LA GUERRA DEL PACIFICO

ANTECEDENTES

En abril de 1879, las jóvenes repúblicas sudamericanas del Pacífico; Bolivia, Chile y el Perú, que apenas treinta años atrás se habían enfrentado en la llamada Guerra de la Confederación por el predominio comercial en las costas del Pacífico Occidental, iniciaron uno de los conflictos más largos, cruentos y costosos en la historia de América Latina, cuyas causas radicaban en las políticas emprendidas por los gobiernos de La Paz y Santiago sobre el territorio de Atacama, entonces bajo soberanía boliviana.

Poco después de emerger como Estados independientes, Bolivia y Chile mantuvieron diferencias en cuanto a los límites que los dividían en la franja costera. La interpretación chilena establecía que su territorio alcanzaba hasta el paralelo 23 de latitud sur, mientras que para los bolivianos el límite se fijaba en el paralelo 26. La situación se complicó cuando en las tierras en disputa se descubrieron importantes yacimientos de salitre, que era un codiciado nitrato utilizado como fertilizante y para la fabricación de pólvora.

En 1866 ambos países zanjaron sus diferencias territoriales mediante la suscripción de un tratado que estableció el paralelo 24 como límite, pero que acordó la división por partes iguales de las ganancias por el salitre explotado por empresas de capital chileno y británico entre los paralelos 23 y 25. Sin embargo el tratado no resultaría satisfactorio para las nuevas autoridades bolivianas, quienes argumentaban que aquel carecía de valor por haber sido suscrito por Mariano Melgarejo, un dictador aparentemente influenciado por intereses chilenos. En consecuencia, en 1872 se realizó una revisión y en 1874 se firmó un nuevo tratado mediante el cual Chile renunció a los beneficios económicos de la explotación salitrera en la zona comprendida en los paralelos 24 y 25. A cambio el gobierno de Bolivia se comprometió a no incrementar los impuestos sobre el salitre durante los próximos 25 años, es decir, hasta 1899.

En la práctica sin embargo, la jurisdicción boliviana se mantuvo como un elemento nominal. La presencia chilena era abrumadora, su población superaba ampliamente a la boliviana y sus empresas dominaban la economía del lugar. La autoridad política boliviana pasó así a ser una ficción habida cuenta de la enorme distancia que separaba a esa provincia de la sede de gobierno en La Paz.

En febrero de 1878 la Asamblea Constituyente de Bolivia, confiada en el ejercicio de su soberanía sobre Atacama, luego de aprobar una transacción celebrada en 1873 entre el gobierno boliviano y la compañía Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, decretó un impuesto de diez centavos de Pesos sobre cada quintal de salitre exportado por dicha empresa anglo-chilena. La compañía rechazó tal imposición tributaria considerándola una violación al tratado de 1874 y en vez de recurrir a un tribunal de derecho civil solicitó la intervención del gobierno chileno. Como consecuencia la cancillería de ese país solicitó a las autoridades bolivianas derogar el tributo. Bolivia se negó bajo el argumento que se trataba de un asunto interno entre el Estado y una empresa privada. Chile no aceptó tal explicación y propuso un arbitraje, pero como este no se concretó y La Paz no se rectificaba, a fines de diciembre de 1878 el gobierno de Santiago despachó al puerto de Antofagasta, a modo de disuasión, al blindado Blanco Encalada. Una comunicación del canciller chileno a su cónsul general en dicha ciudad portuaria, señalaba lo siguiente:

“Como la actitud que ha asumido el gobierno de Bolivia nos hace temer el desarrollo de sucesos desagradables, mi gobierno ha ordenado la inmediata salida para Antofagasta del blindado Blanco Encalada. El comandante de esa nave destinada a servir de amparo a las personas e intereses chilenos, lleva encargo de proceder de acuerdo con usted en todos los casos que reclamen su intervención. Si el gobierno de Bolivia persistiera en la violación del tratado de 1874, habría llegado la oportunidad de acudir a nuestras naves para exigir que nuestros derechos sean respetados”.

