11 Junio 2000 Luz Uélcammaiami! Mi vida comenzó a cambiar un día en que un señor se puso a suspirar indefinidamente en mi casa. Por supuesto que yo no sabía el rumbo que tomaría mi existencia a partir de entonces, por eso de que es más fácil buscarle causa a los efectos, que efectos a las causas. Lo cierto es que el tal hombre se quedó como trabado en eso de estar suspirando. Un suspiro y otro suspiro y otro suspiro y ese tipo no dejaba de suspirar. Parecía que se iba a morir de tanto suspirar, pero el tiempo pasaba y no dejaba de suspirar, lo cual podía querer decir que tampoco se moría, pero eso no era seguro. A mí ya me tenía un poco harta suspirando, yo dele y dele tirar suspiros a la basura, por las ventanas, por el desagüadero. Es que no daba abasto y entre corrida y corrida me hacía tiempo para decirle: ehhhh! ¿que no vas a terminar nunca de suspirar? ¿qué clase de modales son esos? Pero él no me podía contestar o quizás no quería, en tal caso no me contestaba y seguía suspirando como diciéndome no, todavía no termino. O seguía suspirando porque seguía suspirando, y en realidad no me quería decir nada a mí. Ah, qué situación! ¿no podía irse él a suspirar a otro lado? ¿por qué en mi casa? Al menos podría haberse ido a suspirar al jardín, así los suspiros se hubieran disipado solos, porque adentro se acumulaban, se acumulaban y se metían bajo los muebles, dentro de los cajones, llenaban el aire y yo, y yo tenía que andar respirando suspiros de otro. Ajjj! Me ahogaba, pero pensé: no! no voy a morirme de ahogación, nadaré hasta que hasta y también un poco más para después. Fue entonces cuando tuve la certeza de que el tipo estaba muerto, y que seguía suspirando porque nadie le había avisado, y porque no sabía cómo se hace para morir, que eso no lo enseñan en ningún lado. Pensé que si yo se lo decía, aunque sea dejaría de suspirar por la sorpresa que le causaría el saberse muerto. Pero también podía ser que eso lo hiciera suspirar más y más, porque le daría nostalgia. No podía arriesgarme y realmente no sabía qué hacer. Echarlo por la ventana no podía porque eso no estaba bien, y porque era muy pesado para mí. He leído acerca de una teoría muy revolucionaria que habla de la manera de levantar pesos enormes, que es alejándose del objeto a levantar hasta que el objeto se hace muy pequeño, y lógicamente pesa menos. Yo creo que ese es un método infalible, siempre y cuando uno pueda alejarse suficientemente. Pero no era el caso porque lo máximo que podía alejarme de él sin perderlo de vista eran cinco metros, y su peso no disminuía mucho así. Se me ocurrió que debía intentar distraerlo, para que se olvidara de suspirar: pedí a los perritos que bailaran Copella frente a él, más tarde intentamos con un conjunto de moscas y mosquitos interpretando Tanhauser tooodo entero, luego empecé a rebotar por todos lados como una pelota de goma, incluso me puse fosforescente, pero él no pareció interesarse mucho, y siguió suspirando. Me paré sobre mis codos y le rogué, le imploré, pero nada, el tipo parecía decidido a todo. Entonces fue cuando le pedí a mi ética que se fuera a hacer las compras, y mientras tanto, yo cometí un acto horrible: tomé un sobre, metí al tipo adentro y escribí una pequeña carta a una amiga mía diciéndole que bla y que bla, distrayéndola un poco para que no se diera cuenta de que el tipo estaba suspirando adentro del sobre. Así fue como me deshice de él. Esto me hizo sentir muy mal, y durante doscientas treinta y una noches la culpa no me dejó dormir. El enojo de mi ética duró todo eso, y hubiera durado más si no fuera porque pasado ese tiempo, recibí un sobre de mi amiga. Lo abrí temblando, no sin antes apoyar la oreja en el sobre para ver si escuchaba algún suspiro. Pero no, sólo se trataba de una nota en la que me decía que toda su vida no le alcanzaría para agradecerme que le hubiera enviado al tipo, que ahora ella tenía una plantación de suspiradores y que estaba dedicándose a la producción a gran escala. Que eso se vendía muy bien, porque había gente que no le salía bien eso de suspirar y otra que se aburría de suspirar siempre de la misma manera. Los lápices y los teléfonos que suspiran se llevaban mucho también, así como la ropa, me decía. No pude menos que notar mi falta de imaginación, y pegándole un poquito a mi ética en la cabeza para que durmiera un ratito, le escribí a mi amiga diciéndole que yo lo había hecho sabiendo de su habilidad para los negocios y que me alegraba de haberla ayudado, que para eso estábamos las