EL MARTIRIO
DE LAS PLANTAS
La Habana, Cuba, julio de 1999. De veras que lo que es no tener que hacer, mi estimado amigo. Ahora me vengo (¡Huuummm!) a enterar de que los fabricantes de juguetes han inventado uno que mide las emociones de las plantas, obviamente me refiero a los vegetales, no a las plantas de los pies ni a las de luz porque a ellas nadie les consulta. Me refiero al Plantone que se anuncia como el Tamagochi del fin de siglo; consta de un bastón que se entierra en la maceta y tiene dos pinzas que se adhieren a las hojas del organismo investigado, además de un dispositivo de luces -yo le añadiría sonidos- para determinar las reacciones de los vegetales a estímulos tales como la música, las palabras, la luz, etcétera, con lo cual se quiere demostrar además, la vieja creencia de que las plantas reaccionan a las situaciones de su entorno como la agresividad o la amabilidad de los humanos. Esto que aparece ocioso, no deja de ser curioso, porque puestos a echar a volar la imaginación, pongámonos en el caso de que nuestro querido amigo Lipe González comprara uno de esos bastoncitos para la jardinera que tiene en su despacho y a partir de allí, veamos qué es lo que ocurriría.
El primero que aparece en escena por la puerta de toriles es nada más y nada menos que el empresario de los camionero Roberto Díaz Ruiz que viene acompañado de una tonelada de papeles que se salen de los abultados portafolios. Son las cuentas del Patronato de la Feria. Los avienta sobre la mesa de juntas en el Salón Gobernadores y los dos personajes comienzan a hacer cuentas sobre los resultados financieros de la mencionada feria. Ambos se relamen los labios de gusto, se frotan las manos y de sus cabezas brotan signos de $$$$$$ a la vez que escuchan dentro de sus cerebros campanillas tilín, tilín de ajetreadas máquinas registradoras. Desde sus retratos colocados en las paredes del recinto, El Güero Landeros, Otto Granados y Miguel Ángel Barberena (+) miran con envidia el pastel que se perdieron. En la contabilidad, don Rober le dice al Ejecutivo, La verdad no nos fue mal, y en el debe solamente tenemos que un guarura perdió el dedo de un balazo. Le dieron de mamporros a Martín Barberena -lástima que no le dieron más -piensa el Gober y lástima que no iba con él el sangrón de Armando López Campa- y ante esto, la plantas se ponen verdes de gusto y hasta comienzan a aplaudir con sus hojas y sufren un derrame de clorofila. El Plantone es todo un éxito y de sus luces se enciende un emblema de Bancomer como publicidad para que corran a hacer el depósito de las ganancias. Eso sí- se prometen los dos ejecutivos- el año que entra hay que cuidarle las mañas a los papás de las candidatas porque luego quieren meter manotas en la caja y entonces ¿para qué estamos nosotros?.
FÓSILES
El segundo de la tarde, es el contador Medrando Parada que ahora se ha disfrazado de comunicador. Trae consigo el resultado de la auditoria practicada al mago de las finanzas Jorge Papadimitriou, el hombre que alquilaba los terrenos de la televisora cultural para ocuparlos de cantina en la Feria de San Marcos, pero lo ha dejado afuera en un tráiler estacionado en la Plaza de la Patria. Es que las facturas y las irregularidades no caben en Palacio, señor gobernador, explica el tenedor de libros. Se dice que son tantas que es posible que documenten supuestos intercambios de publicidad con rendimientos particulares, las postales que trajo de sus viajes europeos, los programas que dejó de producir por falta de imaginación y porque no le redituaban a su chequera personal y el antifaz que usaba para presentarse a trabajar. Muy bien, dice el señor Gobernador, pásale todo ese valiosísimo material a Angel Hernández Arias, para que lo incorpore al Archivo del Estado, va a ser muy útil para los arqueólogos que se metan a escudriñar de aquí a doscientos o trescientos años y nosotros como Pilatos, vamos a lavarnos los pies, porque acaso ¿qué?, ¿Pilatos no se los lavaba?. .
Ya para entonces, las plantas del despacho se habrán convertido en fósiles, pero por lo pronto languidecen, se ponen amarillas y se dejan caer marchitas como las ilusiones de los hidrocálidos de que alguna vez se les haga justicia..