El primero de febrero de ese año el gobierno de Bolivia, en protesta por la presencia de aquella nave de guerra en sus aguas territoriales, anunció que procedería a la confiscación de las salitreras y que las remataría el 14 de febrero. La reacción chilena no se hizo esperar. El doce de ese mes el ministro de asuntos exteriores de Chile despachó al cónsul Reyes la siguiente comunicación:

“En pocas horas más el litoral que nos pertenecía antes de 1866 será ocupado por fuerzas de mar y tierra de la república y V.S. asumirá el cargo de gobernador político y civil de ese territorio”.

En la fecha prevista para la subasta, el presidente chileno Aníbal Pinto dispuso que una fuerza de setecientos soldados al mando del coronel Emilio Sotomayor, que acababa de arribar a bordo del blindado Cochrane y la corbeta O´Higgins, desembarcara en Antofagasta. Acto seguido Sotomayor despachó a uno de sus oficiales, para que, en condición de parlamentario, presentase al Prefecto boliviano la siguiente notificación:

“Considerando el gobierno de Chile roto por parte de Bolivia, el Tratado de 1873, me ordena tomar posesión con las fuerzas de mi mando del territorio comprendido en el grado 23. A fin de evitar todo accidente desgraciado espero que usted tomará todas las medidas necesarias para que nuestra posesión sea pacífica, contando usted con todas las garantías necesarias como asimismo sus connacionales. Dios guarde a usted”.

La respuesta del sorprendido Prefecto, Severino Zapata, fue contundente:

“ Mandado por mi gobierno a ocupar la Prefectura de este departamento sólo podré salir a la fuerza. Puede usted emplear ésta, que encontrará ciudadanos bolivianos desarmados, pero dispuestos al sacrificio y al martirio. No hay fuerzas con que contrarrestar a tres buques blindados de Chile, pero no abandonaremos este puerto sino cuando se consume la invasión armada. Desde ahora y para cuando hata motivo, protesto a nombre de Bolivia y mi gobierno contra el incalificable atentado que se realiza. Dios guarde a usted”.

Sin embargo las tropas chilenas no encontraron resistencia organizada, pues la guarnición boliviana de Antofagasta apenas constaba de 60 gendarmes y pronto extendieron su control a las localidades costeras adyacentes, reivindicando dichos territorios para Chile. El primero de marzo, el presidente boliviano Hilarión Daza, quien mantuvo en secreto estos hechos para no afectar las celebraciones del carnaval en el altiplano, finalmente los denunció y ordenó el cese de relaciones diplomáticas y comerciales con Chile. Unas semanas antes, el Jefe de Estado boliviano había dirigido a Severino Zapata una carta privada que contenía elementos de juicio equivocados y demostraba el apresuramiento de su accionar:

“Tengo una buena noticia que darle. He fregado a los gringos decretando la reivindicación de las salitreras y no podrán quitárnoslas por más que se esfuerce el mundo entero. Espero que Chile no intervendrá en este asunto... pero si nos declara la Guerra podemos contar con el apoyo del Perú a quien exigiremos el cumplimiento del Tratado Secreto. Con este objeto voy a mandar a Lima a Reyes Ortíz. Ya ve usted como le doy buenas noticias que usted me ha de agradecer eternamente y como le dejo dicho los gringos están completamente fregados y los chilenos tienen que morder y reclamar nada más”.

Cuando las noticias de la ocupación de Antofagasta llegaron a Lima, el presidente Mariano Ignacio Prado decidió mediar entre las partes para evitar que el contencioso derivara en un conflicto. A tal efecto envió dos emisarios a La Paz y Santiago. El diplomático que debía cumplir la difícil misión en Chile era José Antonio de Lavalle, quien arribó a Valparaíso el 4 de marzo, presentando tres días después al presidente Pinto la fórmula de paz propuesta por el Perú, cuyas provisiones contemplaban, entre otras, que Chile y Bolivia sometieran sus diferencias territoriales a un arbitro y que Bolivia suspendiera el impuesto de diez centavos sobre las exportaciones de salitre. La propuesta no prosperó y fue vista con recelo por un sector de la opinión pública chilena que consideraba que el Perú pretendía favorecer a Bolivia. Como reacción, turbas atacaron el consulado peruano y Lavalle debió ser trasladado a un hotel para salvaguardar su integridad física.

