* Poli Alatorre
Corría el año de 1910; tras más de tres décadas de férrea dictadura, Porfirio Díaz estaba a punto de ser obligado a abandonar el poder. La clase adinerada de entonces vivía indiferente a las necesidades de miles de mexicanos, así como a las injusticias y arbitrariedades de que eran objeto. Detrás de las altísimas bardas de piedra, se levantaban, rodeadas de bellos jardines, ostentosas mansiones en cuyos salones, alumbrados con candiles franceses, se deslizaban recatadas señoritas inspiradas por las notas de algún vals vienés, siempre ataviadas con elegantes vestidos confeccionados con la última moda en estampados europeos.
Mientras tanto, no lejos de ahí, campesinos indígenas eran despojados de sus tierras que disfrutaban latifundistas, tanto mexicanos como extranjeros. Quienes mostraban su descontento, eran enviados, con cualquier pretexto, a Valle Nacional, un terrible campo de trabajo de donde dIfícilmente se salía con vida. Grupos étnicos como los Yaquis y los Mayos habían sido cruelmente masacrados. La pobreza, las infamias y las injusticias, fueron la causa de que grupos opositores al gobierno de Díaz, bajo las órdenes de Francisco I. Madero, se sublevaran dando comienzo la lucha armada que lograra la renuncia del dictador en el mes de mayo de 1911.
En el sur del país, destacó la figura de un gran hombre que a través del tiempo ha sido para muchos guía y ejemplo. Sus misteriosos e impactantes ojos negros miraron siempre hacia los más desheredados, hacia los discriminados indígenas y campesinos, luchando siempre por ellos y para ellos sin siquiera pasar por su mente el obtener algo para sí mismo. Su Plan de Ayala ha servido de inspiración a reformas agrarias de América Latina y grandes artistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, han plasmado en sus telas al hombre cabal por quien sentían tanta admiración. En la Hacienda de Chinameca, a traición, el Caudillo fue brutalmente asesinado el 10 de abril de 1919, poco antes de que la revolución triunfara y de que su nombre fuera grabado para siempre en la historia. Se trata, claro está, del General Emiliano Zapata.
Han pasado 80 años desde entonces y el país ha dado grandes pasos hacia el progreso. Bajo un modernísimo World Trade Center, hermosas avenidas recorren la Ciudad de México, salpicadas de funcionales centros comerciales, lujosos restaurantes e importantes compañías nacionales y transnacionales. En la provincia, se aprecian atractivos lugares turísticos, tanto en típicas ciudades coloniales, cuyas empedradas callejuelas son mudos testigos de románticas historias, como en paradisiacas playas que bañan los pies de majestuosos hoteles desde donde se puede admirar un mar de mil azules. Pero también hay otra lamentable cara de la moneda. No existe más Valle Nacional pero inhumanos caciques oprimen todavía a los indígenas y campesinos. Prisiones semiclandestinas esconden entre sus paredes a hombres y mujeres que en ocasiones, no hablan español e ignoran, a veces, el delito que cometieron. Seres humanos, mexicanos también, que viven en precarias condiciones.
Mientras tanto, no lejos de ahí, existen aún las suntuosas mansiones tras altísimas bardas de piedra y rodeadas de hermosos jardines. Dentro de sus lujosos salones, ya no se baila el vals pero sus habitantes continúan, en su mayoría, indiferentes al problema mientras los hombres comentan sobre índices financieros y las mujeres sobre el último Shoping Center que visitaron, ahora ataviados con casimires ingleses y vestidos Made in USA.
Chiapas es uno de los Estados de la República Mexicana en donde las necesidades de los indígenas se hacen patentes día a día. El primero de enero de 1994, nuevamente se levantó un movimiento armado en defensa, como en aquel 1910, de los más olvidados. Hoy no son los penetrantes ojos negros del General Zapata los que se dejan ver, pero son ellos, tal vez, los que miran a través de los apacibles ojos claros del Subcomandante Marcos. Poco a poco, el EZLN ha provocado que miles de mexicanos nos enfrentemos a la realidad indígena que unos ignoraban y a otros parecía no importarles.
Sin duda nadie quiere violencia, ni siquiera Marcos y su movimiento, es por ello que conversan con el Gobierno en un intento de llegar a una solución pacífica, pero también es evidente que los indígenas requieren de la atención que casi nunca se les ha prestado. Es lamentable que exista un movimiento armado en este hermoso país, tanto por las consecuencias que pudiesen surgir, como por el motivo que lo provocó, pero confío en que trabajaremos juntos para evitar que continúe el hambre que oprime a nuestros hermanos. Esperamos todos que las conversaciones lleguen a buen fin y ojalá que la lucha del EZLN sirva para que los mexicanos abramos los ojos entrelazándolos con los profundos ojos negros del General Zapata y los enigmáticos ojos claros del Subcomandante Marcos, mirando todos hacia el mismo horizonte, el de la paz, la justicia y la equidad.
Lograremos entonces, juntos, que no haya más gente acostumbrada a que la vida oprima siempre con la misma fuerza y que después de vivir así una cincuentena de años, el hombre muera.
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