"Luz Espain" 19 Mayo 2000 Ya lo dice el refrán: crea ovejas y te sacarán el cerebro Los carneros habían comenzado a desinteresarse de mí. Cada vez más se iban conviertiendo en torpes ilustraciones. Yo dejé caer mis neuronas, pero me dije: bueno, qué hay con eso, son dibujos, no es malo que se queden quietos. Pero al mismo tiempo, me parecía que no era justo, ya que yo me había tomado un buen trabajo imaginándolos. Me debían algo, eso está claro. Aunque sea me debían el tiempo que yo había invertido en ellos, con la vana esperanza de poder así dormir. Sé que en algún sentido me había comportado de una manera negligente, sino necia, al proponerme un rebaño de carneros, en lugar de uno de ovejas. Ya se sabe que los carneros tienen tendencias más individualistas, una personalidad más fuerte. Me veo tentado a decir que poseen la facultad de la Acción. Pero no lo diré, porque comprendo al mismo tiempo que ellos fueron formados en la matriz de ese concepto, y por tanto no pueden ser sino así como me salieron. En tal caso, este hecho demuestra todo lo contrario. Si los carneros no eran realmente así como los imaginé, y se habían dejado concebir de esa manera en mi mente, eso demuestraba indudablemente su falta de voluntad. Les faltaba voluntad! Por supuesto! Si se negaban a saltar uno a uno la verja que yo les había puesto por delante, era por falta de voluntad. Porque como poder, podían, yo los había hecho para que pudieran. Les había hecho cuidadosamente patas, cuatro para ser màs exactos, y con eso creo que tenían suficiente como para saltar. Pero no saltaban. Y yo, no dormía. Es que para falta de voluntad, les sobraba voluntad! Les sobraba para oponerla a la mía. ¿Pero quién era el que no saltaba? ¿Ellos? ¿O yo, que secretamente se los impedía? Ah, me escrutaba tan seriamente como podía! Y me decía: "lo hiciste a propòsito! Ahora, qué harás con todos esos inútiles carneros!" "Y si realmente tuvieran una voluntad desproporcionada?" Ese pensamiento me dificultaba la respiración, pero este otro, directamente me la impedía: ¿Era posible que así como se negaban a saltar, se negaran a desaparecer de la escena cuando yo se los pidiera? ¿En qué situación imposible, de impoder total, me encontraría yo una vez formuladas las palabras mágicas, vehiculos de la autoridad supuestamente indiscutible sobre lo que ocurría en mi cabeza? ¿Qué me quedaría por hacer luego de que mi "largo de aquí" chocara contra sus impasibles miradas? Debo reconocer que mi valentía no llega hasta ese punto. Preferí por tanto rehuir la apuesta y pensar en otra manera de comprobar mi poder sin que ellos pudieran en tal caso percatarse de mi derrota. ¿Serían estos los famosos Super-carneros de los que hablaba la filosofía de principios de siglo? De tratarse de ellos, de Voluntades Lanudas de Poder, suponía yo, debían efectuar un salto, que es la única manera que había de pasar del Carnero, el Esclavo, al Super-carnero, el Amo. Pero si algo no hacían, era saltar. Si hubieran saltado, yo los hubiera dejado en paz, tanto si eran supercarneros como si no lo eran. Porque yo no tenía (ni tengo) otro interés en la realidad que el lograr que ésta me deje dormir. Aunque posiblemente el salto que les permitiría (¿o había permitido? qué miedo!) convertirse en supercarneros no era la misma clase de salto que yo les pedía, les rogaba, les imploraba, para poder dormir. "Salten como quieran", les decía yo, "pero salten de una vez y a un ritmo parejo!" Nada! "Es que se me oponen o que no me entienden?", me preguntaba, presa de la mayor aflicción. Ahora, tenía yo al menos dos problemas. Uno, es que no podía dormir. Pero creedme que esto ya no me importaba frente al otro problema, el que