Recordando a Haya de la Torre
Veinte años después
por Miguel Angel Alcántara Santillán

Hace veinte años, el Perú se encontraba en tránsito de una dictadura militar (menos avasalladora, en su tramo final, que el fujimorismo) a una democracia joven (que en su momento fue más tolerante que el actual régimen, formalmente democrático).

Eran tiempos efervescentes. Dos años antes los trabajadores, con una contundencia que recordaba los heroicos años veinte, realizaron un paro general en protesta contra la dictadura. Como resultado, el general Morales Bermúdez se vio obligado a convocar a una Asamblea Constituyente y a anunciar el cronograma de "transferencia" del poder. Es decir, a diferencia de ahora,  el inquilino de Palacio de Gobierno sí era receptivo a los clamores del pueblo.

La Asamblea Constituyente, que inició sus funciones el 28 de julio de 1978, fue entonces el mecanismo clave en el retorno a la democracia formal. Durante casi un año convivieron un gobierno de facto, que no entregó ni un ápice de sus funciones ejecutivas y legislativas, y una institución cuyo poder emanaba del mandato popular. 

Aunque impedida por tanto de ejercer funciones legislativas, la Asamblea del 78 no renunció a ser caja de resonancia de los grupos representativos del electorado. Por ello, sobre todo en su primera etapa de su funcionamiento, antes de discutirse propiamente el texto constitucional, invirtió buenas horas en mociones de Orden del Día, en la que los constituyentes reflejaban el sentir de la ciudadanía. 

Fue en ese marco que el país vio por primera (y única) vez actuar en cargo público a Víctor Raúl Haya de la Torre. Con una tolerancia casi paternal,  permitía las intervenciones de todos los partidos, desde el variopinto conjunto de grupos de izquierda, hasta los partidos conservadores como el Partido Popular Cristiano.

Haya sin embargo no pudo dirigir el debate constitucional propiamente dicho. Aquejado de cáncer al pulmón, celosamente ocultado a la opinión pública, se vio obligado a solicitar licencia desde marzo del 79. Viajó a Houston, donde ya le habían diagnosticado el mal poco antes de empezar la campaña electoral para la Asamblea. Pero era ya tarde. Volvió a Lima semanas después, sólo para virtualmente internarse en Villa Mercedes (la residencia campestre de su prima hermana). Paralelamente, los trabajos de la Asamblea continuaron a ritmo febril, conducidos por el presidente en funciones, Luis Alberto Sánchez. Culminada la redacción de la nueva Constitución,  el texto fue llevado hasta el lecho de Haya de la Torre para que, en un acto privado, más simbólico que legal, estampara su firma. "¡Ya está!", exclamó cuando culminó con dicho acto, ante muy pocos testigos, sin ninguna cámara televisiva o fotográfica de por medio.

El 27 de julio de 1979, como simbólica reconciliación con su antiguo enemigo, el ejército, fue condecorado por el gobierno militar con la Orden del Sol del Perú. Seis días después, a las 10 y treinta de la noche del 2 de agosto, su ya trajinado corazón dejó de latir.

Nunca una muerte fue más inoportuna. De haberse prolongado la vida de Haya unos años más, es casi seguro que hubiera vencido en las elecciones generales de 1980, con lo cual la historia del Perú de los últimos veinte años hubiera cambiado quizá radicalmente.

No fue la única oportunidad perdida. La primera fue en 1931, cuando en una elección que tiempo después se comprobó fraudulenta, el civilismo le impidió entrar a palacio, entronizando al tirano Sánchez Cerro, instrumento de turno de la oligarquía. Más tarde, en 1961, no alcanzó el tercio que entonces se requería para obtener la presidencia. En consecuencia, debían pasar a una segunda vuelta, en el Congreso, Haya y Fernando Belaúnde. Sin embargo, el fantasma del abusivo veto militar no se hizo esperar. Haya, en un gesto inútil de desprendimiento, renunció a la candidatura. Jamás se llevó a cabo la segunda vuelta. Antes de ello, los militares se adueñaron por un año del poder, dejando luego el camino expedito a Belaúnde.

Posiblemente la siguiente oportunidad perdida fue en 1969. Para muchos, el golpe del general Velasco en parte fue nuevamente una maniobra militar para impedir el ascenso al poder de Haya. 

Pero las especulaciones sobre lo que se perdió o no, son en esencia irrelevantes. El mismo Haya dijo en 1931, consumado el fraude, que lo importante no era llegar a palacio, porque para ello se puede recurrir incluso a las armas, que lo importante era llegar al pueblo. Y ciertamente Haya lo hizo. 

Sin pose electorera ni en base a cálculo político, Haya efectivamente sintonizó con el pueblo. Los locales partidarios del Apra, repartidos en todo el país, no sólo eran cenáculos políticos, sino antes que eso ágoras de discusión, lugares de estudio y reflexión, además de ofrecer servicios básicos a la población, sin requisito de afiliación partidaria ni carnet.

Haya también tuvo el gran mérito de adelantarse a su época. A pesar de haber visto de cerca los años aurorales de la revolución bolchevique, no se dejó seducir por el comunismo. Pero no dejó de ser antiimperialista. Equidistante de Moscú y de Washington, Haya construyó una visión propia latinoamericana. Sin enarbolar las banderas de la lucha de clases (exacerbada después en la práctica por Sendero Luminoso) Haya planteó el Frente Unico de Clases Oprimidas, conjugando a los trabajadores y las clases medias, zanjando así con el comunismo, que en teoría negaba rol social a los profesionales y técnicos (aunque paradójicamente los grandes líderes comunistas hayan provenido, mayoritariamente, de la clase media).

Hoy, que el comunismo ha sido desterrado como sistema de gobierno, no se puede hablar tampoco del triunfo del capitalismo, esto es, del mercado, en países como Perú. Muchos hablan de una "economía con rostro humano",  que en buena cuenta es una tercera vía, que recoja los beneficios de la mundialización (de por sí controversial) sin retroceder a esquemas de totalitarismos de Estado. Hace más de setenta años, Haya de la Torre ya había planteado lo mismo.

Haya está por tanto más vivo que nunca. Su legado ideológico es muy rico y mantiene vigencia. Políticamente, empero, Haya fue traicionado. Sus partidarios, una vez en el poder, olvidaron sus vívidas lecciones de honestidad y probidad. Por otro lado, la Constitución Política de 1979, en la que prácticamente Haya entregó su vida, fue destruida sólo para pretender justificar el autogolpe fujimorista del aciago 5 de abril de 1992. ¿Con qué autoridad el fujimorismo puede hablar de visión de futuro, si tiene la arrogancia de creer que la república empieza en 1990 y fue capaz de destruir una Carta Magna, en lugar de simplemente reformarla o actualizarla?

El próximo gobierno que se inicie el 28 de julio del año 2000, tiene por tanto la obligación democrática de restaurar la Constitución del 79. Sólo así se pagará, en parte, la deuda que el país tiene aún con Haya de la Torre.

¡Haya no ha muerto, vive en el pueblo!


 

 


 
Escríbanos a: 
ailatin@zdnetmail.com

 AILA