Actores imaginarios o imaginarios sin actores

* Robinson Salazar P.

La paz en Colombia presenta serias dificultades para concretarse, debido a que los actores involucrados no se reconocen entre sí como interlocutores válidos para un diálogo amplio y constructivo, ya que en la mesa en construcción aparecen grupos que no son actores, pero se autoproclaman como tal; los verdaderos actores todavía, a estas alturas, no deciden armar una agenda bilateral para el diálogo porque la desconfianza priva sobre la reciprocidad para un alto al fuego.

Un alto al fuego puede ser una decisión unilateral, casi siempre la toma quien está o ejerce el poder constitucional, de ahí que el presidente Pastrana es el más indicado para dar el paso adelante; sin embargo, la presión de los altos mandos militares no lo permiten, dado que una decisión de esa naturaleza los dejaría en desventaja frente a la política de la FARC y el ELN, cuyo vector es negociar peleando, a fin de que al arribar a la mesa de diálogo, la fortaleza militar quede registrada en puntos favorables para inclinar la balanza a su favor cuando tengan que negociar sobre el destino de las armas y de los combatientes.

Es este nudo el que no deja ver claro el inicio de un proceso de paz, pero si volvemos los ojos hacia atrás, podemos registrar en nuestras mente lo que aconteció en El Salvador, Guatemala y , con sus particularidades, Nicaragua. No se negocia sin armas ni callando los fusiles, eso demostraría cansancio, hastío y desesperación, Se tomaría por la contraparte como un debilitamiento y ansiedad de negociar antes que perder.

Negociar con las armas en alto y con el fuego de por medio, nos da a entender que la rivalidad sigue hasta que no se haya construido un consenso y éste debe ser por partes iguales. Apagar el fuego antes de cocinar la paz, indica que la lucha se prolonga y alguien puede declararse vencedor; negociar luchando es sinónimo de destruir construyendo, porque hay vestigios de un régimen caduco que se esconde en enclaves culturales, económicos y políticos y tras ellos llama a deponer las armas para después alzar las suyas, es el caso de los sectores conservadores que lucran con la guerra en Colombia y desean desterrar a los insurgentes, con el fino propósito de apoderarse de todo el terreno político y dominar a sus anchas.

Entonces, la construcción del proceso de paz en Colombia es compleja y relacional, en la medida que tiene un sinnúmero de articulaciones con otros fenómenos sociales y políticos que la llaman a participar como un eje disipador de incertidumbre; también se entrelaza con diversos entornos particulares que se riñen entre sí y que se disputan un mismo espacio; sobrevive, el proceso de pacificación, sobre un subsuelo abigarrado de ingredientes conflictuales propio de cada realidad particular y del todo orgánico que constituye la sociedad en su conjunto.

Con esta premisa de antemano, se nos presenta difícil de explicar el proceso de paz en el país sudamericano, toda vez que, aceptemos tomar como punto de partida cómo y porqué se originó el conflicto armado.

Es incuestionable el valor y el peso político que tiene la génesis del conflicto; asimismo, la singularidad de cada actor insumiso: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Ejército de Liberación Nacional (ELN), Ejército Popular de Liberación (EPL) y los otros grupos que se inscribieron en el ayer, y, que en el transcurso de la construcción del proceso de paz, se fueron aproximando, mediante sus negociaciones, para dar cabida a lo que hoy vivimos: una paz en edificación.

Sobre la génesis de los grupos armados y del núcleo del conflicto, hay cientos de miles de paginas escritas, algunas con una carga ortodoxa, otras muy esclarecedoras, pero todas tienen su mérito y más aún, han aportado conocimientos valiosos para descubrir un mundo desconocido en el transcurso de sus investigaciones.