ponía en duda mi propia existencia: ¿desaparecerían ellos cuando yo se los pidiera o también me vencerían en esto? No, no podía pensarlo. Es decir, esto lo pensaba en los rincones más íntimos e inaccesibles de mi mente, poniendo buen cuidado en que los carneros no me escucharan. Porque pensarlo en el frente, en el campo abierto, era ya formular esa frase que equivalía a la apuesta de mi propio poder. Seguramente aconsejado por esa cobardía autocomplaciente, ese falso instinto de autoconservación que todos conocemos bastante bien, es que me negué rotundamente a decirlo. No, no les diría que se fueran. Vi, o creí ver, un destello socarrón en sus miradas rumiantes, una especie de invitación al abismo que ellos parecían saber que yo rechazaba. "Decilo, deciloooo" parecían decir. Ah! Ya eran las 4 de la madrugada, pero eso no importaba. Dormir? Ahora? No, era necesario vigilar a esos carneros. Constantemente mis rivales y yo nos medíamos con la mirada, como si quisiéramos ver el momento preciso en que el otro iba a ceder. Eran más de cien carneros contra mí solo. Pero bastaba mirar uno, mantener una sola de las más de cien miradas (más miradas que carneros, porque algunos me habían salido bizcos), uno cualquiera de mis oponentes valía por el resto (porque, debo decirlo, en su construcción yo había economizado al máximo la dosis de imaginación, y por tanto, había imaginado uno y luego lo había multiplicado por más de cien, completando mi trabajo con una pintita por aquí, otra pintita por allá). Mi situación era deseperada. Ya he dicho que me había resignado a no dormir. Pero hay algo más. Si al llegar la mañana, ellos se encontraban todavía allí, yo por supuesto que tendría que quedarme. No podía obviamente abandonar la escena antes que ellos, porque eso significaba que yo era el perdedor. Pero, corriendo el riesgo de repetirme, no es que me importara tanto ganar o perder; lo que se jugaba aquí era el estatuto de mi propia existencia. Si ellos ganaban, es que mi pensamiento no me pertenecía, y lo que es peor, yo no tenía ningún poder sobre él. Maldije la hora en que se me ocurrió dormir y maldije la hora en que recurrí a esa costumbre tan estúpida de contar ovejas. ¿Es que la humanidad no se daba cuenta del peligro? Pensé que bien podía haberle pasado esto a mucha gente antes que a mí. Y esos podían ser los que morían (supuestamente) durante el sueño o los que por la mañana amanecían inexplicablemente vacíos para siempre. Ningún "inexplicablemente"! Ahora lo veía claro: Se trataba simplemente de malditas ovejas asesinas de consciencias, que con sus caritas angelicales primero nos invitaban a crearlass diciéndonos: "sí, saltaremos, saltaremos graciosamente la verjita y así podrás dormir!" y luego... Pensaba yo cuánto de desconocido poder hay en lo cotidiano, y cuánto de inconsciente en el humano para estar metiendo trozos de metal en los enchufes, como los niños, sin saber que detrás de eso puede estar escondida la muerte! (Ah! Qué miedo!) Posiblemente los carneros se aburrieron de escucharme pensar de una manera tan dramática. Comenzaban a poner caras y a mirarse entre ellos de reojo. En realidad también yo me aburría de escucharme, pero vislumbré que ahí estaba mi posibilidad, mi poder. Pensaría, pensaría sin respiro, y cuanto más horroroso fuera mi punto de vista, más y más se aburrirían y se confundirían hasta anonadarse. Eso fue finalmente lo que pasó: hicimos un pacto. Decidimos que ninguna voluntad había ganado, y lo que es más importante, ninguna había perdido. Cada cual con su grado de existencia intacta. Los carneros aceptaron finalmente saltar, si dormir era la condición necesaria para que mi mente dejara de hablar. (Ufff!!)