Producir pobres, luego ayudarlos.
Julio Hernández López


Las supersticiones suelen incrementarse en momentos de crisis. A falta de mejores recursos, muchos de quienes están inmersos en procesos de dificultades extremas se explican sus desgracias a partir de mitos y de otras elaboraciones fantasiosas.

Algo parecido está sucediendo hoy en México. Frente a una realidad cargadísima de tintes oscuros se están multiplicando tanto el voluntarismo como el altruismo.

Ambos fenómenos pretenden sustituir (sin análisis ni crítica) las causa reales de la crisis nacional, y ofrecer resultados positivos express, aparentes, superficiales, de fácil lucimiento y rápido desvanecimiento.

El voluntarismo y el altruismo tratan de ocupar así los espacios que el Estado mexicano ha abandonado en materia de justicia social. Y ya que dicho Estado incumple escandalosamente las obligaciones esenciales de proporcionar bienestar a sus nacionales, la iniciativa privada y los individuos con poderío económico asumen tales funciones, cambiando el concepto de justicia por el de generosidad, el de servicio público por el de limosna, el de gobierno colectivo por el de grupos empresariales o familias o personalidades, el de la obligación institucional por el de las buenas conciencias individuales.

Esta irrupción pervertida de valores se ha manifestado con más fuerza en fechas recientes, sobre todo a partir del agravamiento de tres hechos: las inundaciones de Chiapas, la inseguridad pública y la desatención oficial de segmentos sociales minusválidos o discapacitados.

Voluntad contra realidad

En Chiapas se está demostrando hoy (como quedó plena, rotundamente comprobado en Guerrero y en Oaxaca en el caso del huracán Paulina) que las voluntades individuales, por más presidenciales que sean, poco pueden hacer, de verdad, para mejorar las cosas en situaciones de desastres sociales.

De muy poco sirve, ciertamente, el voluntarismo cuando la estructura con la cual se trabaja está carcomida por el burocratismo, las islas desde las cuales se lanzan arengas son sólo eso, plataformas de arena.

El problema de Chiapas, hoy, es estructural, de fondo, y resulta aparatoso, llamativo, desdeñar los trabajos de escritorio para privilegiar por circunstancias los de campo pues, si antes se hubiesen realizado bien esas tareas de gabinete no sería necesario posar hoy las lentes oficiales y oficialistas en las botas presidenciales metidas en las aguas y el fango.

Por lo demás, como se ha apuntado líneas arriba, las palabras presidenciales (que a veces suenan como regaños, duras, secas, cargadas de ironías y humor que no siempre logran el éxito buscado) reflejan buena voluntad pero, por desgracia, no se traducen en hechos reales. Apenas se da la vuelta el Presidente y ya está la realidad del corporativismo, del partidismo, de la corrupción, imponiéndose sin paliativos.

Producir pobres, luego ayudarlos

La tragedia de Chiapas ha permitido, por lo demás, la reaparición estelar del altruismo. Acompañados de una adecuada estrategia de difusión, varios corporativos empresariales han hecho presencia con sus óbolos para ayudar a nuestros hermanos en desgracia. Lo que esas compañías dedican a la caridad social es bueno para resolver algunas carencias inmediatas, desde luego, pero política e ideológicamente no es ni neutro ni inocente.

Al formarse en la fila de donantes, varios de los hombres o de las estructuras que han provocado el desastre económico nacional tratan de resolver (con la obligada difusión del caso, que para eso también se tiene buen corazón) una ínfima parte de los problemas que han causado.

Ese altruismo que con una mano busca sanar una pizca de lo mucho que con la otra ha enfermado, no pretende, desde luego, resolver los problemas de fondo, sino sólo sus expresiones inmediatas más escandalosas. No quita el salitre de las paredes, pero sí resana y repinta para cuando las visitas se asomen por el lugar.

En ese sentido, los ejercicios altruistas dan buena imagen social a sus practicantes, conservan los estancos de pobres receptores y ricos donantes, sirven para algunos acomodos fiscales e inclusive se convierten en prósperas empresas familiares cuyos integrantes viven bastante bien de administrar la ayuda a los pobres.

Y usted, ¿ya se puso su listón?

Está en curso una campaña de poderosos medios de comunicación en la que se invita a los mexicanos a colocarse de manera pública, sobre la ropa de uso diario, un listón blanco para, así, expresar rechazo a la violencia y buscar que haya menos inseguridad pública.

Todos los días se hacen cortes informativos de los avances de las campañas. Para que otros sigan el ejemplo, se da cuenta de los nuevos prosélitos reclutados, haciendo énfasis en los más relevantes.

La citada campaña considera que con el simple hecho multiplicado de portar públicamente un distintivo se está haciendo algo contra la delincuencia. En realidad, sí se hace algo, pero muy poco y, en cierto sentido, contraproducente; se reduce a un plano frívolo y desvaído la lucha que debería exigir con fuerza a las autoridades el cumplimiento de sus obligaciones, y se coloca a dicha batalla en una circunstancia en la que las empresas mediáticas se convierten en presuntos gestores o intermediarios de la demanda social.

Las verdaderas transformaciones y correcciones sociales provienen de la dinámica de la lucha social organizada, y no de la moda, asociada a estrategias de marketing, de colocarse un distintivo como una especie de amuleto para conjurar el hecho de que el Estado mexicano incumple con estrépito una de sus principales obligaciones que es la de dar seguridad a sus nacionales.

Ambas desviaciones, el voluntarismo y el altruismo, deforman el sentido real de las cosas y de los problemas. Nadie puede, sólo con el poder de su mente, o de su espíritu positivo, cambiar una estructura de décadas que hoy vive sus peores momentos. Nadie puede, a partir de la consulta oportuna del amplísimo bolsillo, resolver los problemas de la miseria causada en gran parte por los abusos y las artimañas de quienes luego, de manera pía, buscan paliar aunque sea una ínfima (pero bien publicitada) parte del mal que han creado.

Astillas: Meses atrás, esta columna recibió versiones en el sentido de que se estaban reclutando en todo el país agentes confidenciales para una oficina de gobierno. Uno de los presuntos reclutados aseguró a Astillero que se trataba de un equipo de información política que debía infiltrarse en todos los ámbitos políticos y sociales. Ese informante mostró recortes periodísticos en los que se convocaba a personas deseosas de trabajar en un proyecto ``de información y análisis'' para que se entrevistaran en un hotel de lujo con los responsables de esas tareas. Entrevistados de manera personal, y con promesa de confidencialidad, la lista de solicitantes de trabajo iba siendo depurada hasta que quedaban sólo aquellos que cumplían los requisitos deseados. Entonces se les informaba: su tarea sería seguir sus rutinas de trabajo o de estudio, sin variaciones, pero con la obligación de informar puntual y oportunamente a sus jefes de todo cuanto fuesen conociendo y escuchando y que creyesen que fuese de interés del gobierno federal. Quien comentó de este asunto era un conocido del autor de Astillero pero, como no tenía pruebas irrefutables, se prefirió el silencio. Ahora, la Secretaría de Gobernación ha informado de la creación de una nueva corporación de ``especialistas de seguridad nacional'', y el autor de esta columna no puede dejar de relacionar una cosa con la otra, y recordar que la obligación de aquellos reclutados era comportarse como si nada, seguir su vida cotidiana, ganando unos buenos pesos más por informar de todo cuanto fuese interesante...

Tomado del diario mexicano "La Jornada", septiembre 14 de 1998.

  English.

Más reciente revisión: Mayo 18 de 2002