Pero el proceso de paz es algo más que la génesis del mapa actoral que es parte del escenario conflictual; es una complejidad, que si bien tiene antecedentes, está constituidos por todos actores insumisos o beligerantes que se desprendieron de la matriz intolerante y excluyente del régimen político colombiano; además, hay que tener en cuenta hoy día, que el gobierno es el interlocutor que se sienta en la mesa para dialogar y construir consenso macro con los grupos alzados en armas; y, adquiere vida propia, al momento que todos los actores involucrados ponen sobre la mesa lo siguiente: voluntad para el diálogo; reconocimiento del otro como adversario y no como enemigo a eliminar; una actitud mental que los posicione, a cada uno, como interlocutor y no como ganador ni perdedor; la disposición de apartar, en un comienzo, la carga de significancias que cada grupo ha estructurado en su imaginario, no para marginarlas de las negociaciones, pero sí para que no sean alineadas al principio de una negociación y un respeto recíproco entre las partes a negociar.

Qué debemos tener

en cuenta

Por un lado, reconocer que el tema de la paz es político, si vemos la política como la transformación del conflicto en un consenso amplio e incluyente de los actores enfrentados; que la orientación pacificadora se sustenta en la empatía con las preocupaciones de todas las partes por recomponer una realidad social que es de todos y que hasta ahora no había sido construido teóricamente.

Otra arista del fenómeno es que la paz, como proceso constituyente, es permanente e inacabado, no se concluye con la firma de los acuerdos, sino que se transforma en una fuente de consensos inagotable que pueda permear todos los rincones del país colombiano, en la medida que rompa los diques que impiden la comunicación e interacción entre los distintos actores que viven y recrean una realidad y al ser instaurada, la paz, abra las compuertas de acceso a la construcción de la pluralidad, la multiculturalidad y la democracia ampliada.

No es nada nuevo reconocer, que la paz tiene como punto de partida a la hostilidad y la negación de derechos, donde la figura de amigo-enemigo es el eje fundamental, y la confrontación entre los actores es la enemistad pública, misma que está respaldada por unos intereses, convicciones, valores y posesiones.

Pero, es innegable que la guerra y política está separada por un delgado himen, poco perceptibles, aunque la una encierra la otra. La guerra es entendida como el límite de la polarización cuando los canales de comunicación entre los sujetos en conflicto se cierran, provocando una particular acción colectiva.

La acción colectiva como acto de guerra, es aquella por el que una conciencia colectiva enfrenta una situación (estructura de dominación, violación de derechos ciudadanos, etc.) y la cambia, creando situaciones inéditas.

Vemos entonces, que una acción no se centra en contra de una persona o grupo específico, sino a un orden social impuesto; es la revelación de un segmento social en contra un eje de dominación y de exclusión, por ello cuestiona las raíces de la imposición de unas reglas del juego y del juego mismo.

Aquí hay algo novedoso, la guerra que manejan los insurgentes colombianos no es de exterminio absoluto del otro, pues la hostilidad no está dirigida al sujeto contrario, aunque él la personifique; sino al orden de cosas que el sujeto defensivo representa. Entonces el conflicto es el motor de la acción colectiva insumisa, misma que lleva sobre sí, valores, intereses y simbología de la ideología insumisa.

Este espectro relacional hace que los investigadores armen el rompecabezas de las pretensiones de los actores en conflictos y que están esperanzados, todos, en arribar a una paz, sin que sus intereses sean vulnerados, aunque vale la pena resaltar que los intereses son multidiverso, unos tienen referencia directa con la democracia, otros con la tenencia de la tierra, algunos más sobre la identidad étnica, sin menoscabar los que se inscriben en el marco de género, organización, libertad de credo y aspectos autonómicos. Ante ello, los acuerdos de paz tendrán que pasar por la galería del jardín floreciente del consenso.

Re-situar a los actores en una mesa constructora de consenso, no quiere decir que los conflictos se apagan, que el diálogo es sensato y que todo pasa por la deliberación. Consenso es algo más que un arribo, es un punto de partida donde las partes van a construir la escalera de ascenso al entendimiento, sin renunciar a sus ideales ni a sus demandas, sino para reconstruir un camino que de acceso a todo lo que aspiran, pero sin lesionar ni excluir al otro. Quizá algunas de las demandas se aplacen, otras se guardan en el almacén de los ideales, pero no se borran, porque tendrá, tarde o temprano, que aparecer una coyuntura favorable para intentar cristalizarla.

Retos internos de

los actores conflictuados

Romper el eje ortodoxo de la concepción de guerra en los actores armados.

