28 Mayo 2000 Luz El señor Equis Mi vecino, el Señor Equis, era un señor muy listo y un comerciante nato. En un rapto de asombrosa lucidez, había descubierto que a la gente le gustaba presumir de inteligente, y vio en ese hecho una oportunidad de hacer dinero como pocas. Unos meses después, inventó una pócima que supuestamente disolvía instantáneamente la estupidez. Uno la tomaba -decía- y de inmediato quedaba inteligente, ehhh, no, en realidad quedaba liberado de la estupidez y quedaba lo que quedara una vez restada ésta. Ya se verá que esta es una diferencia que puede a uno costarle la vida. No tardó en conseguir sus primeros clientes, y se armó una recepción para presentar públicamente el novedoso producto. Pero ocurrió que, sólo con tomar unos tragos, la gente desaparecía de maneras increíbles. Algunos, como un tris! o un pif! o un bat!, y otros tardaban un poco más, y gradualmente se iban conviertiendo en gelatinas y cosas incluso más asquerosas, hasta que finalmente desapareciá, con ruidos borboteantes, puajj! Yo por supuesto que ni la probé, por las dudas, digo. Aduje que mi religión me impedía tomar cualquier cosa, incluida agua. Porque no era tan estúpida como para estar segura de que mi estupidez fuera tan pequeña que no me llevara toda con ella al desaparecer. Parece que el primer sorprendido por los poderosos resultados fue el mismo señor Equis, quien de casualidad habría dado con la fórmula. En realidad, su plan había sido darles cualquier mejunge, que esta gente se creía cualquier cosa. Contaba, por supuesto, con el efecto psicológico del placebo. Luego irían pavoneándose tan estúpidamente como antes, y diciéndose unos a otros: "ya, tú me miras porque me veo muy inteligente, verdad?" "Entiendo tooooodo, el universo, la realidá, y la fórmula de interés compuesto, pero no te lo puó'splicar porque tú no lo entenderías". Así se había imaginado todo el Señor Equis. Pero las cosas salieron bien distintas: no quedó uno vivo. Disuelta la estupidez, disuelto el hombre. En realidad hay quien dice que se trataba sólo de un poderoso veneno, que no era selectivo: mataba tanto chanchos y gallinas como ñútones y áinsteins. Porque jamás pudo demostrarse que hubiera un sobreviviente. Se reportó sí un caso de sobrevida, pero cuando llegaron los peritos al lugar donde el sobreviviente se encontraba, vieron que se trataba de una computadora. Pero dado que el dueño de la casa jamás apareció, se dedujo que se trataba del mismo dueño que una vez desaparecida su estupidez, había salvado eso: su yo-computadora. Por otra parte, es evidente que si existía un sobreviviente despojado totalmente de su estupidez, no tendría ningún interés en darse a conocer para que esa horda lo rodeara con preguntas y miradas de vaca. En tal caso, lo que surgió como obvio es que de tan efectivo que era el producto, el señor Equis se quedaría rápidamente sin ningún cliente. Y pensó que el problema era una cuestión de dosis con respecto a la masa: si lograba que la masa de estupidez creciera en cantidad, la relación con la dosis mínima no sería mortal. O sea, lo que tenía que hacer era incrementar de algún modo la estupidez, para luego disminuirla con su producto. Negocio redondo. Te enfermo, para luego curarte (y cobrarte por ello, está claro). Evidentemente este hombre era un visionario, porque ese luego llegó a ser el lema fundamental de un movimiento filosófico llamado consumismo. Como era muy creativo, no tardó mucho el señor Equis en descubrir la manera de lograr sus objetivos: inventó una cosa cuadrada, con cosas que se movían adentro que había que creer que era la realidad. Colores, ruidos e ilusiones al alcance de la mano. Sí, lo que inventó el señor Equis fue la televisión. Un éxito. Pero no para él realmente. Algunas cosas se dieron según sus previsiones: la estupidez crecía en progresión geométrica hasta alcanzar volúmenes inconcebibles. La gente comenzó a comprar casas enormes, porque sino, no entraban de tan pletóricos que se hallaban. Vidas fáciles, gente hermosa, todo eso contribuía a que la gente no quisiera despegarse de la pantalla para ir a tomar su remedio anti-estupídico. "Ahora, ahora, en los comerciales voy", pero en los comerciales también había situaciones hermosas, y hermosamente escabrosas, no daba ganas de irse a tomar unas gotitas y sacar los ojos por un instante de las pantallas. "Ahora, ahora", pero nada, el negocio no funcionaba bien. Esta gente se olvidaba de todo, y finalmente terminaron olvidándose de que eran estúpidos. Estúpido, eu? Pero no! Pero supongo que el fin precipitó su velocidad cuando un nuevo discurso encontró su nidito en la tele: que hay que valorizar otros aspectos del ser humano, que la inteligencia no lo es todo, que mi dedo meñique del pie merece tanta atención como una sinfonía, que tanto vale hablar de lentejas como de la teoría de la relatividad, que para qué quiere uno pensar si ya otro pensó antes, que en esto de pensar no hay que exagerar: una vez al año está bien, si uno piensa más, es un pensahólico y tiene que ir al pepsicólogo etc. Bueno, que nada, que el negocio fracasó rotundamente, plaff! ¿Qué? Noscucho! Ah!, que qué pasó con la pócima, quieren saber, por si acaso se la pueden obsequiar a algún bienaventurado para el cumpleaños, sí, para que se cure o que se vaya a reencarnar a ver si la próxima vez le sale mejor, sí. Pero no, eso no va a ser posible, no, no, que el muy estúpido del señor Equis, no pudiendo soportar su fracaso, se vació de un trago una de sus botellitas, luego de haber destruido el resto, y se llevó el secreto de la fórmula a la tumba. Otra vez será.