HUNDIMIENTOS
PELIGROSOS
Me platican que los hundimientos que provoca la Falla de San Andrés en la culta ciudad de Aguascalientes, se están convirtiendo en verdaderamente peligrosos. El otro día venían caminando muy discutidores por la calle Venustiano Carranza Xavier Aguilera y Andrés El Tío Valdivia, cuando de repente el suelo se hundió y nuestros amigos fueron a dar al fondo de una sima oscura. Los dos, perplejos, comenzaron a sacudirse la ropa para quitarse el polvo y apenas repuestos de la sorpresa, se pusieron a encontrarle explicación al raro suceso. Pa mi que esto es obra de Roberto Padilla dijo don Xavier O de Armando López Campa, masculló el profesor emérito. Como quiera que sea, intentaron salir del apuro dando fuertes voces hacia la superficie: Ayúdenos, somos Aguilera y Valdivia, del PRI. Los transeúntes se asomaban sintiendo ñáñaras de darse un resbalón e irle a hacer compañía a tribunos tan egregios y cuando identificaban a los damnificados, les aventaban lo que traían a mano, cosas tales como cáscaras de banano y de naranja y uno que otro feo epíteto y seguían luego su camino con una sonrisa como de venganza cumplida y pensando en que la justicia es en verdad inmanente. Advertido de la situación, Luis Armando Reynoso, el presidente Municipal, se hizo pato y dejó las cosas como estaban limitándose a colocar unas vallas de protección y unas luminarias a fin de evitar que otros peatones cayeran al vacío, pero temiendo las consecuencias de la crítica, dispuso un acuerdo de Cabildo a fin de tapar el hoyo con su valioso contenido adentro y proveyó a los operarios de tapones para las orejas a fin de dar oídos sordos a los gritos de los accidentados, según reza el refrán.
Las cosas así hubieran ocurrido, pero el piadoso Obispo Ramón Godínez Flores intercedió por ellos y fue y les echó agua bendita y luego ordenó con todo el poder de su autoridad celestial, que fuesen rescatados los conocidos políticos con lo cual Aguascalientes se salvó de sufrir el serio descalabro que la pérdida de estos dignatarios le hubiera significado. Nos da mucho gusto que así haya terminado el episodio y el PRI pueda seguir contando en su mermada nomenklatura con tan irremplazables próceres.
ADIÓS TEPACHE,
ADIÓS
Según me he venido (Otra vez ¡Huuummm!) enterando, los críticos literarios consideran que mis escritos se inscriben en la corriente del Romanticismo que ha tenido tantos seguidores y yo creo que así es. Me acuerdo cuando hace algunos años, Gustavo Adolfo Becquer, José José, Rubén Darío, Quentin Tarantino, Bigas Luna, Simón Bolívar, José Luis El Ginger Engel y Álvaro Carrillo, nos reuníamos en una tepachería a escribir delicados poemas sobre hojas de papel de estraza. Allí estábamos dale y dale con nuestros lápices compitiendo a ver a quien nos salían mejor los sonetos, los endecasílabos, los tropos y los ripios, mientras degustábamos flautas de pollo y cerdo, lubricadas por deliciosos tepaches, mientras en una mesa vecina, Víctor Sandoval, Pablo Neruda y Octavio Paz acechaban de incógnito a ver si nos copiaban algunos madrigales para presentarse en sociedad como glorias de las letras atenidos al fruto de nuestra inspiración. ¡Oh! ¡Cuánta nostalgia me da acordarme de aquellos viejos y felices tiempos!. Entonces sólo bastaba que sacudiéramos nuestras humildes hojas y las dejáramos secar a fin de poder llevarlas a la imprenta donde nos editaban nuestras plaquettes De entonces data mi afición por el tepache y la literatura. A veces nos acompañaba Manuel M. Ponce, nomás que el canosito cuando iba a dar un concierto en Bellas Artes, luego se tenía que aguantar las ganas de ir al baño a evacuar tanta bebida espirituosa consumida hasta que terminara sus memorables presentaciones. En vista de tanto sacrificio que pasaba, decidió ausentarse del grupo cuando le tocaba chamba.
Pues esa mala costumbre de beber y trabajar ahora que la tecnología ha rotado los hábitos de trabajo, me ha traído dificultades sin fin. Cuando el tarro de tepache se me vira sobre el teclado de la computadora me queda todo chamosguioso y el otro día lo tuve que llevar al taller de Compaq. Los técnicos se hicieron cruces tratando de averiguar el origen del desperfecto del periférico de marras y le aplicaron Carbono 14 y Gas Zorín, pero no pudieron determinar la naturaleza del líquido empalagoso. Cuando me preguntaron qué era aquello y les expliqué, me mandaron con cajas destempladas a la tintorería a que le dieran una lavada en seco al aparato y a mí una planchadita para que se me desvanecieran las arrugas. Les dije cosas feas y creo que hasta me acordé de sus mamases -de las de los técnicos, no de la de ustedes, mis dilectos lectores- asi que mejor he optado por adquirir vicios menos húmedos si es que he de optar por seguir perteneciendo al movimiento de los Románticos de la literatura universal.