La situación se complicó cuando Bolivia declaró la guerra a Chile, al tiempo que, por instrucciones de su cancillería, el ministro chileno en Lima, Joaquín Godoy, exigió al Perú mantener su neutralidad. La diferencia entre ambos contrincantes era abismal, razón por la cual Daza, conforme lo había adelantado en su carta al Prefecto Zapata, solicitó la asistencia del Perú en concordancia con el tratado defensivo que ambos países habían suscrito en secreto en 1873, y cuyo contenido era de conocimiento del gobierno chileno (1).

Prado se vio envuelto en una encrucijada difícil de resolver. Así, la ambigüedad del gobernante peruano, que por un lado quiso ser un mediador sincero a fin de hallar una solución pacífica al diferendo y que por otro sintió que debía mantenerse fiel a los compromisos internacionales del país, terminó por generar sospechas equivocadas y resentimientos y la colisión se hizo inevitable. El tres de abril Chile rompió relaciones diplomáticas con el Perú y dos días después le declaró formalmente la guerra. Al día siguiente el presidente del Perú declaró por un decreto que había llegado el casus foederis, conforme al tratado de 1873 con Bolivia (2).

Es difícil evaluar si en las condiciones prevalecientes el Perú procedió adecuadamente al involucrarse en un conflicto que le era ajeno por cumplir con un compromiso que podía poner en riesgo su supervivencia. Moralmente su actuación fue impecable. Sin embargo el Estado peruano no estaba preparado para encarar un conflicto de proporciones. Además el aliado, a diferencia del contrincante, era débil, lo que constituía un factor que impedía mantener un equilibrio en la relación de fuerzas. Esta situación había sido adecuadamente descrita en una carta de fecha 6 de febrero que el presidente Pinto dirigió al ministro de guerra Saavedra, en la cual señaló:

“Creo muy difícil que el Perú tome cartas en nuestra contienda con Bolivia. No está ese país en condiciones de socorrer al vecino. Su situación política es muy precaria, sus finanzas en peor estado que las nuestras”.

En efecto, la capacidad militar del Perú no había logrado mantener una relación con la creciente prosperidad económica experimentada en la década de 1870 pues el gobierno del presidente Manuel Pardo había reducido fuertemente los gastos militares como parte de la política civilista de neutralizar el papel dominante de las fuerzas armadas. Al asumir la presidencia, Mariano Prado encontró sus opciones limitadas y como el Perú volvió a sumirse en una crisis financiera, no pudo hacer las correcciones del caso. En cuanto a Chile, por efecto de la crisis económica de esa época y como ocurrió en el Perú, sus gastos de defensa entre 1877 y 1878 también se habían reducido, al extremo que para fines de 1878 su ejército apenas poseía tres mil hombres, la mayoría de los cuales se encontraban concentrados en el sur del país, en la frontera de la Araucanía. Por ello puede resultar dicutible si aquel país se venía o no alistando para la guerra. Hay indicios a favor y argumentos en contra. En todo caso, al ocupar Antofagasta, el gobierno de Chile había recurrido a un acto de agresión armada y respaldaba su accionar en objetivos políticos claramente definidos y una acuciosa capacidad de organización que le permitiría levantar tres ejércitos en poco más de seis meses: El Ejército del Sur, que operaba en la Araucanía, el Ejército del Centro que operaba como reserva, y el Ejército en Campaña, que enfrentaría al Perú y Bolivia. Este último ejército llegó a superar los veinticinco mil hombres. Además, a partir de 1872 Misiones militares chilenas adquirieron de Gran Bretaña, Francia y Prusia armas de última generación, como ametralladoras Gatling, cañones Krupp y fusiles Comblain, material que modernizó su obsoleto arsenal.

Resultaba evidente que en sus inicios la contienda se iba a localizar en el mar, pues el dominio marítimo era fundamental para garantizar el éxito de las operaciones terrestres de los contrincantes, incluyendo comunicaciones, desplazamiento de tropas, desembarcos y aprovisionamiento a lo largo de las extensas costas del Pacífico Sur. No se requería ser estratega para entender que aquel país que asegurara el dominio del mar sería el que ganaría el conflicto. La primera fase de lo que pasaría a denominarse la Guerra del Pacífico iba a ser marítima.

