En los sistemas democráticos, la información veraz, amplia y plural no es privilegio sino derecho.
Sin ese derecho no puede haber un auténtico ejercicio de la ciudadanía.
Lorenzo Meyer
Tradicionalmente al periodismo se le han reconocido como funciones sociales básicas las de informar, orientar y entretener.
Sin embargo, la función periodística esencial de informar se ha viciado. Por ejemplo, actualmente existe un acarreo informativo en el que las oficinas de comunicación social diseñan, elaboran y difunden -conforme a sus intereses- los mensajes que debe conocer la población, el reportero sólo los lleva hasta su medio o los recibe por fax en su sala de redacción para su publicación.
Los reporteros que escapan a esta cómoda colecta informativa y optan por el trabajo sistemático de investigación -una minoría- aportan los escasos textos leíbles, disfrutables y provechosos que esporádicamente aparecen en la prensa.
Otros intereses extraperiodísticos -de los que hablaremos en otra oportunidad- inciden también en la deformación del proceso informativo de la prensa.
Si los periodistas gozáramos de mayor autoestima en nuestro ejercicio profesional y nuestra actividad fuese merecedora de un auténtico aprecio social no sólo por su delicada responsabilidad sino también por la calidad con que se ejerciera, tendríamos un mapa mental que nos permitiría valorar y respetar en un nivel superior nuestra labor y, lo más importante, darle a ésta un sentido más humanista y propositivo sin abandonar por ello la denuncia de los abusos sociales.
Aunque de suyo el informar, orientar y entretener es un servicio, algunos medios informativos en busca de la vanguardia han incorporado a sus funciones el compromiso específico de servicio público. Y bajo ese concepto se han desarrollado una serie de servicios periodísticos para estudiantes, jóvenes, amas de casa, trabajadores, desempleados, empresarios, niños, votantes, deportistas, ancianos, etc.
Este relativamente nuevo enfoque del quehacer periodístico permite a sus consumidores disponer de valiosa información útil desde tareas escolares, tecnología y economía doméstica, prácticas deportivas, valores humanos, consumo, comportamiento ciudadano, derechos humanos, salud, recreación, etc., hasta donde llegue la creatividad de quienes elaboran el medio informativo.
Hacer el bien a la comunidad al informarle de actos de corrupción, al proporcionarle medidas efectivas de seguridad, al aconsejarle estrategias para el ahorro familiar o al mostrarle modelos cívicos a seguir, no sólo es algo deseable, sino que al comunicador le proporciona sentido y valor a su actividad. Definitivamente los medios informativos deben ser fuerzas del bien que, sin dejar de informar sobre todas las aristas de la condición humana, deben deliberadamente proporcionar información confiable para el bienestar humano y el desarrollo social de su comunidad.
Lo que necesitamos los consumidores de información periodística -además de educación para el consumo de medios- es información práctica, pertinente, confiable y con sentido. Esto se contrapone a los mares de información, a las planas llenas de letras sin sentido mas que para quien las escribe, a las columnas plagadas de chismes y rumores de politiquería, a fotografías literalmente espeluznantes e innecesarias de nota roja, entre muchos otros contenidos.
Y ahí radica el reto del comunicador responsable, comprender los hechos y transmitirlos en un contexto elocuente, atractivo y útil para el lector, televidente o radioescucha. Para ello el comunicador (reportero, fotógrafo, locutor, comentarista) no sólo debe auxiliarse de especialistas sino especializarse él mismo en los contenidos de los que pretende informar con profesionalismo.
Muchos de nosotros agradeceríamos, por ejemplo, que fuesen más aisladas las declaraciones de esos falsos líderes de opinión, que la misma prensa en su incompetencia ha fabricado. Y que cuando la prensa acuda a ellos sea para ofrecer al público in-for-ma-ción no autopropaganda o palabrería.
Así, en lugar de que algunos líderes sindicales puedan estar presentes en primera plana quejándose reiteradamente de la inflación o glorificando la unidad obrera o parloteando de los bajos salarios (siendo que a ellos nada les falta) o hablando bien de sí mismos, el medio informativo y el periodista comprometido con su comunidad pueden presentarnos alternativas de autoempleo, de capacitación para el empleo, o advertirnos de los riesgos de flúor en el agua y las alternativas para contrarrestarlos, o de la incidencia del cáncer cérvico-uterino y de las formas de prevenirlo o de obtener mayor información calificada sobre el tema, con los nombres de instituciones, direcciones, números telefónicos, horarios de servicio y requisitos. Informar de manera incompleta es una manera de desinformar.
