Era angustiosa la situación del erario en los comienzos del gobierno artiguista de 1815. Para hacer frente a los compromisos pendientes, el Cabildo de Montevideo proyectó una contribución mensual sobre las casas de comercio. Andaba Artigas recorriendo y organizando las provincias sometidas a su protectorado, cuando llegó a sus manos la consulta del Cabildo. Véase su respuesta contenida en oficio datado en el Paraná, el 19 de mayo de 1815. (De-María, «Compendio Histórico»):

«En general me parece no están los pueblos en aptitud de recibir esos pechos cuando los varios contrastes los tienen reducidos a la última miseria. Mi dictamen en esta parte fué siempre que se les dejara respirar de sus continuadas gabelas, para que empiecen a gustar las delicias de la libertad».

Tan hermoso programa, surgía a raíz de las contribuciones, confiscaciones y saqueos de toda especie que llenan la administración del gobierno delegado de Buenos Aires, desde la desocupación de la plaza de Montevideo en junio de 1814 por las tropas españolas, hasta la salida de las tropas argentinas a fines de febrero de 1815, de que hemos tenido oportunidad de hablar, repetidas veces, en el curso de este Alegato. Era la tercera vez que el Cabildo insistía en la necesidad de crear una contribución sobre las casas de comercio, y ante semejante insistencia, Artigas anuncia su formal propósito de renunciar el cargo de jefe de los orientales. Es imposible llevar más allá la consecuencia con un principio.

«Si esta consideración», agrega Artigas en la nota que venimos extractando, «no es bastante a impedir su resolución, en manos de V. S. quedará el mando del pueblo, según lo ordeno con esta fecha, y entonces determine su superior agrado, fundado en las mismas razones que impulsaron su juicio a fijar semejante deliberación. El pueblo es soberano y él sabrá investigar las operaciones de sus representantes».

En un nuevo oficio escrito al día siguiente (De-María, «Compendio Histórico»), contesta Artigas otra comunicación del Cabildo sobre el mismo tema.

«A mi no se me esconde», dice, «la necesidad que tenemos de fondos para atender a mil urgencias, que aun prescindiendo de todas, bastaba la que se muestra en la miseria que acompaña a la gloria del bravo ejército que tengo el honor de mandar, vestido sólo de sus laureles en el largo período de cinco años, abandonado siempre a todas las necesidades en la mayor extensión imaginable y sin otro socorro que la esperanza de hallarlo un día; pero la voz sola de contribución me hace temblar».

«Los males de la guerra han sido trascendentales a todos. Los talleres han sido abandonados, los pueblos sin comercio, las haciendas de campo destruídas y todo arruinado. Las contribuciones que siguieron a la ocupación de esa plaza, concluyeron con lo que habían dejado las crecidísimas que señalaron los 22 meses de asedio, de modo que la miseria agobia todo el país. Yo ansío con ardor verlo revivir y sentiría mucho cualquier medida que en la actualidad ocasionase el menor atraso. Jamás dejaré de recordar a V. S. esa parte de mis deseos. Nada habría para mí más lisonjero, nada más satisfactorio, que el que se arbitrase lo conducente a restablecer con prontitud los surcos de vida y prosperidad general, y a que su fomento y progreso debiéramos el poder facilitar lo preciso a las necesidades, proporcionando de ese modo los ingresos suficientes a la caja pública».

«Yo no puedo prescindir de la mayor escrupulosidad en este particular, y más en las circunstancias actuales, Por lo mismo tengo el honor de repetir a V. S. que se haga enhorabuena uso de la medida indicada, con tal que no sea inconciliable con los fines que llevo propuestos».

Como consecuencia de estos y otros conflictos en que tanto se agiganta la personalidad de Artigas, marchó una delegación al cuartel general de Purificación. Ya había llegado allí a fines de mayo el jefe de los orientales. Don Dámaso Larrañaga que formaba parte de la delegación del Cabildo, dice en la hermosa página , reflejando el cuadro de glorias y pobrezas que ofrecía el campamento de Purificación:

«Todos le rodean y todos le siguen con amor, no obstante que viven desnudos y llenos de miseria a su lado, no por faltarle recursos, sino por no oprimir a los pueblos con contribuciones, prefiriendo dejar el mando al ver que no se cumplían sus disposiciones en esta parte y que ha sido uno de los principales motivos de nuestra misión».

No insistió el Cabildo en presencia de la actitud tan patriótica de Artigas. Pero como las estrecheces del erario iban en constante aumento, el mismo jefe de los orientales tuvo que preocuparse de arbitrar recursos. Tan lejos estaba, sin embargo, de su ánimo el absolutismo con que invariablemente lo exhiben sus detractores, que se limitó a pasar su proyecto al Cabildo y a aguardar su decisión, en una forma con la que se habría honrado el funcionario más respetuoso de los fueros municipales. Léase en prueba de ello su oficio de 3 de diciembre de 1815 al Cabildo (Maeso, «Artigas y su época»):

«Consultando un medio que pudiera mantener en esplendor la Provincia y no pudiese con el tiempo que advierte, me ha parecido conveniente elevar al conocimiento de V. S. el acierto de este cálculo. Si sería conveniente poner un medio de premio a cada peso fuerte además de los daños que tiene impuesta la plata en su extracción. Lo dejo a la penetración de V. S. para que consultando el pro y el contra de los resultados, convengamos en una institución que ni sea gravosa a la Provincia ni reproduzca en la sucesión de los tiempos fatales desventajas. Espero la decisión de V. S. sobre este particular».

En defecto de impuestos, eran remediadas las necesidades de la administración y del ejército, mediante la venta de cueros, crines y otros productos del país que Artigas consignaba al Cabildo de Montevideo y que éste se encargaba de realizar en plaza. En su obra «Artigas y su época» ha publicado Maeso varios oficios del jefe de los orientales relativos a esas remesas.

La idea de extraer contribuciones a unos vecindarios tan crudamente castigados por la guerra, no llegó a dominar en el cerebro de Artigas, ni aún a raíz de las más grandes exigencias militares.

Véase en prueba de ello la carta que dirigió al comandante entrerriano don Ricardo López el 20 de febrero de 1820 (Archivo Mitre), después de la batalla de Tacuarembó, en que su ejército quedó totalmente exterminado y era urgentísimo proveer a la organización de nuevas divisiones:

«Cuando repasé el Uruguay fué compelido de los enemigos. En mis anteriores, había prevenido este caso como próximo posible y mi resolución de buscar hombres libres para coadyuvar sus esfuerzos. Este es todo mi deseo y por llenarlo no dude usted estarán prontas mis tropas y las demás que tengan las otras provincias de la liga, luego que se presente algún enemigo con alguna partida en observación de estas costas que las creo expuestas».

«Para mí este no es el mayor trabajo, sino los recursos de su mantenimiento. Yo no me atrevo a sacarlos del vecindario, si él voluntariamente no quiere prestarlos. Hoy mismo he hecho marchar al señor comandante don Aniceto, para ver si por su conducto es realizable esta providencia».