Cada
vez que suponemos algo, la realidad es distinta. Terminamos molestos
con nosotros mismos y con otras personas ante lo que suponemos. Cuando
nos enfrentamos a la realidad, notamos a menudo que la preocupación
resultó mal infundada y sólo nos trajo desasosiego y malestar
general. Si no hubiésemos supuesto de primera instancia, nos
habríamos economizado el doble trabajo de enfadarnos y desenfadarnos.