Nada le impide a un medio informativo destacar una noticia sobre un problema de salud pública, si quiere con grandes titulares, pero está moralmente obligado no sólo a advertir, sino también a orientar y ofrecer servicios a la población en los asuntos que le afecten.
Cierto, el medio informativo no va a ser una enciclopedia científica, médica o deportiva. Debe ser una fuente primaria de información confiable que interese y oriente a sus usuarios para acceder, si lo requieren, a fuentes más bastas y calificadas de información.
Para nosotros, los periodistas, es sumamente fácil (e irresponsable) acusar sin bases a gobernantes o a partidos políticos del subdesarrollo de nuestra comunidad, de incompetente al jefe policiaco, y de corruptos a quienes se enriquecen más rápido que nosotros. Pero, ¿qué hay de nosotros mismos respecto a nuestras responsabilidades sociales, morales y éticas? De eso no se habla a fondo, con reportajes espectaculares y profusamente ilustrados, no se aportan estadísticas ni antecedentes, ni se citan artículos legales ni se hacen comparativos con otros escenarios. Son temas inusuales, incómodos y no bien vistos por el gremio.
Si al menos los empresarios del periodismo y los periodistas nos preguntáramos: ¿informamos a la sociedad lo que quiere saber o lo que debe saber?, ¿sabemos con certeza qué es lo que debe saber y qué es lo que quiere saber la sociedad?
Es comodísimo culpar al televidente o al lector de su gusto por el amarillismo, por el alarmismo. ¿Acaso no estamos reforzando diariamente esos hábitos indeseables? ¿No estamos distrayendo acaso la atención de la sociedad en los temas medulares de nuestra crisis (política, económica y de valores) con especulaciones e informaciones morbosas? ¿No somos corresponsables del deterioro social, de la ignorancia y de la desinformación? ¿No estamos fabricando lo que luego cínicamente criticamos?
Si hablamos de libertad de prensa, hablemos también de sus responsabilidades, límites y compromisos.
Es hora de que los lectores hablen, de que los televidentes opinen y de que los radioescuchas exijan. Pero, salvo excepciones, los propios medios informativos no suelen ser foros para voces que los analicen, critiquen y exijan, están reservados para los halagos y agradecimientos.
El Nobel de literatura, José Saramago (El Universal. 2-Feb-99), denunció intereses extraños a la información de los empresarios de los medios de comunicación y reivindicó su deber de mostrar la realidad y esclarecerla. Opinó que no es muy apetecible hablar del papel actual de los medios de comunicación porque, si bien habrá alguna excepción, el panorama es más bien sombrío, oscuro, desconcertante y, a veces, algo peor que eso.
Añadió que aceptamos con demasiada naturalidad, resignación y renuncia a nuestra capacidad de discutir que los medios en muchos casos no sean ni humildes, ni humanos ni honestos, aunque reconoció que estas palabras son un poco duras. Pero en su opinión, precisamente las palabras duras están para decir la verdad y deberíamos utilizarlas más veces, evitar el algodón y la hipocresía, las formas de decir que no son más que cortinas de humo para esconder la realidad que nos gustaría denunciar.
Por eso instó a los medios de comunicación a que se entreguen a esclarecer las cosas, mostrarlas, explicarlas. En muchos casos no sirven para informar, para aclarar los hechos, para formar conciencias, sino que en muchos casos sirven para lo contrario.
No hay duda de que, para empezar, disponemos en nuestras instituciones de educación superior de especialistas capaces en diversas ramas que, en coordinación con los medios informativos, podrían impartir seminarios de inducción y actualización para comunicadores en sus áreas de especialidad.
Ese punto no es una minucia. Un estudio del ITESM sobre el diseño de oportunidades para el nuevo siglo en un estado del centro del país detectó los quince principales factores críticos que impiden el desarrollo social del estado. Uno de ellos nos concierne directamente a los comunicadores: Falta de capacitación a los periodistas.
Lamentablemente, en términos generales, los periodistas somos soberbios o apáticos respecto a la capacitación. Desde nuestra maquina de escribir o computadora tenemos la libertad, la capacidad y virtualmente la autoridad para escribir de cuanto nos plazca.
El día en que la pérdida de lectores o de audiencia afecte aún más la alicaída circulación de diarios y revistas y los ratings noticiarios, nuestros directivos se preguntarán no por fórmulas para mejorar sus contenidos, sino por su preocupación esencial ¿cómo podemos recuperar y elevar nuestros ingresos? El nuevo milenio los habrá pillado en su trono de piedra.
Hay un cáncer que se está tragando el negocio del periodismo, es el cáncer del tedio, de la superficialidad y la irrelevancia, y se necesita una cirugía radical.
Howard Kurtz
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