27 Mayó 2000 Luz Teoría (y práctica) de la ceroentendencia El verdulero de la cuadra de mi casa fue el mejor verdulero que pueda haber existido. Daba gusto ir a su local, y contemplar las manzanas, los tomates, los repollos de Bruselas, y demás verduras. El concepto "demás verduras" incluía artículos que para mentes pedestres no son normalmente atribuibles al colectivo "verduras". El vendía también lápices, ceniceros, carpas, bicicletas y ropa de todo tipo: ropa de tela, de porcelana, de cartón y de ropa. Esto es lo que hacía a mi verdulero especial: indagando uno entre los pepinos, encontraba lápices o bicicletas que eran verduras, uno lo sentía, instintivamente se decía: esa bicicleta es una verdura de acá a la China. Uno iba y le decía al verdulero: ¿me da un pepino de los de escribir? o "Necesito una lechuga fashion que me combine con las calabazas azules, porque hoy tengo una cena y quiero estar bien vestida". Pero su vida (y la nuestra!, y la nuestra!) cambió radicalmente el día en que otros comerciantes comenzaron a decir que lo que él tenía era un supermercado y no una verdulería. "Que no -decía él, lastimosamente- que es una verdulería hecha y derecha" Pero sus quejas no sirvieron sino para incrementar la animosidad contra él: llegaron a acusarlo de falsedad ideológica y de haber ultrajado con alevosía el juramento de Hipócrates de los verduleros. El no pudo soportarlo y entonces no lo soportó. Y se recluyó en su casa, de donde ya jamás salió hasta que salió. Sus largos microsegundos de reclusión le sirvieron para forjar cual si se tratara de un escudo una teoría sobre la hipotenusa. Salió como un iluminado en busca de ese mundo del que se había apartado por unos instantes, pero no llegó a la puerta de su edificio sin que el encargado le dijera que eso se trataba de un teorema, que aprendían los chiquillos en la escuela, lo que demostraba que ya alguien lo había inventado antes o después. "Alguien?" "Sí, hombre, uno de los griegos". Una enorme tristeza lo envolvió, y decidió que continuaría con su vida de anacoreta urbano hasta que pudiera inventar algo sin repetir el invento de otro. La existencia le pareció muy injusta, porque él realmente había inventado una teoría. Que luego (o antes) otro también la pensara, eso no restaba ni sumaba nada a nada. Y a nada. A cero. Regresó a su casa y se tumbó en un sillón, igualito al famoso "Pensador sentado en un sillón" de Rodin, pero al segundo ya tuvo que levantarse: había terminado de pensar y no le parecía nada bien hacerse el que estaba pensando, cuando ya había acabado de pensar. Ya estaba. ¿Qué estaba? Qué va a ser! Su invento! Que consistía en un sistema de lenguaje en donde cualquier frase que uno pronunciara, equivalía a cero, como esa ecuación de segundo grado aX2 + bx + c. Por supuesto que nadie entendería nada, o sea entendería, pero cero, esto es, ceroentendería. Pero eso no era lo fundamental del lenguaje así creado. Para que esta ecuación diera siempre cero, los significados debían moverse de maneras particulares, únicas. El usuario debía apropiarse de las palabras (los significantes), apropiarse activamente, libremente. A cada momento debía elegir qué significantes usar para cada significado, en el libre y soberano ejercicio de su voluntad creadora. Y el receptor haría lo mismo, pero según su propio sentido estético. De esta manera, el sistema aseguraba que nunca una ecuación como esa sería distinta de cero. Nada de menor o mayor, sino igual! Entonces volvió a salir, gritando Igual, Igual! Los medios de comunicación, siempre al acecho de sucesos fundamentales en la historia de la bubanidad, no tardaron en publicar reseñas, reportajes y comentarios editoriales, y ese mismo año la academia sueca lo propuso para el premio Nobel de la Paz, sin que nadie se preocupara en averiguar por qué, como es la costumbre, por otra parte. La altísima institución que premia y estimula a los grandes benefactores de la humanidad, lo eligió finalmente, por sobre otros que no serán nombrados para no herir susceptibilidades. En su discurso inaugural, el orador habló de los ínclitos eh! inefables méritos de aquel hombre esforzado y tenaz, que había entregado generosamente a la humanidad lo que le faltaba para ser una humanidad real y completa. Algunos concurrentes malintencionados dijeron después que ese "lo que le faltaba" reemplazaba a un algo que nadie sabía bien qué era, probablemente porque ya había muchos adeptos al sistema de ceroentendencia. La ceremonia seguía su curso, y la gente esperaba con ansiedad que el ágape de discursos llegara a su clímax para que luego pudiera terminar (porque esta gente intuía que el clímax tiene que venir antes del final, y posiblemente después del principio) Pero ocurrió que, como siempre, en el recinto había un resentido, que celoso de la inteligencia donde ésta se manifieste, intenta con una estupidez ciega destruir cualquier atisbo de pensamiento. Este resentido en cuestión, se levantó de su asiento y pidió la palabra, la cual le dieron, porque en un mundo tolerante como el nuestro, no se ve bien negarle la palabra a naides. Lo que dijo es que ese sistema tan novedoso era tan viejo como la humanidad, y posiblemente más. En síntesis, que en la ceroentendencia, lo único nuevo era el nombre. Los académicos suecos, luego de mirarse entre ellos y entre otros estupendofactos, decidieron que mejor le daban a nuestro hombre el premio de Literatura, porque tratándose de un neologismo, más tenía que ver con la Lengua que con la Paz, y que como premio Nobel de Lengua no tenían, le daban el de Literatura y se acabó, porque ya lo tenían al hombre ahí, estaba contratado el servicio de lunch, los periodistas de la orbe toda esperaban, y eso no podía volver para atrás, no, no. Uno de los académicos objetó sin embargo que ya habían entregado el premio de Literatura de ese año. Nueva sesión de miradas estupefondas plus preocupadas. Pero finalmente (no por nada eran loácadémicoh) decidieron sacarle el premio de Literatura a su anterior destinatario, y darle el de la Paz, porque bien podía verse que el personaje secuterciario sesquicentenario de su novela era a todas luces un filántropo. Así, continuaron con los discursos, aunque variándolos, dando pruebas de una admirable versatilidad. Y luego a los sánguches, y todos contentos.