23 Agosto 2000 Realización: La Princesa de las Alimanias **COMAMOS MENOS PARA VIVIR MÀS TIEMPO** Uno de nuestros amigos pretendía que reducir su alimentación conducía a disminuir sus gastos y, por ello, a una minimización de los esfuerzos y de la tensión nerviosa: la consecuencia es una vida más feliz y, probablemente más larga. Este argumento, un tanto humorístico, no es el único. El exceso de alimentos mata sin duda algo más que el hambre, por lo menos en los paises occidentales, donde se ha reconocido que por cada persona subalimentada hay 99 que sufren de plétora alimenticia. Jamás el ser humano, en occidente, ha comido tanto como en la actualidad, salvo en algunos períodos de decadencia, por ejemplo en el Imperio romano, cuando los ricos y los poderosos organizaban banquetes que duraban días enteros. Desde el día en que nace, el niño es atiborrado. Es necesario que sea "hermoso", es decir, gordo. Pero ya entonces entran en acción los procesos de liberación y, los vómitos, las diarreas, la orina abundante, la transpiración, los períodos febriles, las erupciones cutáneas, los catarros, etc., son las señales de una acción emprendida por el organismo para librarse de alimentos sobreabundantes o tóxicos. Cuando más sufre y se debilita el bebé , más tentados se sientes los padres a obligarlo a alimentarse. El reflejo de la glotonería y el miedo a morir de hambre impregnan así al espíritu del niño y subsisten en el adolescente y el adulto. Son numerosas las enfermedades que tienen su origen en esta sobrealimentación casi permanente. El abuso de condimentos provoca irritaciones y fermentaciones gastrointestinales , y las reservas orgánicas se gastan a un ritmo acelerado para tratar de salvaguardar un equilibrio dudoso y una salud precaria. Comer con exceso conduce, pues, a sobrecargar los órganos eliminadores y los sistemas digestivo, circulatorio y neuroendocrino, sin olvidar el sistema respiratorio, ya que sabemos que buena parte de las grasas se oxidan a nivel de los pulmones. Otro peligro, no despreciable, aparece en nuestra época: el hecho de que nuestros alimentos se hayan generalmente impregnados de venenos. En realidad, desde el punto de vista de cultivo hasta llegar a la cocina, pasando por el almacenamiento, la conservación, los artificios de presentación, etc., nuestros alimentos sufren una acusada degradación. El tubo digestivo es el primero que sufre por ello y el resultado es que las mucosas se alteran hasta llegar a la ulceración y a la cancerización. Un cierto número de tóxicos se introducen igualmente en la sangre y las células, donde desempeñan un papel particularmente destructor. El hombre ha transformado su cuerpo en un depósito de detritos putrefactos: carne en descomposición y almidón fermentado. Cuando enferma, imputa la responsabilidad de su estado a su hígado, sus riñones, a sus intestinos... y entonces se somete a no importa qué tratamiento, con la ilusión de que no deberá abandonar unas costumbres alimenticias incorrectas. Reduzcamos pues, la ración alimenticia. Teniendo en cuenta la adopción de la regla de 60/20/20, más o menos modificada en función de valores individuales, situemos nuestra ración cotidiana en algunos cientos de gramos. La asimilación de los alimentos se verá entonces mejorada por algunos factores particularmente importantes, tales como una masticación prolongada, la quietud afectiva y mental, el descanso antes y después de las comidas, y, asimismo por un factor que con demasiada frecuencia es descuidado: el hambre verdadera y no un falso apetito inducido por aperitivos, artificios alimenticios, medicamentos y drogas de las que conocemos, por sus resultados, la nocividad. A.Passebecq -------------------- **Princesa de las Alimanias**