Al estallar la guerra, la armada de Chile, a diferencia del ejército, si se encontraba debidamente acondicionada. Contaba con una fuerza naval respetable, aún para estándares europeos, organizada sobre la base de los parámetros de la Real Marina Británica y era, al momento de estallar el conflicto, quizás la mejor de América Latina después de la del Brasil.

El corazón de la escuadra lo constituían dos modernos acorazados gemelos con diseño de casamata central: El Almirante Cochrane y el Almirante Blanco Encalada, ambos, diseñados por Sir Eduardo Reed y construidos en los astilleros Earle Ship Building Company de Yorkshire (3). Cada uno tenía un desplazamiento de 3,560 toneladas, una eslora de 210 pies y 46 pies de manga; una potencia de 4,300 caballos de fuerza y un blindaje de nueve pulgadas. Alcanzaban una velocidad de 12.75 nudos y poseían cada cual seis cañones de 9 pulgadas, cuatro de 4.7 pulgadas, cuatro de 2.2 pulgadas, un cañón de 20 libras, uno de 7 libras, cuatro de una libra, tres ametralladoras Norfendelt y cuatro tubos lanzatorpedos de 14 pulgadas. Asimismo estaban provistos de un espolón de 8 pies. El primero, bautizado inicialmente como Valparaíso, ingresó al servicio de la flota chilena el 24 de enero de 1876. El Cochrane por su parte, llegó a Chile en diciembre de 1874 pero retornó a Gran Bretaña a terminar su alistamiento en enero de 1877.

La escuadra contaba además con una cañonera relativamente nueva, la Magallanes, construida en los astilleros británicos Raenhill & Company y en servicio desde 1874. Tenía un desplazamiento de 950 toneladas, 200 pies de eslora y 27 de manga, 1,040 caballos de fuerza y un andar de 11 nudos. Su armamento consistía en un cañón de 7 pulgadas, un cañón de 64 libras y dos cañones de 4 pulgadas (4).

Chile disponía también de tres cruceros desprotegidos. El primero de ellos era el Abtao, de la clase Super Alabama, construido originalmente en 1864 en astilleros escoceses para los confederados norteamericanos durante la guerra civil, desplazaba 1,600 toneladas, con 211 pies de eslora y 32 de manga; tenía refuerzo de acero en el casco y estaba armado con un cañón de 5.8 pulgadas y cuatro cañones de 4.7 pulgadas. Su potencia era de 800 caballos de fuerza y alcanzaba una velocidad de 10 nudos (5). Los otros dos cruceros pertenecían a la clase Alabama, el O’Higgins y la Chacabuco, construidos en 1866 en los astilleros Ravenhill de Londres, Gran Bretaña. Cada uno desplazaba 1,101 toneladas, tenía 1,200 caballos de fuerza y alcanzaba una velocidad máxima de 12.5 nudos. Su armamento consistía en tres cañones de 115 libras, dos de 70 libras, cuatro de 40 libras y cuatro ametralladoras Hochtkiss (6 y 7).

La armada chilena asimismo mantenía operativas dos antiguas naves de madera: la corbeta Esmeralda, construida en Northfleet, Gran Bretaña, en 1854, la cual desplazaba 854 toneladas, con 130 pies de eslora y 32 de manga; alcanzaba una velocidad de 8 nudos propulsada por dos máquinas de condensación horizontales con cuatro calderas a carbón, con un total de 200 caballos de fuerza. Su casco estaba protegido con láminas de cobre y poseía dieciséis cañones de 32 libras de 6.5 pies de largo, cuatro cañones de 32 libras de 9.5 pies de largo y dos cañones de 12 libras (8); y la goleta Covadonga, ex nave de la armada española, construida en El Ferrol en 1858. Protegida con casco de fierro, desplazaba 412 toneladas, tenía una potencia de 140 caballos de fuerza y un andar de 7 nudos. Estaba provista de dos cañones de 70 libras, tres cañones de 40 libras y dos cañones de 9 libras (9).