Leer con lentes prismáticas la realidad, a fin, separarla, sin descomponerla, rearticularla y armonizarla bajo otros ideales

Abandonar, poco a poco, pero en un plazo perentorio, la pertenencia doctrinaria

Armar un domo de valores flexibles e incluyentes para aproximarse a las convergencias

Trazar los caminos para adaptar a los insurgentes a una vida ciudadana, plural, tolerante y pletórica de diálogos y acuerdos

Aprender a convivir, compartir y caminar con otros actores, aunque con ellos no se tengan muchos elementos identitarios, pero donde hallan traslapes o puntos comunes, armar un lazo convergente.

Qué ofrece

la realidad colombiana

Una heterogeneidad social

Un achatamiento del estado Nación y por consiguiente una liberación de nuevos actores emergentes

Una multiorganicidad de la sociedad civil

Nuevos actores: étnicos, de género, derechos humanos, ambulantes, jubilados, ONG y homosexuales entre otros.

Una restricción forzada del ejercito

Un desdibujamiento de la polarización este-oeste

Crisis de los partidos políticos

Un horizonte difuminado en la izquierda doctrinaria

Un desgaste social por la guerra

A que aspiran los Insurgentes

A resituarse como actores políticos en el nuevo escenario

A refundar algunas instituciones y otras a reinstitucionalizarse

A construir un nuevo Estado más incluyente a los reclamos de las nacionalidades sin estado

A llenar de contenido, con el acuerdo de paz, a los distintos actores políticos y sociales, susceptibles de armar futuros arcos convergentes con ellos

A ser gobierno desde la sociedad civil

A obligar a los actores en el poder a compartir y flexibilizar la cosa pública a través de elecciones limpias y con credibilidad.

A recuadricular el mapa actoral en cada país

Elementos que

requieren un

acuerdo de paz

Qué las partes bajen los niveles de desconfianza recíproca

Evitar la intención de vulnerar la identidad del otro

Aceptar la dimensión y naturaleza nacional del conflicto

Aceptar que el marco jurídico vigente no puede disolver el conflicto, por ello se requiere de una constituyente, que recoja lo mejor de la editada en 1991 y haga las innovaciones que se requieran.

Redefinir la percepción de verse a sí mismo negociando y en relación con el otro

Analizar las significancias que tienes los bienes que se negocian, algunas veces no tienen un valor exagerado, pero tras de ellos está la percepción sico- social de ganar o perder, si una de las partes pretende detener o deteriorar la significancia de uno de ellos, estamos seguro que no hay negociación.

La intervención de un garante que equilibre las dos voluntades por llegar a un acuerdo.

La voluntad política debe hacer referencia al modo en que las partes acuerdan o negocian alterar la relación de sub o superorden, a fin de reconstruir la capacidad de gobernar y obedecer en la sociedad.

Un diálogo permanente, consultivo, deliberativo y resolutivo por cada una de las partes conflictuadas.

Que se puede lograr

Con la paz se arribe a lo siguiente:

1/ La transición de la sociedad: que aumente el capital social que representa la sociabilización a fin de que la fragmentación que se vive se vaya diluyendo, poco a poco, hasta alcanzar una etapa de molecularización, cuya característica sea los enlaces asociativos entre los distintos grupos y actores sociales, a través de traslape identitarios y no por identidad en los principios doctrinarios, arrojando un sujeto multidimensional.

2/ Que la nueva socialidad tenga en su haber los siguientes elementos constituyentes:

- El aumento de la capacidad social de reflexión: producto de la globalidad excluyente y la identidad de la pobreza.

- Encuentro y reencuentro de los distintos actores en los traslape identitarios desde lo local, sin supeditarse a los ejes doctrinarios, sino ante las demandas sentidas y la exclusión, la identidad de la pobreza y la exclusión neoliberal.

3/ Construcción del nuevo reequilibrio social, cuya plataforma es el imaginario social en proceso de construcción, donde la complementariedad permita armonizar la comunidad entre los valores masculinos y femeninos (económicos y humanos)

4/ La mutación de la izquierda, alejada de la rigidez doctrinaria y cercana al tercer incluyente, superando a la derecha y a la izquierda ortodoxa, es algo substancialmente mejorado, convergente, con rostro humano.

