Pinochet: ¡cayó la bestia!
por Herbert Mujica Rojas

Nota de redacción:
Hace casi un año, días más, días menos (octubre de 1998), publicamos esta nota. Hoy la repetimos jubilosos que la justicia británica haya hecho honor a sus tradiciones más pulcras y democráticas confirmando que el ex-tirano es un extraditable. Fuentes fidedignas han dejado entrever que Pinochet es más valioso muerto que vivo y la mano de la conspiración estaría intentando en los días próximos en convertirlo en un mártir. ¡Hay que estar atentos!


Modelo de gobernante sin compasión, erigida su fama sobre la base de miles de cadáveres y símbolo de la anti-democracia más reaccionaria, Augusto Pinochet Ugarte fue detenido en Gran Bretaña por la comisión de delitos de lesa humanidad contra ciudadanos españoles durante la luenga noche negra que fue su mandato en el vecino país del sur.

Al margen de las excusas de inmunidad diplomática con las que se quiere blanquear el vergonzante pasado del militar genocida para presentarlo como un parlamentario respetable, descontada la inflexible legalidad británica que sí hizo lo que nadie se atrevió antes a hacer, hay que entonar un canto de júbilo. Por los demócratas de todo el mundo y por los que por serlo se fueron al compás apresurado de los paredones de fusilamiento que Pinochet armó a lo largo de los 7000 kilómetros de Chile.

La estulticia y compadrería se han vuelto norma en Latinoamérica y hemos entrado en la etapa del perdón. Comprado, venal y atrabiliario, pero perdón negociado, al fin y al cabo. Se pretende que nos olvidemos lo que fue la dictadura de este militar so pretexto de un supuesto avance económico y bonanza de que goza Chile. No hay nada peor para una sociedad que el olvido y sobre todo cuando la pretensa época de virtudes se basa en las fosas comunes, en los detenidos-desaparecidos, en los miles que debieron huir de Chile porque la bestialidad represora se había convertido en la ley de cada día y en el miedo cotidiano de aquel aciago túnel que estalló en 1973 y empezó a culminar en 1989.

La democracia no se compra ni se la negocia. Se la conquista y el pan con libertad, meta y anhelo incontrastable de nuestros pueblos indoamericanos, no puede tener como base la vida de los demás. En Chile se vivió un terror del cual fuimos testigos muchos y la inteligencia de la que se honran los sureños, fue víctima del escupitajo y la bota bestial que decidía quiénes eran los buenos –o cómplices- o quiénes engrosaban la lista clandestina de los desaparecidos.

Las alamedas de la libertad –aquella que enunciara en su postrer mensaje radial Chicho Allende- relucen y sus banderas ondean a todo viento. Justicia poética: el gran castigador, el juez inflexible, el Atila prusiano y huaso de pronunciación enrevesada, comparecerá ante los tribunales de la historia como reo con veredicto pronosticable: ¡CULPABLE!

¡Homenaje a los hombres y mujeres de todos los movimientos y todos los matices, de todas las nacionalidades y creencias, de todos los partidos e instituciones que debieron padecer el castigo de creer en sus ideas. Loor a quienes, antes que nosotros, debieron emprender el viaje sin retorno. Victoria para todos los demócratas que nunca dejamos de cantar en la militancia de nuestros credos la vigencia impertérrita de la Libertad urbi et orbi!

¡Cayó la bestia! Y todos sabemos que sólo tendrá el fin natural de todos los tiranos. Quien siembra vientos, cosecha tempestades. Amén.

 


 
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