La escuadra chilena poseía diversas lanchas torpederas, casi todas construidas en los astilleros Yarrow Poplar de Gran Bretaña entre 1879 y 1881. Las naves variaban en su diseño, el que iba desde pequeñas unidades de 5 toneladas hasta sofisticadas embarcaciones de 35 toneladas de desplazamiento. Las más pesadas, pertenecientes a la clase Thornycroft, poseían una estructura de acero con cinco cámaras de agua, proa de ariete y dos chimeneas, una a cada banda de la embarcación y contaban con un motor de 400 caballos de fuerza que les permitía alcanzar una velocidad de 18 nudos. Estaban armadas con una ametralladora Hotchkiss, un pequeño cañón y tres torpedos de la clase McEvoy ubicados, dos en los costados de los botalones, y uno suspendido en la popa. Las torpederas habían sido bautizadas como Janaqueo, Colo Colo, Tucapel, Fresia, Tegualda, Recumilla, Glaura, Guale, Vedette y Quidora.

La marina chilena contaba con varios transportes propios o alquilados de navieras privadas, entre los que debe mencionarse al Loa (1873-1,675 toneladas); Lamar (1870-1,400 toneladas); Copiapo (1870-1,337 toneladas), Amazonas (1874-2,019 toneladas) Matías Cousiño (1,859-923 toneladas), Itata (1873-2,232 toneladas), Tolten (1872-317 toneladas), Valdivia (1865-900 tons), Chile (1863-1,672 toneladas), Carlos Roberto 1872-643 toneladas) y el Rimac (1872-1,805 toneladas). El Loa, el Rimac, el Copiapo, el Amazonas, el Valdivia y el Carlos Roberto, estaban artilllados con cañones y ametralladoras (10).

Los oficiales de la escuadra eran de primer nivel. Al declararse la guerra, el mando de las naves estaba a cargo de los siguientes oficiales: Blanco Encalada, capitán de navío Juan López; Cochrane, capitán de navío Enrique Simpson; Esmeralda, capitán de fragata Manuel Thomson; O´Higgins, capitán de fragata Jorge Montt; Chacabuco, capitán de fragata Oscar Viel; Magallanes, capitán de fragata Juan José Latorre; Covadonga capitán de Fragata, Arturo Prat. El comando de las naves cambiaría rápidamente en las primeras semanas del conflicto. La marinería por su parte, que sumaba 1,800 hombres, estaba muy bien entrenada y sus unidades se encontraban armadas con el fusil Kropatschek modelo 1877 de tiro rápido.

La flota estaba comandada por el contralmirante Juan Williams, quién se distinguió durante la guerra contra España de 1865-66. Como aquel, era notable la profusión de oficiales de ancestros británicos, tales como Condell, Rogers, Simpson, Thomson y el comandante Lynch, este último inclusive, adscrito en su juventud a la Real Marina Británica y como tal veterano de la segunda guerra del opio entre China y Gran Bretaña.

Bolivia prácticamente no disponía de escuadra. Años antes que estallara el conflicto con Chile, aquel país contaba con una fuerza naval muy modesta, compuesta por el viejo bergantín General Sucre, incorporado a su flotilla en el año 1844, cuya función era resguardar las costas del litoral desde el Paposo hasta el Loa. También poseía el bergantín María Luisa, de 240 toneladas de desplazamiento, en mal estado de conservación, el mismo que fue rematado en 1872. Otra nave era la cañonera El Morro, embarcación pequeña pero moderna adquirida en 1875 y puesta al servicio del Ingeniero Francés Andrés Bresson, contratado por el gobierno de La Paz para efectuar estudios y exploraciones científicas en el Litoral boliviano. Había otros buques de menor porte, más que todo lanchones artillados, todos los cuales, conjuntamente con los barcos de la flota mercante, entre ellos el Potosi, el Bolivar, el Charchamocha y el Elisa, serían capturados por la marina chilena durante la ocupación del litoral boliviano. A este escenario debe añadirse que el ejército de Bolivia, competía en modestia con su fuerza naval, pues se componía de un general de división, un general de brigada, nueve coroneles y otros oficiales que en conjunto sumaban 359. La tropa estaba constituida por 1,522 soldados armados con fusiles Remington, Martini y Winchester. La caballería constaba de 200 hombres y la artillería sólo poseía dos cañones rayados, dos ametralladoras de calibre mayor, dos de calibre menor y 95 rifles de Sharfo. Aquel era un factor que quizás el Perú debió considerar al mantener la alianza militar con el país del altiplano, cuyos gobernantes de esa época cometieron el error de no cuidar adecuadamente su región costera al no desarrollar una marina y una fuerza militar disuasiva (11).

