El estado es como un crimen que todo mundo deja ser en pro de unos pocos beneficios que se han trasformado en el terror a los maleficios.
Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos: aspiran a ello hasta los mendigos incluso los incurables; las aceras del mundo y los hospitales rebosan de reformadores. El ansia de llegar a ser fuente de sucesos actúa sobre cada uno como un desorden mental o una maldición elegida. La sociedad es un infierno de salvadores.
Que todo parecer ser, no sea más que una apariencia, y que este discurso se condene a él mismo a ser una opinión entre otras opiniones, ya que cuando se pierde de vista este carácter intercambiable de las ideas corre sin duda sangre. Siempre causará más terror aquel que cree poseer una verdad, su verdad, que un perro rabioso enloquecido. Ya que no sólo se sentirá salvado por ella, sino que el carácter enfermizo de toda verdad lo contagiará y lo hará inculcarle a sangre si es preciso, su verdad a los demás. Tal es la idea de todo gobierno de todos los pueblos de la historia en su totalidad. En vista de que no podemos hacer un análisis de las ideologías que no se parezca a un tránsito por el museo del terror, a una continua sucesión de ideas impuestas por los más fuertes, por los reformados del mundo, por los que se creen elegidos, hagamos el análisis desde otro punto de vista más moderado. Advirtamos
que esta empresa sin duda resultará patética. El mismo Marx no se diferencia de los fanáticos religiosos y sus ideas, al mismo grado epilépticas, han degenerado en el crimen socialista. La guillotina ha pasado a convertiste en institución, cualquiera que se atreva a levantar la voz será callado por la lógica del discurso argumentada por la demagogia. Tales son sin duda los antecedentes de una sociedad que mata en nombre de los derechos humanos, pero queda algo en claro: tanto zafarrancho en rescate de los derechos humanos sólo significa que están perdidos. Los derechos humanos no son más que la más sutil degeneración de una ideología entendida en el sentido peyorativo del término, de una masa doliente e informe, sin rostro, sin representantes, cada cual jala para sí y nadie se compromete con nada, la vida ligera es el orden que se impone ante el desorden de ideas que cada vez son más y que cada vez encuentran más fanáticos que llevarán su verdad hasta matar o hacerse matar por ella.
A nadie le interesa nada y sin embargo nadie permanece del todo indiferente, vivimos en el gusto mendigo de la apatía. Entre los escépticos idiotas y los creyentes recalcitrantes, entre ambos se encuentra una lucha que ha de terminar en la amargura de la existencia mutua.
Nuestra época desenfrena en la política entendida como el fango donde de tanto habitar nuestros políticos, se les ha convertido el corazón en sapo, por sus venas ha dejado de correr sangre y ahora contienen un espeso y caliente lodo derritiéndoles las ganas de estar vivos, e incrementándoseles la recalcitrante idea de que de alguna maldita forma son los elegidos, ya que ninguno de ellos es capaz de asumir su irrisoria existencia; buscarán la culpa en los partidos antagonistas, en las ideología opuestas y en las peregrinaciones religiosas. Mirad sólo un instante las escenas de las que os hablo, y os darais cuenta de la maniática historia de la que somos hijos, desde la inquisición hasta el parlamento no ha cambiado la forma de someter, de expandir el terror a través de las ideas. Hoy la ONU se ha puesto del lado de UNO, o por lo que nunca fue imparcial. La histérica idea de tener una verdad hace que tiemblen los imperios, hace que los ejércitos detengan su paso y esperen el contraataque. Contraataque de alguien montado en su mula, alguien tan necio que no sólo matará por lo que cree sino que someterá y torturará a los que no aceptan lo que él dice. Un ser así es capaz de reducir a sus contemporáneos a algo peor que muertos, es capaz de hacerles vivir el infierno con el que los amenaza de antemano.
El Estado y más propiamente dicho el Estado alterado en el que vivimos, no es más que la imposibilidad de utilizar la analítica en el discurso político, y darse cuenta de que no existe el Estado así escrito con mayúscula; que lo único que tenemos es un montón de seres infelices al grado de imponer su infelicidad a los demás. Claro, todo esto sustentado en el terror de matarse los unos a los otros, terror que legitima al Estado y que lo llama consenso. El consenso es el medio por el que los menos poderosos nos ponemos de acuerdo para no matarnos entre nosotros y dar ceder poder para que alguien externo lo haga. El gobernante.
