
Sergio Leapfrog
orejilla@hotmail.com
Monterrey, Nuevo León
Mexico
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Explicación
Mucho
se discutió el anonimato de este libro. Lo que yo
discutía en mi interior mientras tanto, era si debía o
no sacarlo de su origen íntimo: revelar su progenitura
era desnudar la intimidad de su nacimiento. Y no me
parecía que tal acción fuera leal a los arrebatos de
amor y furia, al clima desconsolado y ardiente del
destierro que le dio nacimiento.
Por otra parte
pienso que todos los libros debieran ser anónimos. Pero
entre quitar a todos los míos mi nombre o entregarlo al
más misterioso, cedí, por fin, aunque sin muchas ganas.
¿Que por qué guardó su misterio por tanto tiempo? Por
nada y por todo, por lo de aquí y lo de más allá, por
alegrías impropias, por sufrimientos ajenos. Cuando
Paolo Ricci, compañero luminoso, lo imprimió por
primera vez en Nápoles en 1952 pensamos que aquellos
escasos ejemplares que él cuidó y preparó con
excelencia, desaparecerían sin dejar huellas en las
arenas del sur.
No ha sido así. Y
la vida que reclamó su estallido secreto hoy me lo
impone como presencia del inconmovible amor.
Entrego, pues,
este libro sin explicarlo más, como si fuera mío y no
lo fuera: basta con que pudiera andar solo por el mundo y
crecer por su cuenta. Ahora que lo reconozco espero que
su sangre furiosa me reconocerá también.
Pablo Neruda
Isla Negra, noviembre de 1963.
Introdución
Habana, 3 de
octubre de 1951.
Estimado señor:
(1)
Me permito
enviarle estos papeles que creo le interesarán y que no
he podido dar a la publicidad hasta ahora.
Tengo todos los originales de estos versos. Están
escritos en los sitios más diversos, como trenes,
aviones, cafés y en pequeños papelitos extraños en los
que no hay casi correcciones.
En una de sus últimas cartas venía la "Carta en el
camino".
Muchos de estos papeles por arrugados y cortados son casi
ilegibles, pero creo que he logrado descifrarlos.
Mi persona no
tiene importancia, pero soy la protagonista de este libro
y eso me hace estar orgullosa y satisfecha de mi vida.
Este amor, este gran amor, nació un agosto de un año
cualquiera, en mis giras que hacía como artista, por los
pueblos de la frontera franco española.
Él venía de la
guerra de España. No venía vencido. Era del partido de
Pasionaria, estaba lleno de ilusiones y de esperanzas
para su pequeño y lejano país, en Centro América.
Siento no poder dar su nombre. Nunca he sabido cuál era
el verdadero, si Martínez, Ramírez o Sánchez. Yo lo
llamo simplemente mi Capitán y éste es el nombre que
quiero conservar en este libro.
(1) Se reproduce
aquí la carta prólogo de las ediciones en que el
verdadero autor del libro se mantuvo anónimo. (N. De B.)
Sus versos son
como él mismo: tiernos, amorosos, apasionados, y
terribles en su cólera. Era fuerte y su fuerza la
sentían todos los que a él se acercaban. Era un hombre
privilegiado de los que nacen para grandes destinos. Yo
sentía su fuerza y mi placer más grande era sentirme
pequeña a su lado.
Entró a mi vida,
como él lo dice en un verso, echando la puerta abajo. No
golpeó la puerta con timidez de enamorado. Desde el
primer instante, él se sintió dueño de mi cuerpo y de
mi alma. Me hizo sentir que todo cambiaba en mi vida, esa
pequeña vida mía de artista, de comodidad, de blandura,
se transformó como todo lo que él tocaba.
No sabía de
sentimientos pequeños, ni tampoco los aceptaba. Me dio
su amor, con toda la pasión que él era capaz de sentir
y yo lo amé como nunca me creí capaz de amar. Todo se
transformó en mi vida. Entré a un mundo que antes nunca
soñé que existía. Primero tuve miedo, hubo momentos de
duda, pero el amor no me dejó vacilar mucho tiempo.
Este amor me
traía todo.
La ternura dulce y sencilla cuando buscaba una flor, un
juguete, una piedra de río y me la entregaba con sus
ojos húmedos de una ternura infinita. Sus grandes manos
eran, en este momento, de una blandura dulce y en sus
ojos se asomaba entonces un alma de niño.
Pero había en mí un pasado que él no conocía y había
celos y furias incontenibles. Éstas eran como
tempestades furiosas que azotaban su alma y la mía, pero
nunca tuvieron fuerza para destrozar la cadena que nos
unía, que era nuestro amor, y de cada tempestad
salíamos más unidos, más fuertes, más seguros de
nosotros mismos.
En todos estos
momentos, él escribía estos versos, que me hacían
subir al cielo o bajar al mismo infierno, con la crudeza
de sus palabras que me quemaban como brasas.
Él no podía amar de otra manera.
Estos versos son la historia de nuestro amor, grande en
todas sus manifestaciones. Tenía la misma pasión que
él ponía en sus combates, en sus luchas contra las
injusticias. Le dolía el sufrimiento y la miseria, no
sólo de su pueblo, sino de todos los pueblos, todas las
luchas por combatirlas eran suyas y se entregaba entero,
con toda su pasión.
Yo soy muy poco
literaria y no puedo hablar del valor de estos versos,
fuera del valor humano que indiscutiblemente tienen. Tal
vez el Capitán nunca pensó que estos versos se
publicarían, pero ahora creo que es mi deber darlos al
mundo.
Saluda atentamente
a usted.
Rosario de la Cerda
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