Por su parte, la escuadra del Perú, salvo una excepción, no se había renovado en los últimos once años. Estaba integrada por dos blindados, dos monitores de hierro, dos corbetas de madera, algunas cañoneras y lanchas torpederas y seis transportes (12).

Sin duda la principal nave peruana, aunque no la más grande ni veloz, era el Huáscar, blindado de mar con espolón modelo Ericsson, que desplazaba 1,130 toneladas, con 200 pies de eslora y 35 de manga. Estaba propulsado por un motor de 1,500 caballos de fuerza, tenía una coraza de hierro de 4.5 pulgadas y una torre giratoria de 30 pies de diámetro y 5.5 pulgadas de blindaje armada con dos cañones Armstrong de 300 libras y dos cañones pivotantes de 40 libras. Para los estándares de esos tiempos se trataba da una nave de guerra respetable (13).

La fragata blindada Independencia, la mayor de las naves peruanas, había sido construida en Inglaterra en 1864 por la casa J.A. Samuda, en sus astilleros del río Támesis. Diseñada como nave de batería central, con tres compartimentos, tenía 215 pies de eslora, 44 de manga y un espolón de 12 pies. Desplazaba 2004 toneladas y poseía un blindaje de cuatro pulgadas y media. Con 550 caballos de fuerza, alcanzaba una velocidad de 11 nudos. Estaba armada con los siguientes cañones rayados de avancarga: Un Vavasseur de 250 libras en la proa, un Armstrong de 150 libras en la popa y doce Armstrong de 70 libras, o 6.4 pulgadas, desplazados en la batería central. Contaba además con un potente espolón de 12 pies.

Los viejos monitores de costa clase Canonicus, el Manco Capac y el Atahualpa, bautizados así en honor del primer y él ultimo Inca del Tanhuantisuyo, respectivamente, fueron adquiridos en abril de 1868. Habían sido construidos para la marina federalista de los Estados Unidos por Alex Swift and Company en los astilleros Niles & Rivers Works de Cincinnati, Ohio, y completados el 10 junio de 1865, el primero bajo el nombre de USS Oneota y el segundo como el USS Catawaba. Desplazaban 2,100 toneladas, con un motor de 350 caballos de fuerza y una velocidad teórica de 8 nudos. Tenían una eslora de 226 pies y estaban protegidos por una coraza de 3 pulgadas, que aumentaba a 5 pulgadas en las partes vitales de la nave. Su armamento consistía en dos poderosos cañones lisos de avancarga modelo Dahlgreen de 15 pulgadas, montados sobre un torreón blindado de 25 pies de diámetro con 10 pulgadas de coraza. En la práctica sin embargo, por su lentitud y mal estado, eran baterías flotantes; el Atahualpa prácticamente no se podía mover y el Manco Capac apenas alcanzaba los 3.5 nudos de velocidad (14).

Las dos corbetas, estas sí muy rápidas, eran la Unión y la Pilcomayo. La primera, modelo Super Alabama, había sido mandada a construir por el gobierno rebelde de los Estados Confederados de América en la casa Verns Hermanos de Nantes, Francia. Fue adquirida por el Perú en 1864 y comisionada en 1865. Su eslora era de 243 pies y desplazaba 1,600 toneladas. Tenía 500 caballos de fuerza, estaba provista de rotación a hélice, alcanzaba un andar de 12.5 nudos y estaba armada con dos cañones de cien libras, dos de sesenta y ocho libras y doce de cuarenta libras, todos modelo Voruz de avancarga (15).

Por su parte la Pilcomayo, a veces calificada como cañonera, era una nave de menor poderío, pero la más nueva de todas, construida en 1874 por orden del gobierno peruano en Money Wigram & Sons en Blackwood, Gran Bretaña, con maquinaria de J.Penn & Company de Geenwich, la cual alcanzaba una potencia de 180 caballos de fuerza. Desplazaba 700 toneladas, tenía 271 pies de eslora, alcanzaba los 11 nudos de velocidad y estaba armada con dos cañones de 70 libras, uno en cada banda de la nave y cuatro cañones de 40 libras o 4.5 pulgadas, dos por banda, también rayados, de avancarga, de modelo Parrot (16).