5/ Un nuevo sujeto político de domo convergente: el insumiso, que no busca el poder para ejercerlo, sino para democratizarlo, diseminarlo sobre la sociedad civil y cargar de contenido político a todos los actores sociales y políticos para que la política ocupe su papel en la sociedad.

¿Quiénes entorpecen el proceso de paz?

No podemos, por responsabilidad social, señalar un solo actor como el culpable de que la platicas sobre la paz sea intermitente, pues sería muy riesgoso, dado que se descargaría bajo sus espaldas todo el fardo de las irregularidades de la guerra y el costo político-social de la confrontación.

Existen errores de las partes involucradas en el conflicto, los insurgentes han sufrido la presión del tiempo, ya que no tenían noción de la velocidad que tomaría el curso de las negociaciones, ni de la cantidad de ojos que velarían por el diálogo; los espacios de reflexión se acotaron significativamente y la comunicación que prevalecía entre la dirigencia insurgente y sus ramificaciones celulares no fue tan expedita como se desearía. Y justo ahí, por esos tabicamiento que surgen en el transcurso de los acontecimientos, los errores sobresalen y ponen candados parciales a la fuerza y a la voluntad de las partes para arribar al primer acuerdo de paz.

El gobierno también tiene su responsabilidad en la lentitud del diálogo, debido a que el presidente discursivamente combate y señala a los paramilitares como agentes del desorden, pero en la práctica permite y tolera que sectores de la sociedad enquistado en el poder apoyen a los “paranarcomilitares”, incluso limitan e intentan desconocer las acciones del gobierno, tal es el caso de los altos mandos militares, quienes muestran públicamente su tensión con Víctor G. Ricardo, alto comisionado del gobierno para el diálogo, denunciándolo como un representante gubernamental proclive a los guerrilleros e interesado por excluir a los militares del proceso.

Los errores tiene su precio, algunos incalculables, pues su magnitud se verá reflejada en la letra de los acuerdos, pero el secuestro de los misioneros indigenistas norteamericanos, el atentado del oleoducto en Machuca, ejecutado por el ELN, con un costo de 80 muertos para la sociedad civil; el secuestro del avión y los feligreses, han allanado el camino para que sectores retardatarios en Colombia censuren, señalen y griten, con desesperación, que no hay posibilidad ni capacidad del gobierno para controlar a los insurgentes, que el diálogo es inoperante y el argumento del mismo una falacia, dado que los guerrilleros, con sus actitudes y comportamiento buscan fortalecerse políticamente.

Quien capitaliza los errores de las partes involucradas en el diálogo son los paramilitares, cuya razón de ser ha arrojado miles de hojas sobre la sociogénesis de este grupo que condiciona un diálogo entre gobierno e insurgentes en función de ser el tercero en discordia: ellos.

Aceptar a los paramilitares como actores con capacidad decisional en el conflicto es inverosímil, pues su estructuración, la lógica comportamental y su identidad está ligada a una probeta de narcotraficantes y a un sector de ganaderos que desean y aspiran a una cuadricula dentro del tablero del ajedrez político colombiano.

No son actores capaces de construir una acción colectiva genuina, tampoco tienen en su comportamiento intereses propios como grupo, sino intereses ajenos que los asumen como de ellos, pero tras la cortina de su accionar están narcotraficantes y grupos ligados a la economía negra. Su asentamiento está en regiones donde la compra de votos es significativa, el temor es parte de la ambientación social, la coacción es una forma de control social y el engaño es el imaginario de la sociedad que ampara a los paramilitares.

Su acción colectiva no puede, desde el conocimiento, ser explicada por lo que hacen, ni por lo que dicen, sino por la lógica que predomina y el interés escondido tras de ella; no existe en su discurso un hálito de esperanza para incentivar intereses no materiales, tales como la solidaridad, el altruismo, una identidad colectiva que haga del grupo un sujeto generativo y portador de un modelo nuevo de sociedad.

