21 Junio 2000 Luz Espaïn Juntadora de almas Mi vocación para el desastre se hizo patente cierta tarde en que me encontraba yo reunida con un grupo de personas. Ocurrió que, entre café y café, de pronto había un alma suelta, ahí en medio, y nadie parecía dispuesto a reconocer su propiedad. Cierto que era un alma bastante fea, arrugada y llena de pliegues. Era evidente que se encontraba deshidratada. Era un asco para ser exactos. Entre los pliegues tenía suciedad vaya uno a saber de qué origen, o desde cuándo estaba allí. Miradas escrutadoras comenzaron a cruzarse en el espacio como en una película de cowboys, pero como ocurre siempre, aquéllas eran insuficientes para lograr un conocimiento seguro. Quizás porque algunos creían que basta sumar mucho de lo insuficiente para lograr algo suficiente, es que las miradas iban para todos lados y a velocidades vertiginosas, parecía un horrible local para bailar con luces trastornadas que entre sacudida y sacudida daban la ilusión de permanecer y capturar imágenes. Es posible que el dueño no estuviera mintiendo y simplemente ignorara que eso que estaba ahí era suyo, porque en el estado en que se encontraba esa cosa es evidente que mucha atención no le prestaba, y quizás hasta hubiera olvidado su existencia. Miradas miradas miradas, era como para marearse, pero eso no daba resultado. Algunos revoleaban los ojos que daba miedo, y las expresiones, ah! qué patéticas! que ni en las telenovelas había logrado yo ver semejante cosa! Pero mucha escrutación, mucha escrutación, y esa alma seguía ahí tirada en el medio, sin que nadie quisiera o pudiera reconocerla como suya. A mí me parecía que mía no era, pero tampoco podía estar segura. Creía sentir que yo tenía la mía en su lugar, que no sabía cuál era, pero en tal caso era el mismo de siempre, no había diferencia. El alma estaba muda como una gelatina. Quizás su estado de anorexia le impidiera hablar, pero también es muy probable que no quisiera volver con su dueño, y no era nada raro eso, considerando cómo la trataba. Caía la noche y todos se fueron retirando, pero el alma seguía allí. Es por eso que decidí llevarla conmigo y así es como me convertí en hogar sustituto de almas huérfanas o abandonadas, y aun de almas maltratadas. No sé cómo, pero se corrió la voz y no pasó mucho tiempo sin que mi casa se llenara de almas que me contaban toda clase de desdichas y vejaciones. Era una tarea que me excedía. La verdad es que me era suficiente con mi propia alma, a la hora de cuidarla se me hacía difícil, y ni hablar si tenía que cuidar de cien. Algunas almas sólo estaban un poco distanciadas de sus cuerpos y de una manera u otra se hallaba una solución. Pero otros casos eran más difíciles. Esas almas no se podían ir en tanto sus cuerpos siguieran viviendo, pero no querían o no podían vivir en ellos. Su situación era realmente delicada: en algún lugar tenían que estar mientras esperaban la oportunidad de meterse en otros cuerpos. Muchas veces sentía que mi alma tiraba de mi ropa como hacen los niños cuando quieren que les compren caramelos; pero mi alma no quería caramelos, quería que me quedara con todas las almas que encontraba. Yo no me pude negar a su pedido, así que fui incorporando a todas las almas exiliadas. Y mal o bien intenté cuidar de todas hasta el fin de mis días. Pero el problema surgió justamente en el fin de mis días: en el momento exacto de mi muerte, se presentó uno de los encargados de separar almas de cuerpos muertos y me dijo, como quien pide documentos: "a ver, señorita, el alma por favor!" "De acuerdo oficial, pero deberá ser paciente". Él me dijo que si iba tardar mucho en morirme que le avisara cuando terminara así el volvía, que tenía mucho trabajo, que eso debe ser instantáneo y él no podía perder tiempo esperando. "Sí, sí, lo que usted diga, oficial". Entonces empecé a hacer entrega de almas lo más rápido que podía, y el oficial iba abriendo más y más los ojos hasta que pareció que se le iban a juntar los párpados en la nuca. Balbuceando me dijo "¿Pe-pero usted cuántas almas tiene?!!" Y en seguida hizo sonar la alarma y vinieron un montón de policías, el fiscal, el juez y el abogado defensor. En vano trataba yo de explicar las razones que me habían llevado a "tal desprolijidad, Su Señoría, pero usted comprenderá que no podía dejarlas ahí tiradas". El juez leía su código penal, hablaba al oído del secretario y luego sacudía la cabeza. Eso duró horas, y luego quedamos con prisión preventiva, es decir yo como acusada de apropiación ilegítima y el resto de las almas, como los cuerpos del delito. "¿Se da Ud. cuenta del desbarajuste que armó? -me decía el juez- Ahora hay un montón de cuerpos sueltos por ahí sin almas! ¿A usted le parece bonito? ¿Ehhh? Yo callaba, no podía decir nada. Realmente no había pensado en ese detalle de que cuando los cuerpos se murieran tendrían que presentarse junto con sus respectivas almas ante la autoridad competente. Yo me aburría de esperar y me preocupaba eso de no saber si ya estaba muerta o no. Pero todas las veces que lo pregunté, la respuesta fue la misma: "eso es secreto de sumario". Finalmente, pasados algunos trozos de eternidades, me dijeron que me habían absuelto dado los atenuantes, pero que tenía que quedarme allí hasta que todos los cuerpos implicados se murieran. Eso tuve que hacer, y luego todo terminó. Ah! qué trastorno, es la última vez que lo hago, lo puedo asegurar! Luz Espaïn