LOS AÑOS DE
HEMINGWAY
Me entero con envidia que el compañero Ernest Hemingway vivió 23 años en La Habana y por eso tuvo chance de darse color de cómo era la vida por aquí y yo apenas tengo escasos 14 meses, por lo que me urge prolongar mi año sabático en este lugar a fin de continuar con mis estudios especializados de antropología aplicada, pero si quiero lograr tan loable propósito, es menester que consiga con qué vivir ya que como ustedes se habrán de imaginar, salgo un poquito caro, por más que he desplegado mis habituales costumbres morigeradas y de austeridad casi espartana. Yo creo que si la culta comunidad aguascalentense se pone a mano con su granito de dólares bien podríamos llevar a buen puerto esta hazaña de la humanidad que no es menos gloriosa que la realizada por Neil Armstrong hace 30 años, de llegar a la Luna. Miren ustedes, con una buena cooperación se puede crear un fideicomiso a favor de la exportación de productos hidrocálidos hacia el Caribe. Tengan en cuenta que Hemingway pudo con ese financiamiento obtener un Premio Nobel y toneladas de publicidad que favorecen los lugares donde vivió y semejantes rendimientos pueden aplicarse a la tierra del Cerro del Occiso si obran ustedes juiciosamente. Ahora bien, les prometo retribuir religiosamente todas las erogaciones que a tan noble fin se realicen, con la confianza de que yo voy a pagar primero que el Comité Directivo Estatal del PRI a sus acreedores y, en todo caso, puedo abrir un poquito la puerta para meter la deuda en el Fobaproa -la mía, la del PRI no tiene esperanza- y se la heredamos a las próximas generaciones de mexicanos, tal y como lo han hecho Carlos Cabal Peniche y todos los demás prohombres de la banca y el gobierno. Esto es lo que yo llamo una auténtica suscripción popular y los depósitos pueden hacerlos a la cuenta bancaria de Crisol que ya llegué a un arreglo con don Gus y éste ha prometido no clavarse los centavos ni sus respectivos rendimientos. Una inversión así, es más segura que apostarle a la candidatura de Humberto Roque Villanueva a la presidencia de la República. Se los aseguro.
MEMORIAL DE UN
PEYOTAZO
Con un común amigo, mi querido compadre Jorge Ferreira que tiene tan buenos sentimientos que nunca se olvida de mi, me mandó una bola de peyote, con tan mala suerte que fue cachada por los inspectores de sanidad destacados en el aeropuerto José Martí. Los avezados biólogos estaban intrigados por lo que podría ser el raro vegetal. Les dije que era una especie mexicana de chayote y les ofrecí una probadita. Les gustó el sabor y se pusieron a masticar ansiosamente y se lo pasaban unos a otros y hasta compartieron con los de aduanas. En el rostro de ellos se comenzó a dibujar una alegre sonrisita y al rato estaban todos bailando salsa, al grado de que los turistas pensaron que se trataba de un show de bienvenida y pudieron cruzar todos sin revisión alguna como una cortesía de las autoridades caribeñas.
Como la cosa no era para desperdiciar este inapreciable tesoro, con él me fui en la noche con mi esposa Laura y mi hija Lorena a La Zorra y el Cuervo, que es la Catedral caribeña del Jazz y en él se presentaba el conjunto Standard Boys, integrado por jóvenes egresados de los mejores planteles de música como la Academia Amadeo Roldán y la Escuela Nacional de Artes. Allí me tienen, masque y masque mi verde chiclito a la vez que seguía con la cabeza, los pies y chasqueando los dedos -¡chaz!, ¡chaz!, ¡chaz!-, las sincopaciones de la música. Ya para entonces en la pantalla que tengo debajo de la frente, yo veía desfilar sin orden ni concierto cuadros de Picasso, de Francisco Toledo y creo que hasta de Efrén El Vikingo González Cuéllar, porque todos pintan muy feo, pero eso sí, con mucho colorido. Ya en pleno frenesí, le pedí prestado el saxofón al maestro Luis Enrique quien, generoso, me hizo el avío. Acto seguido le comencé a meter duro a la soplada logrando ejecuciones nunca antes oídas por los miembros de la banda quienes batallaban para seguir mis improvisaciones. Extrañados y cuando sudaba yo copiosamente y con las venas del cuello levantadas por el esfuerzo, me preguntaron que cómo lograba yo esas alturas musicales, que si había estudiado en New Orleans o había actuado en el Blue Note de Nueva York o en el Blues Alley de Washington, y no me quedó más remedio que convidarles del secreto. Lo que ocurrió allí fue de película como podrán ver si brincan al siguiente párrafo.
