En
oficio de 25 de diciembre de 1812, Artigas recapitula los incidentes y conflictos con
Buenos Aires, y dice:
En
vista de esto, ¿Qué puede exigir la Patria de mí? ¿Qué tiene que acriminarme? ¿Puede
ser un crimen haber abandonado mi fortuna, presentándome en Buenos Aires y regresar a
esta Banda con el corto auxilio de 150 hombres y 200 pesos fuertes, reunir en masa toda la
campaña, enarbolar el estandarte de la libertad en medio de ella y ofrecerles los laureles de San José y Las
Piedras, después de asegurar otras ventajas en el resto de los pueblos? ¿Es un crimen
haber arrostrado el riesgo de presentarme sobre Montevideo, batir y destrozar las fuerzas
con que me destacaba, quitarle sus bastimentos y reducirlo a la última miseria? Estas
fueron las grandezas de este pueblo abandonado y estos solos los que pueden graduarse de
crímenes.
Hace
luego la historia de los incidentes ocurridos en el curso de sus marchas a la costa del
Uruguay, de los trabajos del gobierno de Buenos Aires para contener el movimiento de
emigración que se producía en torno del ejército, y agrega:
Nuestra
aproximación sola, fue suficiente para que los portugueses abandonasen los puntos que
ocupaban de Mercedes, Concepción, Paysandú, Salto, Belén, Curuzú-Cuatiá y Mandisoví,
que habían sido el teatro de sus excesos y robos; estos sin comprometer nosotros la fe de
los tratados, porque siempre tuvimos la delicadeza de conciliarlo todo con nuestros
deseos. Nos hallábamos entonces a una legua de donde debía hacerse nuestro cuartel
general, y en dos meses de reiteraciones al gobierno, sin haber tenido jamás la
contestación menor, ni aún la más lee noticia, empezamos a tenerla desde entonces, pero
siempre de un modo paliativo, hasta que removidos todos los obstáculos por nuestro
continuo afán, se resolvió a auxiliarnos para arrancarnos la gloria, no habiendo ya que
vencer.
Y
termina su expresión de agravios con estas palabras:
Bajo
este concepto cese ya V.E. de impartirnos órdenes...No cuente ya V.E. con
ninguno de nosotros. El pueblo de Buenos Aires es y será siempre nuestro hermano, pero
nunca su gobierno actual. Las tropas que se hallan bajo las órdenes de V.E. serán
siempre objeto de nuestras consideraciones, pero de ningún modo V.E..
Rotas
ya las relaciones, Artigas que iba marchando a retaguardia de Sarratea, decidió
interceptarle los recursos, hasta obtener, como obtuvo, la promesa de su renuncia de la
jefatura del ejército. Dándose ejecución a las medidas planeadas, Sarratea envió dos
diputaciones ante el campamento artiguista, compuesta una de ellas de vecinos
caracterizados y la otra de los coroneles Rondeau y French; y Artigas envió en comisión
ante el gobierno argentino a don Tomás García de Zuñiga, con instrucciones encaminadas
a obtener que las divisiones orientales fuesen puestas bajo las órdenes de su propio
jefe; que las tropas argentinas quedaran simplemente como auxiliadoras; y que de una
manera expresa se declarara que la efectividad de la soberanía particular de los pueblos
constituía el objeto único de la revolución (oficios de 17 de enero de 1813 de Artigas
a Sarratea y de Sarratea a Artigas, oficio de Artigas de 20 de enero e instrucciones
escritas al comisionado García de Zúñiga).
Continuaban
tranquilamente estas negociaciones en los campamentos y en Buenos Aires, cuando Sarratea,
que no había abandonado su plan primitivo, rompió bruscamente las hostilidades mediante
la publicación de su famoso bando del 2 de febrero de 1813, en que hablaba de los graves
perjuicios que había experimentado este territorio por la bárbara y
sediciosa conducta del traidor de la Patria, José Artigas, y espedía un indulto general a favor de todos los desertores
de los cuerpos de línea que se hubiesen refugiado en el ejército de Artigas, siempre que
se acogiesen a la
inmediata protección del gobierno bajo las órdenes del señor coronel de milicias don
Fernando Otorgués.
Sarratea
empleaba el medio que le parecía más eficaz para obtener la desúnion en el campo
artiguista. Complementando su bando, se dirigía en éstos términos el 11 de febrero del
mismo año al gobierno de Buenos Aires:
Las
partidas de don José Artigas en estos días han dejado pasar libremente algunos chasques
por los pasos conocidos, sin interrogarlos ni detenerlos: no sé a qué circunstancias se
debe esta metamorfosis. En estos últimos días no han hecho agresiones que merezcan
transmitirse al supremo conocimiento de V.E. Continúa Artigas estacionado en el Paso de
la Arena, y según infiero de las noticias de la plaza y el estado de comunicaciones con
ella, trabaja actualmente por hacerse de municiones por vía de los enemigos. A pesar de
todo, muy poca es la consistencia que puede adquirir su ignorancia y ninguna disposición
para la guerra, la falta de oficiales de aptitud de que carece absolutamente, y el mal
estado de su armamento, además y un concurso de circunstancias que se rozan
inmediatamente con este negocio, hacen despreciable en todo sentido a don José Artigas.
