Oscar Colmenárez Colaboración..... 27 Julio 2000 Por: Renato Agagliate. LA FUMAROLA DE SANARE Puro Monte y puro indio, indio bravo y monte frío. Eso era entonces Sanare. ¿Una ranchería salvaje? Sí, salvaje; pero más feliz que la de los quibures y la de los tocuyos, si no le hubiera faltado una cosa: el fuego. Tan sin fuego estaban estos indios, en aquel tiempo, que ni siquiera tenían palabra para nombrarlo. Lo que sí les sobraba era catarro, era tos, era todo lo malo que sufre una gente cuando hay frío y no sabe cómo calentarse, hay malos espíritus y no sabe cómo alejarlos, hay cacería y no sabe cómo cocinarla: crudas las chivatas, crudos los guajes y hasta crudos los báquiros tenían que comerse. ¿Por eso sería que eran coyones? Quibures y tocuyos, estando en tierra caliente, disponían del fuego. Celosos de él, no lo prestaban a los indios de Sanare. - Cuando esos salvajes nos traigan un poco de su frío –decían,- les daremos un poco de nuestro fuego... A veces los coyones de Sanare les llegaba el humo de los venados que, abajo, asaban los quibures y tocuyos. Esto les sacaba baba de envidia y de coraje. Dueg, el moján de Sanare, era un moján excelente. Quería a su gente y le dolía que pasara tanto frío, que tosiera tanto, que chupara tabaco por no poderlo fumar y que, por comer crudo, le doliera tanto la barriga. - Voy a conseguirle a mi pueblo lo que le falta –se propuso un día el que era dueño de muchos espíritus. Una noche, cuando la luna platea los yagrumos, dormía la tribu de Dueg, tiritando desnuda sobre las esteras de enea. Él inhaló aquel polvito de cojoba que le daba poderes mágicos y, macana al hombro, salió de la ranchería. Enseguida se sintió nacer, detrás, dos alas grandes e inquietas. - Voy a volar arriba de aquel cerro –dijo, mirando al de Bojó.- Tan pronto como salga el sol, le pego un macanazo y le quito un poquito de lo que tanto necesitamos. Y echó a volar, remontando, remontando, hasta la cumbre. Agazapado allá detrás de una peña, se puso a esperar. Cuando por fin asomó el sol, ¡tuunn!, con la macana le dio un golpe en la cabeza. - ¡Ay, lo maté! – dijo asustado Dueg, al ver que se había hecho de noche; y cayó de espaldas, pero sin soltar la macana que había quedado encendida. Recobrado el valor, sin embargo, se puso a palparla hasta sentir ají en la punta de los dedos. Era fuego, sin duda; ¡era lo que buscaba! Pero el no poder verlo lo desesperaba. - ¿Será que estoy ciego? –se preguntaba, al no ver el sol que seguía subiendo a cazar patos en la laguna del cielo.- Voy a esperar que venga la noche verdadera y saldré de nuevo con la luz de la luna. Mi tribu me está esperando y esta cosa que arde se puede apagar. Pasado el día, el sol se puso tranquilo con su poporo de oro y salió la luna a pescar estrellas en la misma laguna. Dueg no salía de su ceguera; la noche para él era dos veces noche. -Me he quedado ciego para que mi gente tenga lo que tanto necesita –dijo; y, empuñando la macana vuelta hacho, abrió las alas para bajar volando a Sanare. Aquí su tribu, como era buen cazador, lo esperaba de vuelta de haber cazado una pieza mayor. Y por eso en la quebrada lo esperaba su hijo para ayudar a cargarla. Pero no; ya Dueg andaba por el cielo, montado en una amiga brisa de Cubiro. Por momentos su hacho fue relámpago de fe que adoraron los coyones; así, hasta que dos vientos enemigos –uno quibure y otro tocuyo- llegaron para arrebatárselo. Una batalla fue lo que se libró en el cielo: el hacho cayó al fin a tierra y a Dueg se lo llevaron los vientos, allá lejos, junto al mar, hasta verlo convertido en esa ave roja que se llama togogo. Pero aquí, al caer el hacho, había temblado la tierra. Aterrados, los coyones de Sanare se habían puesto a ensalmar, fijos los ojos en aquella humareda que señalaba el punto donde había caído el hacho. Antes que