Lo que dicen y lo que hacen los ubica en un espacio donde residen lo no-sujetos, lo que no crean ni recrean lo social, pero destruyen todo argumento y creación colectiva que los desplaza o los niega. No hay en su discurso una alternativa que dibuje una situación diagnóstica relacional donde se vean ellos y los demás reconstruyendo a Colombia; mucho menos se le observa una capacidad para armar o articular imaginarios futuros. Son y seguirá siendo un actor probeta sin identidad.

Ante el desenmascaramiento que han sufrido, los paramilitares han buscado una inédita forma de comprar, en el mercado de lo insólito, un imaginario social, cuyas demandas, intereses y campos futuros, nos dicen que no son ellos; parece una colcha de retazos sin lógica ni razón, pues articulan lo inarticulado; arman un conjunto con elementos disímiles; cantan una canción, en diferentes ritmos y distintos idiomas, y a eso le llaman “propuestas de los paras”.

Es claro para los analistas e investigadores del caso colombiano, que la lógica del mercado prevalece y le imprime un sello a cada acción que la sociedad pretende desarrollar. No es ajeno para los escritores detectar las intenciones de un grupo social por anclarse en la sociedad como partido político, como ONG o como comité cívico; no obstante, también es parte de un recurso investigativo, conocer cuándo una creación colectiva se desprende de ciertos diagnósticos, prescripciones para la acción que han de conducir a la realización de ciertos pronósticos.

Crear una alternativa, como la que pretenden los paras, implica que los actores colectivos deseen construir esos futuros y se justifiquen a sí mismos el tiempo, el esfuerzo y los riesgos de emprender acciones tendientes a cambiar la situación actual y de llegar a un orden nuevo que puede diferir del futuro imaginado o aún, tener consecuencias negativas. Las expectativas de llegar a ese futuro imaginado y deseado deben ser lo suficientemente significativas como para justificar y hacer llevadera la incertidumbre que conlleva el cambio social y contrarrestar las respuestas de los actores que se vean afectados. (Cadena Roa Jorge, 1999. pp.169)

Este esquema analítico no calza con lo que hacen y proponen los paras, veamos por qué.

Las autodefensas surgen en los años 80’s como una reacción al avance que la guerrilla mostraba en algunos escaques del territorio nacional; su organización no partió de una demanda social, tampoco gozó de una tradición que tejiera su accionar con hilos de identidad, historicidad, exclusión y símbolos articulado de una sociedad que sufría el despojo o la represión para que no creciera.

Fue y sigue siendo un grupo armado por intereses de narcotraficantes que vivían bajo la complicidad del gobierno y los militares, en la mejor época en que los barones de la droga infiltraban las esferas del estado. No pasó por el zaguán de la estructuración social de un sujeto, no le importó sensibilizar a la sociedad sobre su proyecto, dado que son insensibles a los demás, no respondían a un interés colectivo y su razón de existencia era manipulada por un grupo ajeno al interés nacional.

Ante una situación desventajosa, los paramilitares decidieron aproximarse a la galería de los artículos suntuosos, cargados de dinero y con exagerada necesidad por obtener una identidad, y, en el tianguis de las ideas sin actores, contrataron a 20 diseñadores de ideas, cuya matriz es multidiversa, pues algunos devienen de la izquierda de los setenta, otros ex gobernantes, dirigentes sindicales, empresarios y ex magistrados. Un puñado de hombres sin una identidad entre ellos, sin conocerse entre sí, desconectados de una demanda que sirviera de cemento social, con intereses dispersos y sin peso social.

Cada uno, independientemente, elaboró un trozo del cuerpo de la plataforma de los paras, cuya finalidad, en una primera instancia, es la de convencer al gobierno y a las demás esferas de la sociedad civil, de que las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) no son una organización criminal y de que sus orígenes tiene raíces políticas; en otro renglón, su intención es no quedar al margen del diálogo, sino involucrarse en el proceso de paz como actores, a fin de fisurar los acuerdos entre gobierno e insurgentes y sacar provecho en el reordenamiento político que se construya en la pospaz.

