Si las elecciones fueran hoy la gente votaría por Vicente Fox. Eso dicen los partidarios del guanajuatense, lo que es explicable, pero también lo dicen las encuestas, hecho que ya no resulta tan fácil de explicar. Se puede argüir que Fox le dice a cada público justamente lo que éste espera oír, lo que habla bien del instinto político del bato con botas, pero muy mal de quienes le creen.
Lo cierto es más allá de filias y fobias, esa actitud entrona, ese machismo voluntarista de dar respuestas para todo aunque cada una contradiga la anterior es, precisamente, lo que permite al panista despertar esperanzas, lo que encaja perfectamente con la obligación que tiene todo político de vender sueños, pues sin alentar ilusiones no se crea el necesario clima de confianza para avanzar. Eso, creo, es el mayor mérito de Fox, insisto, más allá de las filiaciones partidarias.
Para echar abajo esa campaña de Vicente Fox, habría que demostrar que su gestión gubernamental en Guanajuato está lejos de ser tan generosa como la pinta su autor. La única manera de desnudar la demagogia que puede haber tras el múltiple discurso foxiano es mostrando descarnadamente los hechos, especialmente aquellos que desmientan de manera contundente la imagen de eficiencia que el propio precandidato se ha encargado de delinear.
Una de las armas mejor usadas contra Cuauhtémoc Cárdenas, el precandidato fuerte del PRD, es exhibir sus desaciertos, sus omisiones, su incapacidad para hacer frente a los complejos problemas capitalinos. Sus enemigos han sido implacables en esa labor de demolición del prestigio cardenista y no han reparado en medios ni se han detenido por razones éticas.
Los adversarios del tótem perredista le han dado con todo. La inexperiencia de su equipo ha contribuido a menoscabar la reputación de eficacia que necesita todo precandidato y una de las claves de la caída en las encuestas hay que buscarla en una monumental imposibilidad de explicar a los ciudadanos los éxitos en la lucha contra la corrupción, lo que esos éxitos han significado en términos de pesos y centavos, los aciertos de orden administrativo, la batalla contra el influyentismo y la actitud ejemplar de los funcionarios del gobierno capitalino y del propio Cuauhtémoc en asuntos tales como las percepciones, pues no se olvide que el gobierno de la Ciudad de México, a diferencia del federal, sí dio a conocer los sueldos de los funcionarios, a los que Cárdenas puso un tope, a la vez que suprimió los bonos y otros ingresos que en el ámbito federal propicia una danza de los millones que cada quien baila con su propia música.
La administración capitalina ha dado una grandiosa lección ética, pero lamentablemente le ha faltado un buen método didáctico, pues pocos se han enterado y menos todavía han entendido, a partir de ese punto, que los ciudadanos tenemos derecho a saber cómo se gastan los gobernantes nuestro dinero, cuánto tiene cada uno de sueldo y otros ingresos que salen del bolsillo de los contribuyentes. Se dirá que el PRD no está obligado a ser la escuelita de los derechos mínimos de todo mexicano, pero lo cierto es que alguien tiene que ejercer esa función, sobre todo si panistas y priistas se empeñan, como el asunto del Fobaproa, en hacerle un monumento al cinismo.
De esta manera, el país asiste al espectáculo terrible de un candidato que tiene ofertas para todos, aunque sus hechos estén por verse, y otro que parece sin oferta porque él y sus colaboradores han sido incapaces de mostrar con elocuencia la validez de sus actos. Es una paradoja que exhibe las insoslayables paradojas de la democracia representativa, sobre todo de ésta, la mexicana, que es como quinceañera pobre en un medio de tentaciones: tan joven y tan expuesta a la maldad del mundo.
Por el lado del PRI las cosas no son para celebrarse. Humberto Roque Villanueva, «El Brother», es el pariente pobre en esa feria del despilfarro que es la campaña interna del PRI. Sin dinero, sin personalidad, sin programa y sin apoyos, su única esperanza es que los otros se destacen -lo que efectivamente están haciendo- para emerger como el ganón, pues al ser tan débil nadie se preocupa en tirarle tarascadas.
Manuel Bartlett entra en la recta final como la gran decepción de la temporada. El fue quien abrió el fuego y en algún momento apareció como el priista audaz, el vanguardista, el precandidato más articulado, el que sabía lo que estaba diciendo, el que tenía las respuestas para todos los males del país, el hombre que por donde pasaba abría un surco con su colmillo político. Todo parecía ir muy bien, pero dejó la gubernatura de Puebla y se desinfló. El apoyo de la CROC no parece suficiente, menos todavía si se recuerda que esa central sindical no ha cerrado sus puertas a otros precandidatos. Incluso algunos funcionarios que en voz baja confesaban sus simpatías por el ex secretario de Gobernación y de Educación, hoy se muestran poco interesados en él y, con la vista puesta en las chambas del próximo sexenio y en el reparto de posiciones, voltean hacia otros precandidatos que parecen más sólidos o más pragmáticos que Bartlett, símbolo de una dureza que ya no se ajusta a los tiempos que corren.
Francisco Labastida está haciendo la campaña previsible, a la vieja usanza. Tiene detrás «todo el poder el Estado», como dice el clásico sexenal, cuenta con el respaldo de la dirección del PRI, a donde llega lo esperan las manadas de acarreados, las alabanzas de los jilgueros, las mantas y pancartas que lo anuncian como el Nuevo Salvador. Es un hombre que dispone de recursos prácticamente ilimitados y su mayor problema es gastarlos sin que se note demasiado. Y sin embargo, su campaña se mantiene en la espesa grisura previsible.
Nada puede ofrecer, nada convincente, el precandidato que aparece como el forzoso continuador de una política económica empobrecedora y antinacional que tiene a la mitad de los mexicanos en la pobreza. Una política que no convoca adhesiones y que es detestada incluso por su propio partido.
Pero, para su desgracia, Labastida arrastra una cauda de problemas irresueltos. Ninguno de los problemas que recibió al llegar a la Secretaría de Gobernación tuvo la respuesta pronta y eficaz que los mexicanos esperábamos. Ninguno. Todos -con la excepción del asunto de los refugiados guatemaltecos, que no es precisamente mérito suyo- son problemas que este gobierno le hereda al siguiente. De ahí que su anuncio de un arreglo con el zapatismo chiapaneco se oiga más falso que el tintineo de una moneda de tres pesos.
A diferencia de Fox, Labastida no tiene discurso porque habla con palabras prestadas y gastadas. Encarna un indeseable futuro de más de lo mismo, y sólo unos cuantos mexicanos están dispuestos a seguir tomando la misma sopa. Labastida sólo suscita la indiferencia del electorado y de los propios priistas. Si con ese tono monocorde invita a sus fiestas, seguramente nadie va por gusto.
En la mediocridad del ex secretario de Gobernación hay que buscar las razones del éxito de Roberto Madrazo, el único gobernador priista que ha demandado al presidente de la República, precisamente al que todavía está en la silla. Es el funcionario que iba a ser destituido y respondió organizando un motín del priismo tabasqueño. Roberto Madrazo, cuando era gobernador, hizo una costosa campaña de televisión. Amenazaron en Los Pinos con investigarlo y respondió con otra campaña, esta vez fuera del gobierno de Tabasco.
Frente a un golpeado Cárdenas, la gran preocupación de los priistas debe ser el machismo de Fox, y para el caso el único precandidato priista que parece capaz de detener al guanajuatense es Madrazo, que en materia de bravuconadas, de promesas y de propaganda goebbelsiana no se queda atrás. Faltan muchos meses para el 2000, pero las lecciones están a la vista. Que las tome el que quiera.
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