amigas. Pero lo cierto es que una angustia envidiosa me llenaba el ánimo y decidí que tenía que inventar un negocio muuuucho mejor. Pensé en principio dedicarme a la producción de gente-bonsai. Si bien se miraba, esto tenía muchas ventajas: esto hacía crecer como por arte de magia las ciudades y el mundo entero invirtiendo poco dinero. La gente chiquitita usaría autos chiquititos, contaminaría pero poquito, hablaría pero sus voces serían pequeñitas, casi nulas, comería menos, etc. Así, las reservas de espacio y materia del planeta crecerían de manera impresionante, y la ley de Malthus claudicaría al menos momentáneamente. Sí, hermoso. Mi idea era realmente genial, tanto que no me importó pensar en que ellos me pagarían con monedas chiquititas. Incluso, me dije, lo haré gratis! Es más, pagaré yo por hacerlo!. Sí, una idea genial, pero que no tenía en cuenta una de las leyes básicas de la humanidad: que son como el gas, tienden a llenar todo el espacio que hay, e incluso el que no hay. Esta gente pequeñita, feliz de tener más lugar, no tardaría en hacer mucha más gente pequeñita, para no tener lugar, hasta llegar nuevamente a una concentración crítica en la que el gas pasaría a estado líquido: la marea humana, y con un poco más de presión, a estado sólido: la masa humana. Y no sólo eso, no sólo eso! Se caerían por los huecos de los ascensores, en las rejillas de agua, adentro de los vasos. Ya me veía yo, abriendo un paquete de cigarrillos y encontrándome a un tipo ahí, dándome las gracias por sacarlo de allí, donde se encontraba un poco apretado. O tratando de pescar con una cuchara al intruso nadando en mi café. O extrayendo gente de mis bolsillos. No, realmente debí reconocer que mi idea no sólo no era genial, sino que era espantosa. Pero, como ya se sabe, cualquier trabajo que implique imaginación jamás es inútil, aunque en principio lo parezca, y luego del principio, y en el final, también. Lo cierto es que esto de pensar (mal, siempre mal, comme il faut) sobre las leyes de los estados físicos, me hizo ver que en vez de disminuir las moléculas (o sea, los cuerpitos) lo que se podía hacer con el estado sólido (o sea, la masa) era compactarlo un poco más, todo lo que se pudiera. Hacer pequeños Big-bangs de gente, y exportarlos. Introducirlos ilegalmente de esa manera a otros países. Luego, que se arreglaran. Eso funcionó muy bien durante años. Se trataba de pequeñas esferas aplanadas camufladas entre pastillas efervescentes para el resfrío. Si no se transportaban demasiadas, todo iba bien, "Yo es que me resfrío a lot, iu nou" y en la Aduana no tenían nada que objetar. Los gastos los costeaban los felices inmigrantes que eran alrededor de 100.000 por viaje: una vez fuera del Aeropuerto, una lluviecita y... Gente! Gente! Gente! Uelcam Maiami! Sí, porque ese era el destino más solicitado y yo pensaba: que se los queden aquí, finalmente ellos son nuestra madre Patria, que God la blessée, y quienes les han educado las calabacitas con toda esa porquería de televisión. Son sus hijos, se los devuelvo! Y si no eran, bueno, lo mismo. Así que todos éramos felices: los que se iban y los que nos quedábamos. Y entre los que nos quedábamos, yo me contaba entre los más felices porque estaba haciendo mucho dinero: era un negocio increíblemente rentable. Incluso tenía algunos becados, que no pagaban nada pero yo los exportaba igual, ah, sí, yo siempre con mi filantropía incurable. Los que no parecían tan contentos eran los anfitriones, y desde luego que no tardaron en inventaronse algo: los famosísimos perros detectores de Big-bangs, y ya eso se complicó demasiado, hasta que por fin lo abandoné porque era realmente peligroso. Una verdadera pena. Pero eso no es lo peor, qué va, porque finalmente yo me había hecho rica y ya me podía retirar del negocio. Pero no, no, es que siempre fui muy distraída, y me olvidé varios tubos de big-bangs dentro de una valija de esas que jamás es tiempo de deshacer. Pasaron los años, y un día plaf! explotó un caño, y se mojó la valija, y pum! pum! pum! me salieron un montón de Uelcams Maiamis, todos adentro de mi casa. Yo es que me había gastado ya la plata y no podía devolvérselas, y ni hablar de los intereses de todos esos años, del lucro cesante, daño moral y todo eso. Por eso nunca los disuadí de que estaban en Maiami. Un poquito de plantas aquí, una arenita allá, y yo que me disfrazo de Mickey Mouse y de Pamela Anderson, alternativamente, y les hago números de miusicjól. No, no, que la vida no es tan dura, se puede sobrellevar.