14 Mayo 2000 Luz ¿Un cuerpo sin cabeza? 0RANGE.- ¡Pues el de ver qué hacía el cuerpo sin cabeza! "Egmont" Goethe ¿Qué estaba haciendo el cuerpo sin cabeza? ¿Qué quiere decir eso? ¿Es una adivinanza? Antes que nada, he de aclarar que no se trata aquí de ninguna alegoría barata (sí, sí, todas son más o menos baratas, es cierto, me vuelvo redundante) Y podría presentar mil razones acerca de la intención no-alegórica, pero me conformaré con lo único que es realmente efectivo: esa verdad incontrastable de que la cabeza suele ser una alegoría del raciocinio sólo por un malentendido. Porque en el 99,9 por ciento de los casos (*), la cabeza no tiene nada que ver con la posibilidad de la existencia de una mente. Más ajustado sería decir que cuando uno habla de cabezas, hace una referencia metafórica al mundo de las calabazas y demás existencias cucurbitáceas. Ahora sí podemos continuar. Entonces tenemos dos caminos para seguir: uno es investigar el origen de tal malentendido: cómo cabeza puede haberse convertido en sinónimo de dirección, de centro del cual emana la organización. El otro camino que se abre es ver a qué se refiere una metáfora de "cabeza" si el uso está libre de esa confusión cabeza-mente. De vez en cuando uno tropieza con sorprendentes verdades latiendo en el lenguaje: por ejemplo, en mi tierra se dice vulgarmente "mate" refiriéndose a la cabeza humana. Y mate es también una bebida y el recipiente donde se toma ésta, que casualmente (al menos en su origen) es qué: un zapallito, una calabaza en miniatura, bah. Esto abona mi teoría acerca de la metáfora. Aunque bien sabemos que esto no es para nada necesario: basta con examinar una cabeza al azar para saber que allí dentro lo más que puede haber son semillas. Desde los primeros balbuceos fisiológicos de la humanidad, desde esos divertidos sistemas de líquidos que viajan por tubos llevando sensaciones y trayendo conceptos, hasta llegar a las más modernas teorías (que no se diferencian de sus antecesoroes más que por su complejidad y su léxico que crece como cáncer) se asocia la mente a la cabeza. ¿De dónde pudieron haber sacado una idea tan peregrina? Es exactamente como decir que suele llover en Malasia, y como ahora está lloviendo aquí, eso significa que estamos en Malasia. O que como estamos en Malasia, entonces tiene que llover. O cualquier otro razonamiento excepto alguno que tenga sentido. Según las investigaciones de los doctores en Doctoración, señores Oxford, Keimbrich y Rotenmáier, esto se debe a que existía la costumbre desde el Pleistozoico-Mio de guardar la Inteligencia (si es se poseía una, por supuesto) en calabazas o zapallos bajo la tierra, para evitar que fueran saqueadas durante las horas de sueño. Es que entonces, como también ahora, la inteligencia era un bien escaso y en algún sentido no renovable, y sus poseedores la guardaban como a su mayor tesoro. Porque, a diferencia de ahora, además de escaso era codiciado. Cuando una de estas inteligencias era sustraída a su poseedor, era utilizada por el usurpador ignorante en un mínimo porcentaje de sus posibilidades. La usaba sobre todo para "ver" lo que no podía imaginar. Era para el nuevo poseedor una especie de caleidoscopio misterioso. Ocurría con frecuencia que el ladrón se aburría con rapidez del juguete que no sabía utilizar, y lo dejaba. Así era posible que el verdadero dueño reencontrara su Inteligencia, aunque generalmente la encontraba arruinada de manera irreversible. De ahí que fuera esencial para la vida del inteligente poner a resguardo su tesoro. Con el tiempo, el cuidado se hizo innecesario. Con la aparición de la imprenta, y luego con el cine, y sobre todo con la televisión, los seres sin mente creyeron que ya la tenían, puesto que dado que desconocían sus ilimitados usos, creyeron que la inteligencia equivalía a esto que les dio la televisión y por tanto ya no se tomaron el trabajo de robar inteligencias. Entonces, cabeza y calabaza eran lugares alternativos donde podía residir la Inteligencia (otra vez, otra vez: siempre y cuando ésta existiera). Generalmente, se la guardaba en la cabeza, por la posibilidad de llevarla con facilidad a todos lados. Y luego, cuando uno se iba a dormir, se la guardaba en una calabaza bajo la tierra. ¿Podrían haber sido cocos en lugar de calabazas? Claro, y cualquier otro objeto que cumpla la condición de poder proteger un tesoro gracias a su dureza exterior. Eso no importa, la costumbre se dio así. Cuando ya no fue necesaria, esta costumbre se perdió por inútil, y lo que quedó es esa presencia en el lenguaje, esas metáforas. Entonces, una vez que aceptamos esta verdad de grande peso, lo que queda por ver es de qué se trata eso de "qué hacía el cuerpo sin cabeza" Pues para mí se trata de una adivinanza un poco obvia, no tengo dudas: la respuesta es que ese cuerpo estaba tocando, que es lo único que podía hacer. Porque si la cabeza no sirve para pensar, como vimos, ¿para qué sirve? Para ver, oler, oír y poner caras. ¿Y el cuerpo? Para tocar y para llenarlo de cosas. Es obvio. Ahora, también hay otra respuesta. Porque en una cultura visual como es la nuestra, si nadie ve lo que hace el cuerpo, ni siquiera la cabeza que generalmente lo acompaña, es que no hace nada. Haga lo que haga, no hace nada si nadie lo ve, porque lo que no se ve, no esssiiiiste. Entonces, la metáfora del cuerpo sin cabeza toma un nuevo relieve: un cuerpo sin cabeza no puede hacer nada, pero no porque ésta última le dé dirección, sino porque para poder hacer, necesita que al menos lo vea su cabeza. Sino, haga lo que haga, no hace nada. Clarísimo. Alfred Jarry * Lamentablemente, debo comunicarles que según el más reciente censo, el último 9 de 99.9 es un número periódico, de esos con sombrerito redondo. Entonces, ya saben. ------- Así culmina otro capítulo del ciclo "Saquemos las telarañas" auspiciado en esta ocasión por la Sociedad Amblugunense de Calabacicultura.