Producida la expulsión de Sarratea y aprobada la conducta de los jefes que habían encabezado el motín, Artigas se dirigió al gobierno para expresar su júbilo por la unión.
«Nada más resta a mis anhelos después de
tener la honra de felicitar a V. E. por el restablecimiento de
la paz», decía en su oficio de 27 de febrero de
1813. «La discordia desapareció de entre nosotros y una
filantropía inalterable asegura el empeño de la campaña presente en esta Banda». (Archivo
General de la Nación Argentina).
Ya en esos momentos, la línea sitiadora de
Montevideo constituía una barrera infranqueable para la guarnición española. El sitio
había sido iniciado por la gloriosa división de Culta desde el 1° de octubre de 1812, veinte días antes de la
llegada de Rondeau con la vanguardia del ejército de Sarratea, compuesta también de
soldados orientales y de un batallón de argentinos al mando de Soler (Bauza, «Historia
de la Dominación Española»). Una sola salida habían intentado los españoles, la que
dio lugar a la batalla del Cerrito, y de ella se ocupa el general Rondeau en términos que
es útil conocer. («Autobiografía». Colección Lamas).
Iniciado el sitio, dice, salió de la plaza una columna de dos mil hombres en virtud de la denuncia de un paisano de que el ejército sitiador carecía de municiones como así era en efecto. Pero en la noche anterior había llegado una remesa de cartuchos. Dos días antes había llegado también el coronel Francisco Javier de Viana con el nombramiento" de mayor general y una nota de Sarratea para que se le entregara el mando del ejército.
Al anunciarse el 31 de diciembre la salida, de la guarnición de la plaza, Rondeau mandó
prevenir dos veces a Viana, obteniendo por toda respuesta la segunda vez que nada tenía
que hacer y que él tomara sus medidas. En los primeros momentos, el batallón número
6 huyó de su puesto, pero Rondeau se puso a su frente y cargó sobre
el enemigo. El jefe de ese batallón estaba vestido de soldado, con un fusil en vez de
la espada que debía empuñar, «pero no me detuve en reprocharle aquel disfraz tan
contrario a las prácticas militares, y lo que es más al espíritu de las
ordenanzas, porque mi objeto principal en aquellos momentos era hacer volver el batallón
al combate».
Como resulta de esta relación del general
Rondeau, la disciplina de las tropas de Buenos Aires dejaba grandemente que desear. El
coronel Viana a quien se había adjudicado el mando del ejército, se limita a encogerse
de hombros cuando Rondeau le comunica la noticia de la salida de la guarnición de la
plaza y le pide que adopte providencias. Y el coronel Soler, jefe del batallón número
6, se disfraza de simple soldado, sin pedir al menos que alguien le
reemplace en la jefatura que quedaba vacante.
Con la incorporación de Artigas, la línea
sitiadora recibió un refuerzo considerable. Sus soldados se destacaron desde el primer
día por rasgos de heroísmo y de humanidad, según lo comprueban las páginas del
«Diario Histórico» de Figueroa. Dos de sus tenientes especialmente se mencionan en
esas páginas. Juan Antonio Lavalleja, que se presentaba completamente solo frente a las
trincheras para desafiar a los españoles, que una vez le prepararon una emboscada y le
hicieron una formidable descarga de la que escapó ileso; y Fructuoso Rivera que también
descollaba por su valentía y su indulgencia con el rendido.