Oscar Colmenárez Colaboración..... 10 Julio 2000 De: Renato Agagliate. LA VENADA DE LAS PATAS FEAS Antes que despierte el día, el masaguaro se despereza. El venado sube a la loma. La venada baja al río. El venadito sigue durmiendo al pie del masaguaro. Papá venado estudia un nuevo pasto para el día, mientras oye silbar la brisa en su caramera. Mamá venada se mira en el espejo del agua, se lava el hocico, eriza el rubio pelaje, cepilla el blanco delantal, mira al esposo. - Vamos - ordena éste a la familia. - Despierta niño - dice la madre al venadito. - Es hora de andar. ¡Que delicioso es recorrer la sabana, fresca de rocío, olorosa a mastranto, mientras la aurora toca a la puerta del llano! Grama tierna, hojas de guayabito y legumbres de jigua es el rico menú de hoy. Ya no hay leche para el venadito brincón. Está muy crecido. ¡Vida dichosa! Así, todos los días... Y, después, la siesta sabrosa, rumiando solitos en el carutal. Pero hay días de susto, días de terror. Días peores que las noches rasgadas por garras de tigres. Son los días de quema: días en que todo es correr afanoso, con humo que ofusca la vista y sofoca el respirar. Tardes como la de hoy, en que cada hierba es una llama: todos los animales huyen, la paraulata llora la destrucción de su nido y el morrocoy, agotado, se rinde... Pero los venados corren, se ponen a salvo: rapidísimo el papá. rápido el pequeño, lenta y fatigada la mamá. Han llegado a orillas del río y apagan el ardor de la carrera. La madre se refrigera; mira su rostro desfigurado en el agua; descansa; luego, coqueta, se acicala. El venadito la mira. - Eres linda mamá. Toda linda, pero no así son sus patas, peladas y lentas. Por culpa de ellas, casi la candela la agarra. ¡Que patas inútiles tienes mamá! - Tienes razón hijo - contesta tristemente la madre. - Anda a descansar con papá. A la sombra del masaguaro, el padre lo ha escuchado todo. - Oye - le dice al hijo. - Quiero contarte una cosa. Una vez había un venadito, dormilón como él solo, que apenas sabía caminar. Su madre lo dejaba escondido en el mogote y salía a pastar. Una tarde de marzo, se incendió la sabana y todo ardió como hoy. La venada corría como el viento, más rápida que yo; pero no quería huir: tenía que salvar a su hijo. ¡Pobre chiquillo! Entre él y la madre se había levantado una gruesa cortina de fuego. Sin pensarlo dos veces, la venada arrancó y cruzó por las llamas. Y salió al otro lado, pero con las patas encendidas. Llegó adonde estaba el venadito y lo sacudió... antes que lo despertara el incendio. El pequeño, entonces, echó a correr tras la madre y, pronto, llegaron los dos a orillas de un río. Ella entró al agua y le pareció sentirse aliviada. Sólo fue una impresión: sus patas, llenas de quemaduras, habían quedado contraídas y llagosas para siempre. Entonces miró al hijito y, ocultando su dolor, le sonrió: estaba salvo por ella... . Pero, luego, el venadito olvidó eso... y creció, creció... . - No sigas papá - exclamó el venadito, interrumpiendo el relato. Y corrió al lado de su madre, que con sus lágrimas estaba poniendo el río más grande. - Mamá - le dijo. - No es verdad que eres lenta... . Mentira que tienes feas las patas... . - Y se puso a lamerle las cicatrices que lo habían salvado. (Caracas, 1971) ---------------------------------------- Oscar Colmenárez _____________orcd@telcel.net.ve___________________________________