amaneciera, armados de macanas, arcos y hondas, los indios bajaron a la quebrada, se bañaron, se pintaron, se adornaron y echaron a subir por el cerro rumbo a la meta del humo. Llegados al borde de la hondonada, todos pudieron apreciar de donde salía. Viejos, mujeres y niños se pararon a esperar. Los hombres bajaron, sintiendo el calor de la tierra tan fuerte como el del sol al medio día. En el fondo, por fin, vieron lengüetear bajo el humo la misma llama que habían visto volar en la noche. El hijo de Dueg reconoció la macana de su padre y, religiosamente, encendió de ella la suya; lo propio hicieron todos sus acompañantes. Emprendieron entonces el regreso. Al alcanzar a los demás que estaban esperando, se abrazaron a la luz y al calor de lo que nunca habían visto de cerca. - Tenemos lo que sirve para asar cacería –gritaban los hombres. - Tenemos lo que nos va a calentar –gritaban los niños. - Tenemos lo que espanta a los malos espíritus –gritaban las mujeres. Henchido el pecho con aire serrano y cuidando la sagrada conquista, bajaron aquellos antiguos coyones, contentos como si vinieran de la cacería más grande de la historia. En Sanare y sus alrededores quedó el fuego repartido entre todos los coyones. En cada hogar hubo un fogón, con mucha luz y mucho calor. - Salgan a recoger leña –gritaban los hombres a las mujeres. - Y ustedes salgan de cacería –gritaban las mujeres a los hombres. Aquella noche ya nadie tosía y en el aire aleteaba sabroso un olor a patos asados. Felices estaban los coyones: bebían berría y, en torno a una fogata, le cantaban al sol, que se ponía detrás de Dinira, por haberles dado un... mechón de su pelo. Verdad que ya no estaba Dueg; pero ahí estaba su regalo, el fuego; y el fuego, por eso, se llamó Dueg. - No lo dejen apagar –decía el hijo del moján, mientras fumaba su primer tabaco. - No lo aticen tanto –decían las viejas,- que nos van a quemar los bohíos. Quibures y tocuyos, desde abajo, extrañaban aquel resplandor entre los cerros de Sanare. Los coyones bailaron toda la noche, hasta acabarse el humo de su fogata. Pero, en la fumarola, seguía subiendo el humo de Dueg. Después también ese humo desapareció; pero a veces vuelve, y a veces muy grande. Y a veces sentimos temblar, y hasta tiemblan los quibures y los tocuyos de ahora, para que los coyones de Sanare recordemos al moján que nos ha conseguido el fuego. GLOSARIO berría: chicha (palabra que apenas recuerdan algunos ancianos de Sanare(. Es una voz ajagua, hermana del guajiro eperria ‘lo que sirve para emborracharse’. cojoba: leguminosa, denominada también yopo, de cuyas semillas se obtiene un polvo alucinógeno, en esta zona de Sanare lleva ese nombre una pala de propiedades semejantes. coyones: indios de lengua macrochibcha que poblaban la región de Sanare. Dinira: nombre indígena de los cerros de Barbacoas, estado Lara, donde se oculta el sol para los sanareños. Actualmente lleva ese nombre el parque nacional que en esa región ha decretado el gobierno nacional para defender las cabeceras del río Tocuyo. dueg: entre los jirajaras del estado Lara, significaba fuego o candela; un préstamo necesario por desconocerse esa voz en lengua coyona (tanto los jirajaras como los coyones eran macro chibchas). hacho: (jacho, en la pronunciación popular) antorcha, generalmente obtenida del corazón del cardón. macana: arma ofensiva, hecha de madera, que usaban los indios. moján: brujo, piache, teúrgo. quibures: grupo de indios ajaguas que vivía en el valle de Quibor, estado Lara, al norte de Sanare. tocuyos: grupo de indios que vivía en el valle de El Tocuyo, estado Lara, al oeste de Sanare. togogo o tococo: modernamente más conocido como flamenco (Phoenicopterus ruber). ---------------------------------------- Oscar Colmenárez _____________orcd@telcel.net.ve___________________________________