22 Junio 2000 Luz Espaïn Una exposición de Arte Me encontraba yo cierta tarde en uno de esos espacios donde se supone que se aloja algo como el arte. En verdad uno puede ver de tanto en tanto una centella, un cometa, un fósforo encendido al menos, pero generalmente... generalmente. Iba vagando entre infinitas paredes cargadas de cosas que habíamos de llamar obras a riesgo de convertirnos en blanco de los peores insultos, o dignos merecedores de un bonete con orejas de burro y la inscripción, terrible, de reaccionario-ignorante-anacrónico-intolerante-antidemocrático-asesino de ballenas (por las dudas). Ya se sabe, aquí es menos inmoral ser ladrón o asesino antes que portador de una fe mal disimulada en esos obsoletos pares bueno-malo, bello-feo, etc. Por ello, si uno quiere evitar esa salmodia de epítetos, lo mejor que puede hacer, si a ello se ve obligado, es verter un suave y contemporizador: "sí, está muy claro que esos fierros dentro de una bañadera vieja, salpicado todo con hermosos trozos de madera, papel arrugado y esferas de plástico, está muy claro que eso es arte y con mayúscula por si parece poco". Posiblemente deba reconocer un matiz de morbosidad masoquista en ese pausado recorrido entre dibujos de jardín de infantes, telas accidentadas, salpicaduras y pompones, o entre la misma basura de la calle acomodada, eso sí, sobre importantes pedestales. Pero sobre todo me guiaba la certeza o la esperanza de que en medio de todo eso, algo que tuviera derecho propio a la existencia pudiera nacer. Y a veces nacía. Seguía recorriendo esos laberintos cuando de pronto me pareció que desde una tela dos ojos me seguían. Temiendo ver confirmados los peores pronósticos acerca de mi salud mental, vacilé infinitamente hasta que me acerqué al cuadro. Efectivamente, entre los colores formando manchas como los que hacen los niños de tres años, pude distinguir dos ojos de vaca que me miraban fijo. Por fin, una grieta se abrió en el cuadro, y desde una cosa roja e hinchada como una salchicha, salió una voz que me saludó amablemente. Yo en principio no le respondí el saludo, dado que no me parecía bien eso de andar hablándoles a los cuadros, como no fuera en la intimidad del propio pensamiento. La emisora de esa voz debió darse cuenta del motivo que me hacía incurrir en semejante falta de educación, porque me dijo: "oye, soy una persona, o eso dicen. Me llamo Epifanía, gusto en saludarla". Llegado ese punto, me pareció que tener un nombre y hablar es suficiente como para ser considerado persona, o no, pero en tal caso yo saludaba cien veces al día a muchos seres, sólo porque tenían nombre y hablaban, y no tenía por qué haber una excepción ahora. Entonces le respondí: "El gusto es mío. ¿Pero sería tan amable de decirme qué hace allí colgada como si fuera un cuadro?". "Cómo no, cómo no -me respondió-. La verdad es que no me encuentro muy cómoda aquí, pero ya me acostumbraré seguramente. Ocurrió que estaba yo la mañana del miércoles en el subterráneo como todos los días, dirigiéndome hacia mi trabajo. Yo suelo aprovechar el viaje para retocarme un poco el maquillaje, y en eso estaba cuando de golpe un hombre me confundió con un cuadro del Señor Equis". No pude evitar interrumpirla con una exclamación salida de lo más hondo de mi ser. "Qué horror, -le dije - eso es un asco! Si al menos la hubieran confundido con un Van Gogh, vaya y pase pero..." La señora me contestó un poco molesta: "Lo que usted quiera, pero el señor Equis es un pintor muy conocido con una reputación creciente en Uropa y los Iunited Estéits", me dijo, repitiendo sin duda alguna reseña de un suplemento dominical. "Para mí es un honor que me hayan confundido con un cuadro suyo!" "Claro, claro -dije-, para qué monalisas o majasdesnudas, ahora no hay como que la confundan a una con un cuadro expresionista, lleno de pintura chorreada y pedacitos de cosas pegadas. Las mujeres hemos evolucionado junto con el arte, eso se ve muy claro". "Ya ve usted que tengo razón. Así que me confundieron con un cuadro que hace unas semanas había sido sustraído de una de las galerías más importantes de nuestra ciudad. Ya ve que el pintor Equis es tan genial que hasta los ladrones se roban sus cuadros, como en el primer mundo". "Claro -le digo-, no hay como los ladrones para críticos de arte. Eso que usted me cuenta me confirma absolutamente la calidad de su obra". "¿Ve lo que le digo? Bueno, entonces el hombre, que era un entendido a todas luces, me confundió con esa obra, y con ojos que a duras penas podían esconder su júbilo, mientras gritaba, 'las vanguardias tenían razón, el arte verdadero está en la calle!', me devolvió a la galería. Y como esta semana ha comenzado una muestra retrospectiva sobre el Maestro Equis, pues me han traído junto con otras obras". "Interesante, interesante -dije para decir algo mientras me alejo unos pasos hacia atrás. "Yo siempre quise vivir cerca del arte, es mi vocación" "Sí, se ve", le dije. "Gracias. Es por eso quizás que cada mañana ponía todo mi afán en pintar mi cara. Porque eso no es cualquier cosa, no, no, es todo un arte. Y no me he conformado con la pintura, no! También he experimentado la escultura. Luego de practicar años, de inflarme un poquitito aquí, de sacarme una cosita acá para ponérmela un poco más allá, lo he logrado, soy una obra de arte!" "Qué bonito, qué bonito" -dije mientras me seguía alejando imperceptiblemente. "No es tan cómodo estar colgado de una pared, pero todo sea por el arte", continuó mientras yo me iba casi corriendo de ese templo de cultura. Luz Espaïn