Sin duda cualquier texto político resultará irrisorio si se le contempla a la luz de estas ideas, pero ninguna persona sensata será capaz de hacerlo. ¿Por qué?.
La respuesta es simple, nacimos en el estado alterado al que hemos quitado la mayúscula así como en éste último siglo se le quitó a la palabra Dios, para dejarla al nivel de la palabra terror. Así dios ha dejado de ser Dios y el Estado ha dejado de ser causas, normas hechas o impuestas para que todo marche bien.
Nacemos dentro del estado alterado, nunca decidimos si lo queríamos o no, es más, nunca decidimos si queríamos nacer o no, se ha violado nuestro derecho de no-natos y a nadie le importa un bledo, nadie reclama por la ofensa de haber sido traído al mundo y el estado te cobra una comisión por dejarte nacer. El estado se encargara de ejercer su castración de diversos modos, el primero será llamado educación, dicha educación no es otra cosa que la implantación de una severa castración.
Así educado se traduce por castrado, por reprimido, ya que la castración llega al límite de ser adoptada, y por no perdonarnos a nosotros mismos la ofensa recibida de traernos al mundo, nos castigamos eternamente, nos castramos y nos volvemos educados. La educación es la castración impuesta a través del dolor. Cuando un niño se orina en la cama, se le enseña a no hacerlo a través de imponerle límites, que generalmente llegan al castigo físico. Hasta a contestar de cierta manera nos educan, si no nos ha de doler, dice la educación.
La castración llega al terreno de lo ridículo cuando se nos hace ingresar en una escuela, cuando se nos educa hasta la forma de pensar. Esto no quedará ni remotamente aquí, sino que a medida que el cuerpo se va formando y va haciéndose resistente, el maltrato, el castigo, o como se le quiera llamar, aumenta. La violación de los derechos humanos dentro de las cárceles es un problema que a nadie le interesa lo suficiente ya que está protegido por el manto ideológico del estado. Este estado tiene tal manipulación sobre los seres que le han dado poder, que logra que éstos vean lo que quiere. Que incluso consideremos buena la idea de la cárcel para los desadaptados, cayendo en la ya conocida paradoja de readaptar a los desadaptados manteniéndolos aislados del mundo. Pero no hagamos una tragedia de esto, ya Foucault se encargó.
Enfoquemos el punto. El verdadero problema reside en la incapacidad de matarnos a nosotros mismos. Incapacidad que proviene obviamente de la educación se nos ha castrado tanto, se nos ha hecho sufrir tanto, que ya hemos perdido el ánimo, que solamente tenemos fuerza para la apatía.
La histeria de los pueblos refleja otro tanto. Dicha histeria se ha mal entendido en su análisis y se le ha confundido con historia de los pueblos, y nos resulta natural encontrar cátedras con este nombre o alguno similar.
Es interesante ver cómo hoy día nadie cree en el estado, cómo es que la gente piensa que todos los políticos son unos corruptos y que nada se puede hacer, lo interesante resulta al incorporar al discurso otra variante como lo es la apatía al grado e la recalcitrante idea de la vida ligera. Anteriormente la gente necesitaba de ideales para vivir, hoy la vida y el estado se presentan como cuestiones no ideales imperfectas es más, corruptas, y a nadie le importa un bledo ya que inmiscuirse en ello resultaría fastidioso, cansado; que nos roben con tal de que no nos molesten. La apatía ha degenerado en aceptación de una vida sin ideales, en el descreimiento de la revolución, ya que hasta en ésta idea hemos encontrado un trasfondo malévolo que nos dice que la revolución sólo sirve para quitar a unos tiranos y poner a otros. Nadie reacciona, el descreimiento en la democracia ha solventado la apatía en los asuntos de decisión pública ¿para qué ir a votar si al final gana el que ellos quieren? La cuestión se presenta en este tono sin embargo detrás de ella existe otra aún peor, ¿por qué hemos llegado al grado del escepticismo político, de la amargura ideológica? ¿por qué el hombre actual ya no tiene fe en la razón, en la política, en la economía.? La respuesta se encuentra en una situación ideología de desgaste, en una historia que cargamos como si fuera un muerto en nuestras espaldas, nadie ha vivido lo suficiente como para aceptar la indiferencia ante la vida, pero nosotros, los de la generación postromántica, tenemos la herencia de las guerras, la memoria que nos proporciona la historia y que se resume en revueltas sangrientas donde unos son asesinados y otros asesinos, ante esto no hay muchas opciones de donde escoger, yo no culparía a los que gustan de ver telenovelas, por lo menos ahí los ideales persisten, por lo menos ahí los buenos siempre ganan.
