5 Jun 2000 Luz Las palabras, esas perras negras En un lugar de la Mancha, de cuyo qué no qué, debía estar eso que yo buscaba desesperadamente ahora. La miraba con fijeza de esclavo, a la mancha, mmm, no, más bien con fijeza de recaudador, sí. O no, no. Fijeza de berilo, eso era. Es que demasiadas veces no se sabía cómo, pero uno al fin lograba explicarlo, o eso parecía, algunas veces. Quizás era sólo ignorancia de los medios adecuados. Eso es muy posible (¿pero cómo se hace para ser "muy" posible?) La cuestión es: ¿existe alguna fórmula mágica, o algún tipo no-importa-qué-tipo de conocimiento, que conduzca a un poder sobre aunque sea un significante? Alguna manera de obligarlo, de constreñirlo: vamos, maldita cosa, di algo! Refiere!, oh, tú, Asquerosidad Semántica. Porque a mí me daba un prurito cercano a la náusea cada vez que una palabra venía a mí, sumisa... Sumisa! Qué absurdo! Las palabras, esas perras negras, decía alguien a quien he leído mal. ¿Existe algo más asqueroso que esa sumisión de las palabras a ser usadas una y otra vez, a deformarse, a hacerse otras, a contagiarse de los contextos de uso, a ser usadas una y otra vez, repetidas espantosamente, vaciadas y vueltas a llenar? ¿Pero vacías o llenas de qué? De otras palabras, de qué va ser! Si no hay más que eso! No, ciertamente que yo debía evitar cuidadosamente este abismo, este sensamiento (eso no es más que un horrible y estúpido híbrido de un pensamiento y un sentimiento). Pero no siempre resultaba posible eso (mmm, ¿cómo hace algo para ser a veces posible y otras veces no?), nuevamente, esta perra aquí, "posible", pero es otra, ya la he usado hoy, hace un instante. Y eso no hace más que ejemplificar de una manera absurda lo que no intentaba decir, sin dejarme llegar jamás a lo que intentaba decir. ¿Es que yo intentaba decir algo? Sí, sí, que todos los días, hablando y hablando palabras usadas y gastadas, gastadas sobre todo de un algo que no sea otra palabra. Ah, si hasta me entra terror! El miedo, ya lo saben, no es buen consejero. Puede llevar a una mente de lo más normal a cometer todo tipo de atrocidades. Atrocidades! Ah, tontas metáforas, efectos, qué-es-lo-que-dirás-luego de "atrocidades". Si es que uno, aún con las mejores intenciones, con los sentidos más alertas que, ah! y otra vez aquí habré de perpetrar una comparación efectista y vacía, que no servirá para nada más que para seguir con lo que sigue. Así no se puede! Que aún con las mejores intenciones de llanura, uno se empantana momento a momento en el lenguaje, construyendo mundos de relaciones de significación sólo para poder seguir hablando. Aquí no hay ética que aguante! A-tro-ci-da-des, decía. Bueno, a mí se me había dado por obsesionarme con el pasado de las palabras. No, nada de filología ni lingüística, a mí se me había dado por algo más cotidiano, y creo que por tanto también más peligroso, al menos para mí y para las palabras. Ah, si hasta parecía yo el moro celoso ese de Yéikspier, interrogando a las perras negras: ¿dónde has estado? ¿con quién? ¿en qué contexto? ¿quién te usó? Habla maldita! Ay! Creo que moriré presa de la aflicción, en este mismo instante! ¿Pues quién te cree? Y sobre todo, ¿qué importa? Si lo que haces es utilizar la licuadora de alegorías, la amasadora de... uajjj, si hay algo que me da asco, es el lenguaje. Pasaba de esos interrogatorios enfermizos a una situación de absoluto silencio. Eso no es difícil. Lo difícil es pensar sin palabras, o no pensar. Bueno, está bien, no hacer esa cosa parecida que se suele hacer con la cabeza, con lo que hay adentro, si es que hay algo. Ya sabemos que no pensar es una de las actividades más sublimes y frecuentes del hombre. También por momentos me parecía descubrir complicidades entre las palabras, y entonces, una palabra gorda y chueca se me acercaba y decía: eso se llama paranoia. No importa, decía yo, ¡como se llame! ¡Diganmé de dónde se conocen ustedes, cuándo se han puesto de acuerdo! Ah, pero para qué voy a relatar las barbaridades a las que me arrastraron los celos. No, no, que no eran celos! No? No, era odio. Ya que teníamos que convivir, las torturaba un poquitito. Pues yo me había armado una especie de silogismo en la sala de estar, que era así: Nadie nunca significa Nadie nunca deja de hablar Entonces, el que significa es el que no habla (ni siquiera callado) Sí, que era un mueble medio torcido ese, que parecía de esos "hágalo usted mismo" o "arme su ropero" y te mandaban una cajita con maderas microscópicas, y se suponía que de eso salía un ropero, y no, pero qué, ¿me vieron cara de big-bang a mí como para hacer salir un ropero de ahí? Pero no dejaba de ser simpático el engendro. Seguramente había escuchado mal yo, en la clase, porque cuando me empezaban con sócratesesmortal me daba mucha tristeza. ¿Entonces murió? ¿es cierto eso?, me decía yo amargamente, y ya la clase de filosofía se perdía en la neblina y sombras grises y alargadas... Bueno, en realidad, nunca fui a una clase de filosofía, y no sabía que Sócrates hubiera muerto, ahora me entero, y me da pena y todo eso, pero lo que yo quería en realidad es explicar de dónde había sacado ese mueble tan feo, y la verdad es que no lo saqué de ningún lado. Es más, no está en mi sala. Es más, no tengo sala. Es más, yo tampoco estoy. ¿Pero y entonces? Entonces nada, a callar, a ver si así se logra significar! Aunque sea un ratito. Un significadito bien chiquito, ¿eso cuánto puede costar?; un significado amebita, un embrión de ameba, un significadito tamaño pelito del embrión de la ameba. Algo.