Así es que no debo perder esta ocasión de repetir a V.E. lo que he tenido el honor de
exponerle en mis anteriores comunicaciones, que muy pocos fusilazos bastarán para lanzar
a este caudillo más allá de las márgenes del Cuareim, si se precipitare al extremo de
hacerse sordo a la resolución pendiente de V.E. sobre las pretensiones que ha sometido a
su superior determinación.
No
tardó en llegar el bando a manos de la víctima. En oficio de 13 de febrero, comunica
Artigas a Sarratea que don Fernando Otorgués le ha entregado el papel en que se le
declara traidor; le dice que tal insulto coincide con las cartas de Elío y Vigodet, que
él tuvo la precaución de enviar en el acto al gobierno, y agrega:
Me he visto perseguido, pero mi
sentimiento jamás se vio humillado.
La libertad de la América forma mi
sistema y plantearlo mi único anhelo. Tal vez V.E. en mis apuros y con mis recursos
habría hecho sucumbir su constancia y se habría prostituído ya. Aún en el día, cuando
V.E. parece que hace el último esfuerzo para aburrirme, Montevideo empeña más
pretensiones sobre mí. Con todo, no hay circunstancia capaz de reducirme a variar de
opinión. Esclavo de mi grandeza, sabré llevarla al cabo dominado siempre de mí justicia
y razón. Un lance funesto podrá arrancarme la vida, pero no envilecerme. El honor ha
formado siempre mi carácter; él reglará mis pasos. Entretanto no sé qué discurrir
sobre lo patriótico de las intenciones de V.E. viéndolo ahora con tanto anhelo por
hacerme apurar la copa del sufrimiento. Después de mis servicios, de mis trabajos, de mis
pérdidas: yo declarado traidor!.
Retírese V.E. en el momento.
Tuvo
entonces Sarratea que explicar a su adversario porque lo había declarado traidor. En
oficio de 14 de febrero, dice que los pasados de la plaza estaban contestes en que se
contaba con el auxilio de Artigas para vencer a las fuerzas sitiadoras; que si a esto se
agregaba el silencio mantenido alrededor de las comunicaciones de Vigodet y la
sustracción de caballadas al ejército sitiador, resultaría un plan de hostilidades de
la mayor gravedad; que habían llegado a sus manos comunicaciones incendiarias de Artigas
a título de que las noticias recibidas de Buenos Aires le obligaban a negar obediencia al
supremo gobierno; que había prometido, sin cumplirlo, enviar destacamentos a diversos
puntos , con lo cual los enemigos habían podido proveerse de carne en las estancias.
Replicó Artigas en su nota de 17 de febrero: que si los jefes de Montevideo le habían hecho proposiciones, su desprecio había sido la contestación; que era una calumnia la especie de que él hubiera alimentado con carne fresca a los sitiados; que la sustracción de caballadas y boyadas era relativa a incidentes anteriores que habían cesado desde la última diputación; que a consecuencia de las imposturas de Sarratea él aparecía ante el gobierno de Buenos Aires como un faccioso y sus tropas como un grupo de ladrones; que sólo después de haber errado el golpe, se proponía una nueva suspensión de hostilidades, que no podía ya admitirse; que lo que interesaba era el retiro del general, dejando a las tropas ya que nosotros las miramos como una `parte muy recomendable de la familia grande y sus méritos delante de nosotros son tan preciosos como dignos de nuestra gratitud eterna.
Artigas
se dirigió a la vez a los coroneles Rondeau y French, quejándose de la violación del
convenio en que habían actuado como intermediarios de Sarratea. En carta de 11 de febrero
de 1813, les recuerda que para activar la decisión del gobierno, había mandado un
diputado a la capital el día 2 y que en esa misma fecha aparecía el documento infame en
que se le declaraba traidor. El honor de VV.SS. está empeñado en
la estipulación y él no puede autorizar esta infamia que se ostenta.
Contestaron
Rondeau y French el 18 de febrero, que habían leído los antecedentes y habían
conversado con Sarratea, terminando su entrevista con la resolución adoptada por el
general en jefe de partir a la mayor brevedad. Es
nuestro deber avisar a V.S. de este resultado para que se satisfaga que no ha consistido
ni en nosotros, ni en el complejo de los que celebramos la Junta la declaratoria contra la
benemérita persona de V.S..