Completaban la flota las cañoneras Arno, Urcos, Capitanía, Resguardo y Tumbes, que estaban armadas cada cual con un cañón de 40 libras, uno de 32 libras y una ametralladora, así como algunas lanchas torpederas de la clase Herreshoff construidas en los Estados Unidos, como la Alianza, República y Alay, armadas con torpedos del tipo Lay, que alcanzaban una velocidad de 12.5 nudos, con una carga explosiva de 36 kilos.

La marina peruana disponía al momento del conflicto de los transportes Chalaco (1863- 990 toneladas y 400 caballos de fuerza), el Marañón, (2,015 toneladas y 700 caballos de fuerza), y las naves Limeña (1865-1,162 toneladas), Mayro (1861-671 toneladas), Talismán (1871-310 toneladas) y Oroya (1873-1,050 toneladas, la más rápida y nueva de todas, adquirida pocos días antes de iniciada la guerra). Algunos de los transportes estaban artillados. Por ejemplo la Limeña y el Chalaco disponían de dos cañones de 40 libras cada uno, mientras que el Marañón cargaba dos cañones de 70 libras y cuatro de 40 libras. Casi todas las naves de la escuadra se encontraban inmovilizadas y en pleno proceso de reparación.

La marina chilena, con trece barcos de guerra, incluyendo a las escampavías, desplazaba alrededor de 13,000 toneladas, mientras que los barcos de guerra peruanos, siete en total, alcanzaban las 9,500 toneladas. La diferencia se acentuaba aún más si se incluía en el tonelaje total a los transportes, pues los chilenos superaban las 20,000 toneladas, contra unas 7,000 toneladas de las naves auxiliares peruanas. En lo referente a artillería, la escuadra chilena poseía un total de 114 cañones mientras que la marina peruana disponía de unos 65 cañones. La escuadra chilena pues aventajaba a la peruana en modernidad, cantidad, desplazamiento, blindaje, poder de artillería, y número de transportes. Los peruanos sin embargo suplían esta desventaja con oficiales navales muy capaces y preparados, aunque los marineros y grumetes fueran en su mayoría novatos y los artilleros carecieran de práctica en ejercicios de fuego real (17).

Iniciada la guerra, el Perú organizó su escuadra en dos divisiones. La primera, la más poderosa, integrada por el Huáscar, la Independencia y los transportes Chalaco, Limeña y Oroya fue puesta bajo el mando del capitán de navío Miguel Grau, uno de los más experimentados y prestigiosos marinos peruanos, comandante del Huáscar. La segunda, integrada por la corbetas Unión y Pilcomayo, los monitores Atahualpa y Manco Capac y el transporte Talismán, quedó a órdenes del hábil capitán de navío Aurelio García y García, quien durante el transcurso del conflicto se convertiría en comandante de la Unión. Los capitanes de navío Juan Guillermo Moore y Nicolás del Portal ejercían el mando de la Independencia y de la Unión respectivamente, mientras que los capitanes de fragata José Sánchez Lagomarsino, Antonio de la Guerra y Carlos Ferreyros quedaron al frente del Manco Capac, el Atahualpa y la Pilcomayo respectivamente. En ese entonces a los capitanes Grau, García y García y Ferreyros, conjuntamente con el contralmirante Lizardo Montero, se les conocía como los cuatro ases de la marina peruana (18).

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EL GOBERNANTE Y LA CAPITAL

Arriba, General Mariano Ignacio Prado, Presidente Constitucional del Perú de 1876 a 1879. Gobernó el país al inicio de la guerra con Chile. Su actuación durante el conflicto ha sido muy discutida. Abajo Lima, la ciudad de los reyes, capital del Perú y sede de gobierno, en fotografía captada entre 1879 y 1880. (Cortesía, arquitecto Juan Gunther Doering).


Juan del Campo

jdelcampo@mail.com

Perú