Mis compañeros comieron todos de él -del peyote- pusieron en tensión todos sus nervios corporales y el ambiente del sitio se crispó de una energía eléctrica inconcebible y la asamblea se puso a bailar y tararear frenéticamente, tanto fue así, que poco a poco salimos del local danzando en fila india. Ordené que tocáramos La Marcha de los Santos y El Día que se Casó mi Tía Ruperta y con ese ritmo desfilamos por La Rampa y alcanzamos el Malecón en donde nos unimos al desfile de Carnaval que a esa hora se escenificaba. Ya se imaginarán ustedes los brincos que pegábamos y el asombro en el rostro de los mulaticos que nos observaban y nos señalaban con el dedo a nuestro paso. Claro que es difícil tocar y danzar al mismo tiempo, pero lo íbamos haciendo como si nada. El que más sufría era el del piano a quien alcancé a oír que musitó: Chico, de haber sabido que iba a venir este loco, me traigo el teclado y no el piano, el cual cargaba en un hombro mientras lo tocaba con la mano que le quedaba libre. El de los drums, resolvió el problema ambulatorio poniendo a varios niños mulaticos a soportarle los tambores y las tarolas y él se limitaba a ir detrás de ellos, con la mirada puesta en el firmamento, aplicando recios mandarriazos con sus palos, pero cuando se equivocaba, le atizaba los toques a la cabecita de los infantes a quienes no les dolía, porque el sonido musical que les arrancaban los golpes los hacía gozar y sentir que traían la música por dentro aunque el ruido que se producía en verdad era como cuando se le pega a una calabaza hueca.
LA SALSA ES PEOR
Al pasar por el Hospital Hermanos Almejeiras yo ya andaba excedido de entusiasmo y al pegar un brinco mientras tocábamos Cantando Bajo la Lluvia y bailábamos al estilo de Gene Kelly, me quedé allá arriba y no pude bajar, hasta que un grupo de forzudos muchachos que tomaban toneladas de cerveza en un kiosco, se aventaron a agarrarme de los pies y el peso conjunto de todos ellos me devolvió a la superficie del suelo.
A la noche siguiente no quise repetir el jazzístico experimento y mejor me fui a practicar la mascada de alcaloides al Palacio de la Salsa, pero allí resultó peor la cosa, porque en vez de ver cuadros pictóricos, lo que se me apareció en la mente, mientras la mulatiza se aplicaba a dar pasos de Casino, fueron películas de esas XXXXXX y recuerdo una en la que aparecía un tremendo negro, como aquél legendario Bill Wright que vivió y murió en Aguascalientes; el actor se dedicaba a brincar en cueros en una habitación profusamente iluminada, aplicando tremendos latigazos a las arañas que estaban en el techo con su chica cosota. Nada más se oían los ¡FUUUUZZZZZZZ!, ¡ZZZUUUUAAAAAAAZZZZZZZ!, que hacía el tremendo manguerón del negro golpeando contra las paredes y rompiendo lámparas y ceniceros, porque eso sí, puntería no tenía ninguna, pero sí mucho entusiasmo. Las pobres arañitas asustadas, se agachaban para esquivar los mortales mandarriazos. Ya más no les platico porque corro el riesgo de que la censura se cebe sobre esta prestigiosa revista y puede ser que si un día Don Gus se decide a colgarla de los muros de la Casa de la Cultura en plan de exposición, capaz que llega Alfredo El Insecto Reyes y Gerardo El Beato Raygoza y la prohiben. Acuérdense que El Mosco va a ser Senador de la República para mayor Gloria de Aguascalientes y fulgor de la Patria entera y está necesitado de causas a las cuales dedicar sus nobles sentimientos y no vaya a ser que yo le de pretexto para que monte su campaña de proselitismo político y como ustedes se podrán dar cuenta, esta gallarda columna es irrenunciablemente apolítica.
Aquí, don Gus, necesito que me ayude. Dígale por favor al Ginger que me mande unas cuatro toneladas de peyote y doscientos kilógramos de hachís. Si molemos juntos estos elementos con cáscara de plátano y le añadimos bicarbonato de sodio para que rinda más, podemos venderlo como complemento vitamínico y así dotar de más energía a la población. Yo hago negocio y a lo mejor los cubanos ganan las próximas Olimpíadas. Si no consigue, no le hace, que disponga de su propio guardadito que yo le mando dólares para que se lo repongan mis cuates del cartel de..la Plaza México. (Ustedes qué dijeron: Este güey ya se quemó y va a soltar la de macarrón, o sea, la sopa. ¿Si? ¡Pues Cuicuiri!.).
Bueno, pues ya me voy que todavía me quedó algo de este milagroso vegetal y no es como para estar perdiendo el tiempo en la computadora cuando afuera está el mar y sus bellezas y hay que contemplarlo a través del velo de la feliz alucinación. Es más, ya me fui y ya comencé a ver elefantes verdes con un hilo dental que se les pierden en las rugosidades del trasero.
Ustedes se lo pierden.
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