculaciones sociales, daba largas a las órdenes de Artigas, facilitaba la ocultación o la fuga de los españoles, y esa conducta, como es natural, tenía que alarmar y alarmaba vivamente a Artigas, amenazado de invasiones por todos lados, y que por lo mismo quería estar tranquilo acerca de sospechas de conjuraciones realistas en la capital.

De las impaciencias causadas por esa conducta, emana un oficio de 9 de octubre de 1815, que después de referirse a manejos de los enemigos revelados en recientes comunicaciones de Río Janeiro (Maeso, «Artigas y su época»), agrega:

«Por lo mismo ordené a V. S. me remitiese a todos los hombres malos y que por su influjo pudiesen envolvernos en mayores males, y me es doloroso decir a V. S. que su condescendencia ha debilitado el vigor o importancia de mis providencias. Ayer llegó el oficial Calderón con sólo nueve individuos cuando V. S. asegura en su primera comunicación que hasta el número de treinta y dos debían salir de esa ciudad. Reconvenido el oficial por tan notable desfalco, satisfizo diciendo que en su salida para Canelones ya los más estaban indultados y que por los adjuntos oficios de V. S. había soltado a los restantes».

«Yo nada tengo que repetir a V. S. sino que ponga inmediatamente en este destino a los treinta y dos sujetos indicados. De lo contrario remitiré a V. S. todos los que están en esta Villa o tomaré otras providencias que afiancen en lo sucesivo el sosiego y felicidad de la Provincia de que estoy encargado».

«Además tengo conocimiento de que para eludir esta medida, han emigrado de esa plaza y refugiándose en los pueblos internos de la campaña, en donde fomentan la irritación de los paisanos, y ellos nunca pueden ser útiles sino para interrumpir el orden».

«Este es el lugar destinado para su purificación. Tome V. S. las medidas para dar el lleno a esta providencia y deje V. S. a mi cuidado el sostén de la Provincia. Por más que maquinen los descontentos, hallarán en nuestra constancia el antemural de sus insidias y en nuestro heroísmo su último desengaño».

Insistió Artigas en su réplica, mediante oficio del 29 de octubre (Maeso, «Artigas y su época»), temeroso de disturbios en una plaza dominada por los realistas.

«Para mí es muy extraño, decía en ese oficio, me diga V. S. que ya no existen en ese pueblo aquellos satélites poderosos de la tiranía y que el resto de nuestros enemigos es un grupo de hombre agobiados por la miseria y a quienes la vigilancia del gobierno y de los patriotas ha reducido al estado de no poder atentar contra nuestra existencia. Tengo a la vista los oficios de V. S. sobre los sucesos de mayo, apenas le presentaron peligrosos aparatos, V. S. mismo firmó la imposibilidad de sostener ese punto por la fuerza y multiplicidad de los enemigos interiores y exteriores ¿y repentinamente cree asegurada nuestra existencia política con la remisión de esos hombres los más de ellos infelices?

«En mí obran de acuerdo la responsabilidad y el compromiso y V. S. no ignora cuánto se retardarían nuestros esfuerzos sólo por falta de precauciones. En los peligros crecen las ansiedades y el entusiasmo general quedaría paralizado con la indolencia de los magistrados. Ellos deben ser inexorables si la Patria ha de ser libre. Si oye V. S. reclamaciones, no hallará un delincuente, y mientras los resultados acreditan la falta de confianza. Por lo mismo diré a V. S. lo que hoy repito, que si se juzga tan escudado con la energía de los buenos americanos, le remitiré los que para mayor seguridad se hallan en este cuartel general».

Vamos a reproducir otros dos oficios de Artigas al Cabildo, que como los anteriores demuestran la contrariedad que causaba en el jefe de los orientales el procedimiento que se había trazado aquella corporación.

De un oficio de 12 de noviembre de 1815 (De-María, «Compendio Histórico»):

«V. S. nada me dice de la remisión del resto de europeos que tengo pedidos. Ellos son el principio de todo entorpecimiento, y los paisanos desmayan al observar la frialdad de los magistrados. No me exponga V. S. en el extremo de apurar mis providencias. Ya estoy cansado de experimentar contradicciones, y siendo la obra interesante a todos los orientales, ellos deben aplicar conmigo el hombro a sostenerla».

De un oficio de 25 de diciembre de 1815 (Maeso, «Artigas y su época»):

«No sé por qué fatal principio siempre veo frustradas mis providencias sobre la seguridad de los españoles: ellos desaparecen de en medio de los pueblos en los momentos que debían ser aprehendidos por los patriotas; y tres órdenes veo inutilizadas con sólo el fruto de tener en este destino los más infelices y acaso los menos perjudiciales. No sé si será desmayo en los ejecutores, condescendencia en los pueblos o inacción en los magistrados. Sea cual fuere el principio, los resultados no son favorables».