13 Jun 2000 Luz Viaje II Cuando el sol estuvo en el cénit y todos habíamos vuelto al sueño, decidimos que el paraje ameritaba al menos una semana de estadía, aunque no pudimos ponernos de acuerdo sobre qué tenía de meritorio el paraje. Algunos decían que ser paraje era mérito de por sí, tal como figuraba en la Declaración de los Derechos del Paraje, y que no era necesario que el paraje nos demostrara su dignidad. Pero otros no estaban de acuerdo con eso y pensaban que era deber del paraje hacerse digno ante nuestros ojos. Alguien, con mucha razón, dijo que fuera o no digno el paraje, lo cierto es que habíamos permanecido en él cerca de veinte años, y eso era suficiente, aunque no supo explicar suficiente para qué. Pero eso a nadie le importaba, por otro lado. Lo que parecía importar más eran los efectos prácticos de las decisiones, en este caso, si nos quedábamos o no. Tampoco en esto pudimos ponernos de acuerdo y el grupo se dividió en infinitas facciones: unos decían que querían quedarse, otros que no querían, y eso era simple de resolver, unos u otros harían lo que no querían, o no harían lo que querían, o ya no querrían lo que querrían y recíprocamente y viceversa de la inversa. Pero otras diferencias no resultaban tan fáciles de zanjar: y éstas consistían no ya en un deseo, sino en una concepción de la realidad: ¿es que estábamos todavía allí donde no sabíamos si queríamos o no estar? Porque si bien era cierto que no habíamos percibido ningún tipo de movimiento andante en nuestros cuerpos, era innegable que siempre habíamos hecho cosas sin percibirlas, y habíamos hecho nada creyendo estar haciendo algo y recíprocamente y viceversa de la inversa. Esto por supuesto no demostraba nada, ni algo, y viceversa. Aquí nos dimos cuenta de que habíamos omitido la observación física del paraje en cuestión, y que no podíamos describirlo o imaginarlo para compararlo con el paraje del cual no sabíamos si decir que era o no el mismo. Compararlo hubiera ayudado mucho, sólo que habíamos pasado completamente por alto sus detalles: todos lo imaginábamos como un paraje genérico, una idea platónica de paraje, y sus accidentes eran eso, accidentes. Sin embargo, no daba lo mismo, por alguna razón inescrutable, aquel paraje que cualquier otro. Por otra parte, la comparación no hubiera demostrado nada: lo otro puede ser igual y lo idéntico puede cambiar. Por eso nos felicitamos de no haber perdido tiempo viendo los detalles del paraje y por lo mismo decidimos no perder tiempo tampoco en mirar el paraje del presente, ya que de cualquier modo no podríamos saber nada. Luego de estar cinco días estrechándonos las manos en señal de felicitación recíprocamente y viceversa de la inversa, nos dimos cuenta de que habíamos estado caminando mucho sin darnos cuenta, pero no nos importó. Lo que sí importaba era saber que no estuviéramos retrocediendo, eso nunca, siempre adelante. Decidimos que dado que estábamos caminando de frente, no podíamos estar retrocediendo, aunque bien pudiera haber ocurrido que nos diéramos vuelta y estuviéramos pisando el mismo camino pero en sentido contrario. Nadie quería recordar cuál era la dirección original, por eso decidimos que bastaba andar de frente para demostrar que se va para adelante, en cierta dirección, dejando la duda a cargo de la ambigüedad de la palabra "cierta". Sólo recuerdo que internamente rogué al destino que, si en verdad estábamos retrocediendo, no por eso nos cayera sobre las vidas una noche como la anterior.