Otro argumento de peso es la constitución de los “paras” como sujetos, debido a que la plataforma que dieron a conocer no los faculta para que se le reconozca como tal. Un sujeto no es una construcción simbólica ni un programa de gobierno. Para arribar al sitial de sujeto, es necesario que se constituya en un proceso de intercambio complejo, donde existen aspectos sociales de afecto, de lenguaje, de comportamiento y de autorganización. Un sujeto no se caracteriza por su subjetividad, sino por ser al mismo tiempo capaz de objetivar, es decir de convenir, de acordar en el seno de la comunidad, de producir un imaginario común y, por tanto, de construir su realidad. (Najmanovich Denise, 1995, p.p, 66)

La construcción de la realidad pasa por la acción colectiva que realizan los actores sociales y tras de cada acción hay una racionalidad que le da sentido al comportamiento de los hombres y mujeres que son parte del cuerpo actoral. Una acción no es un comportamiento colectivo espontáneo, sino que tras de ella existen medios que le dan soporte, entre los cuales se encuentran el capital social del movimiento, cuyos ingredientes son la formación y experiencia educativa, la capacidad de aprendizaje, la capacidad política, técnica y de gestoría, la virtud generativa para construir negociaciones, consensos al interior y con otros actores.

Otro elemento que hace parte del soporte de la acción, son los recursos comunicativos, conocidos como las pericias, habilidades y destrezas para acceder a los medios, vincularse con la sociedad a través de comunicados, consignas, alegatos, discursos, prensa, radio y Televisión, sin olvidar la nueva plataforma que ofrece el internet.

El recurso organizativo es muy importante, dado que es el laboratorio social del actor, pues mediante él los hombres y mujeres hacen una lectura de su realidad, prescriben la ruta de su comportamiento; también fortalecen su tejido interno a través de la socialización de ideas, asignación de responsabilidades, formación de cuadros y distribución de tareas.

Existe otro recurso simbólico cultural que hace parte del almacén de sus ideas, de la creatividad para representar a la realidad y divulgar sus rasgos agresivos contra el actor social. La lucha simbólica hoy día es muy significativa y es una de las armas más efectivas para penetrar en amplios segmentos de la sociedad.

El repertorio de contención es aquella capacidad para multidimensionar el comportamiento del actor social, en la medida que permite que la demanda central y las coadyuvantes, se planteen en paros, huelgas, tomas de calles, plantones, mítines, marchas, desplazamiento masivos, recriminaciones, denuncias, panfletos y las demás expresiones que día tras días innova la sociedad civil.

Estos recursos no es nada nuevo, muchos especialistas en los estudios de los movimientos sociales lo dan a conocer y sobre la base de ellos construyen las interpretaciones de cada actor en escena, basta con asomarnos a la extensa bibliografía que hay sobre el tema para abrevar en los recursos mencionados (1)

La interrogante para los analistas es ¿son actores los paras? ¿ Cumplen con estos requisitos? ¿Han construido estas mediaciones que le den soporte a su acción colectiva?

Si no hay respuesta, entonces nos preguntamos a sí mismo, ¿sobre la base de qué se propone estructurar a la Asamblea y el Congreso nacional? ¿Será acaso mutilando las posibilidades de una pluralidad?; ¿por qué eliminar la defensoría del pueblo, si ella es un recurso que la sociedad civil construyó e instauró a partir de las distintas demandas y que es reconocida a otros ámbitos de Latinoamérica? ¿por qué quieren revertir la tendencia descentradora y descentralizadora en Colombia, si es el eco de los reclamos locales no sólo en este país, sino en toda América Latina? ¿ Qué pretenden con encapsular en un consejo departamental sesionando una vez por año, como si la voluntad del pueblo que se manifiesta en las elecciones fuese un cheque en blanco o una autorización para que diseñen y decidan la vida de un pueblo o comunidad.?

Son estos algunos de los tópicos que dan a conocer los paras, pero no es todo, porque en su desesperación por tener una identidad y aparecer distanciados de quien los procreó, son capaces de, en un mañana cercano, comprar otro imaginario más conservador y contratendencial a lo que reclama la sociedad civil colombiana.


* Sociólogo de la Universidad Autónoma de Sinaloa, México.

E-mail: robinsson@infosel.net.mx


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