Oscar Colmenárez <orcd@telcel.net.ve>

 Colaboración.....

LA SOCIEDAD Y LA AMBICIÓN DE LOS HUMANOS

Por: Juan García - Jofspain@aol.com

El otro día me puse a pensar muy en serio sobre lo complicada que es la vida. 
Nos acostumbramos a los muchos cambios que paulatinamente van ocurriendo a 
través de nuestras vidas, pero si tuviéramos que explicarle a un ser de otro 
planeta todo lo que abarca el sobrevivir en nuestra sociedad hasta nos 
alarmaríamos nosotros mismos.  Si reflexionamos un poco sobre la vida de un 
individuo desde el momento en que nace hasta el día en que deja este mundo, 
nos daremos cuenta de los muchos requerimientos necesarios en nuestra 
sociedad a fin de mantener un equilibrio de sobrevivencia entre todos los 
humanos. El hecho es que hay un gran número de sistemas de que se compone 
nuestra existencia que hasta casi resulta imposible el enumerarlos.

Algunos de esos sistemas los componen la distribución alimenticia, el 
servicio médico, la transportación (ferroviaria, de carretera, aérea, etc.), 
servicio de profesionales tales como dentistas, abogados, especialistas de 
diferentes categorías y  otros.  El sistema escolar es bastante embrollado 
desde el nivel de la escuela de párvulos hasta los centros universitarios 
especializados.  El sistema bancario es de lo más enrevesado que uno se 
pueda imaginar, pues hasta depende de lo que diariamente ocurra en otros 
sistemas de banca del extranjero o del sistema bursátil del país.  Los 
hospitales son instituciones de las que todos dependemos y dentro de las 
cuales trabajan profesionales de diferentes especialidades (enfermeras, 
doctores, administradores, paramédicos y otros más).

Si ahora consideramos el control  de esos individuos colectivamente veremos 
que se requiere un grupo de gobernantes cuya función es simplemente la de 
asegurarse de que todos los ciudadanos se adhieren a las mismas normas y 
disposiciones que se llaman leyes.  Estas leyes cubren toda clase de 
controles, tales como el tránsito, el sistema civil, el sistema criminal y 
muchos otros.

Salvo quien viva la vida de un ermitaño, marginado de la sociedad, la 
mayoría de la gente está sometida a una cantidad inmensa de factores que 
controlan la vida de cada uno de nosotros.

Si pudiéramos observar desde un punto elevado lo que acontece todos los días 
en una ciudad nos sorprendería el ver todos los ajetreos a que los 
ciudadanos se someten constantemente.  Esto nos revelaría solamente lo 
observable desde el exterior.  Veríamos coches por todas partes, autobuses, 
peatones, semáforos, tiendas, estaciones de ferrocarril, ambulancias y 
demás.  Pero lo que verdaderamente crea la complejidad de la sociedad no en 
sí lo visible de lo que pulula por todos sitios, sino lo que controla y hace 
que funcione cada uno de esos elementos observados.

Si consideramos cada uno de esos componentes observados veremos que tras de 
ellos existe un sistema un tanto complicado que hoy en día no se podría 
llevar a cabo sin el uso de ordenadores de lo más avanzado en tecnología.

Una vez que nos adentramos en el sistema del ordenador apreciamos la 
cantidad tan tremenda de personas que es requerida desde el momento 
conceptual de un ordenador hasta la fabricación y venta de ese producto.  El 
manejo de un ordenador requiere el aprendizaje de su uso, dependiendo de la 
aplicación que se le va a dar dentro de la instalación donde se va a 
utilizar.  También hay que añadir los numerosos grupos técnicos que se 
dedican al mantenimiento de esos ordenadores que, como todos sabemos, se 
estropean cada dos por tres.

Es increíble la cantidad de diferentes elementos de que se compone una 
sociedad.

Lo curioso del caso es que nos desvivimos por lograr el dominio de esos 
sistemas que nos controlan a todos y hasta de sobrepasar ciertos límites a 
través de esfuerzos sobrehumanos para elevarnos a un mejor rango social.  Y 
cuando ya parece que estamos en completo control de esa sociedad, nuevas 
ambiciones se adentran en la mente de muchos de nosotros que nos fuerzan a 
proseguir con esa batalla conquistadora del saber que no tiene fin.


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Oscar Colmenárez
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