La realidad ha introducido el elemento repulsivo en nuestra vida psíquica, los medios de información han cooperado de sobre manera en esta causa, pero no de manera desinteresada, claro está, ya nadie creería en un discurso en el que se hablase de desinterés, es obvio que los medios masivos han obtenido jugosas ganancias al hacer de la violencia un espectáculo, al hacer de la carnicería humana un horario televisivo.
Bastaría con que alguien mirara una hora diaria de un noticiero para que su salud mental se dañara en tres días, para que tuviera miedo de salir a la calle, para que no volviera a creer en sus gobernantes, para que su realidad se fragmentara y se inscribiera en un curso de esquizofrenia. La realidad predatoria de por sí, a través de la televisión, se nos presenta como insoportable, y no sólo nos causa el temor a vivirla, sino que nos pone en otro horario la cura, un mundo feliz donde nadie tiene la ropa desgastada, donde todos son atléticos y bien parecidos, donde todo mundo encuentra el amor a ultranza y la gente parece estúpidamente feliz todo el tiempo. Estoy hablando de las telenovelas, y no las satanizo, las justifico, es mejor ver telenoveles que el espectáculo político. Las campañas electorales son una inmundicia de ideas que se mezclan en torno a desvalorar un personaje, pocas veces se nos muestra lo que sus ideologías pretenden hacer. Simplemente se nos manipula para ver a una persona peor que la otra y hoy día no se vota por el mejor, sino por el menos peor, así la campaña es simplemente hacer ver que mi contrincante es más ratero que yo, más mentiroso y más mala persona, ya que está por defaoult que yo soy así y simplemente intento hacer ver que el otro es peor.
Antes que una crisis de legalidad del estado yo hablaría de una crisis de legalidad de la realidad, y me estoy refiriendo a que la vida misma parece una mala jugada, pienso que la religión cristiana recobrará adeptos pues la vida cada vez más parece ser una culpa que hay que pagar, y en donde el hombre es el carnicero del hombre, donde no existen más que demonios y almas atormentadas. El homo - videns ha dejado de pensar, ha dado en su voto la libertad de hacerlo por él mismo, le ha conferido esta responsabilidad a alguien que al parecer tampoco sabe pensar, su trascendencia la ha puesto en manos de transexuales, la belleza en manos de los anacoretas y la dignidad parece cada vez más un vestido traslucido que nos muestra las pocas carnes flácidas de la parca. La era del vacío, como ha llamado Lipovetsky a nuestra época, ha vomitado la apatía en sus gobernantes, y ha erosionado el ánimo al grado de optar por la anarquía. Aguascalientes se ha quedado en el anonimato de un pueblo que intenta crecer en quién sabe que dirección, parece que se ha identificado la idea de progreso con la idea de avanzar hacia el caos. La nacionalidad queda en los cimientos de un edificio construido con los impuestos que regala un narcotraficante, y los noticieros contribuyen a que la gente aumente su morbo.
Actualmente no se puede hablar de una crisis de legalidad en el estado, ya que al parecer la realidad misma se encuentra devaluada, ya nadie sensato cree que es una bendición haber nacido, nadie con la cabeza sana diría que la felicidad es una estado no utópico, antes bien la gente inteligente no encuentra la hora de que el mundo se pare para bajarse de este tren con destino al infierno.
Para terminar mencionaré, junto con el buen Rouseau: yo no sé qué sea la vida eterna, pero ésta es una estúpida broma de mal gusto.
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