Veamos
ahora el complemento que suministra la «Memoria» del mismo testigo que obra en el
Archivo Mitre.
Dice
el coronel Cáceres al ocuparse de los preparativos para el segundo sitio de Montevideo y
de la actitud de Sarratea:
«Este
hombre, luego que llegó, trató de desmoralizar al ejército de Artigas y de deshacer esa
unión que constituye la fuerza; al efecto empezó por seducir a los jefes de más capacidad
que aquél tenía, ofreciéndoles oro, charreteras y galones que Artigas no podía darles;
y como no todos los hombres tienen la virtud suficiente para conformarse con la miseria y
privaciones, don Eusebio Valdenegro, don Ventura Vázquez, Baltasar Vargas, Viera y otros
se dejaron seducir. Y en seguida los pidió Sarratea con los cuerpos que cada uno
mandaba y que eran los mejores del ejército oriental, especialmente el de Blandengues que
mandaba Vázquez, para formar como contingente de la Provincia Oriental al ejército
nacional. Artigas los entregó sin decir una palabra, mas quedó muy resentido por la
conducta de unos hombres en quienes había depositado su mayor confianza, y desde
entonces quizá tuvo cierta predilección por los gauchos, pues le he oído decir que
había encontrado más virtud o constancia en ellos que entre los hombres de educación.»
Habla Cáceres de los sucesos posteriores a la desorganización
del ejército de Artigas en el Ayuí:
«Marchó en seguida Sarratea con un inmenso y lindo ejército sobre
Montevideo. Artigas con sus divisiones de milicias que mandaban Blas Basualdo, Bartolo
Ramírez, Balta Ojeda, Manuel Artigas, Otorgués, Pinto y otros jefes, se quedó a
retaguardia escoltando el numeroso convoy de familias que regresaba a sus hogares, y
Sarratea que lo miraba ya con desprecio porque lo consideraba vencido, empezó a
desairarlo y a hostilizarlo como se manifiesta en la nota al superior gobierno cuando era
supremo director Posadas y que acompaño a esta Memoria. Fué entonces que Artigas empezó
a hostilizar al ejército de Buenos Aires posesionándose del parque y comisaría que
venían para el sitio.»
«Sarratea
recibió la noticia de este acontecimiento en la villa de Santa Lucía y entonces nombró
una comisión compuesta de cuatro vecinos respetables, don Tomás García, don Ramón de
Cáceres, don Felipe Pérez y don Juan Medina, a quienes pasó la circular siguiente: «Es
urgentísimo que luego que reciba esta comunicación, se ponga en marcha hacia esta villa
para desempeñar una interesante comisión de cuyo buen resultado acaso depende la
felicidad de la Banda Oriental. Esto basta para esperar que usted, que siempre ha
manifestado tanto celo por su conservación, arrostrará por todo y se trasladará a este
destino con la brevedad que exige el buen servicio de la causa pública.»
«Se
presentaron estos vecinos en el cuartel general, y después de una larga conferencia le
pidieron instrucciones por escrito; contestó que no las necesitaban y prometió estar por
todo cuanto trataran con Artigas, que nada les reservaba y que si era preciso su
separación del ejército para que Artigas uniera sus esfuerzos contra el enemigo común,
estaba pronto a separarse y que entregaría el mando del ejército a otro jefe que le
mereciese confianza. Marcharon los comisionados hasta el Paso del Durazno del Yi, en donde
encontraron a Artigas, que se prestó a todo cuanto se le exigía, bajo la condición que
se separasen seis personas del ejército; largó por consiguiente el parque y la
comisaría que estaban detenidas y continuó su marcha hasta el Paso de la Arena de
Santa Lucía Chico, como estaba convenido; más Sarratea desaprobó los tratados y fue
entonces que destacó una columna Artigas a las órdenes de Otorgués, quien poniéndose
de acuerdo con algunos jefes del ejército sitiador, sorprendieron a Sarratea y le
obligaron a retirarse a Buenos Aires con los otros expulsos de que se hace referencia en
otra parte.»
Después
de referir las derrotas finales de Artigas en su lucha con Ramírez, dice Cáceres:
«Se me había olvidado decir que
cuando Artigas estuvo en el Paso de la Arena antes de la expulsión de Sarratea, había
tratado éste de hacerlo asesinar, valiéndose al efecto de don Fernando Otorgués; en
Montevideo existe aún la persona que anduvo encargada de este negocio; yo he tenido en
mis manos las ricas pistolas que Sarratea mando a Otorgués para este fin; mas Otorgués
era pariente de Artigas y le descubrió la trama, a pesar de que le chupó muchas onzas a
Sarratea.»