* E. Miret Magdalena
Un último libro del maestro intelectual que es para nuestro tiempo, Pedro Laín Entralgo, plantea la cuestión que, sin duda, chocará a muchos cristianos, y aun a muchos que no lo son. Porque está presente en nuestra educación occidental la idea de que somos un cuerpo más un alma, se piense lo que se piense de la otra vida.
Sin embargo, cada vez se ha hecho mayor camino un materialismo que niega esta idea del hombre, y en el cual sólo habría materia. Idea que se definió en el siglo pasado por algunos científicos así: El pensamiento es un movimiento de la materia, decía Moleschott; o más expresivamente sostenía Vogt: El pensamiento es al cerebro, más o menos, lo que la bilis al hígado. Pero curiosamente el materialismo dialéctico se opuso a este simplismo por boca de Lenin: Decir que el pensamiento es material es dar un paso en falso hacia la confusión del materialismo y el idealismo, porque pensamiento y materia son los dos reales, y no se reduce el uno al otro.
Hoy la ciencia ha dado un gran giro porque el premio Nobel Eccles, el físico Charon, el fisiólogo Sherrington, el neurólogo Penfield, o los biólogos, el premio Nobel Carrel y su discípulo Lecomte du Noüy, piensan que el espíritu no puede reducirse a la materia, e incluso abogan por otra vida después de la muerte. Del materialismo mecanicista del siglo XIX hemos pasado al materialismo dialéctico; y de éste a un dualismo, como se ha venido sosteniendo durante siglos por el cristianismo católico, lo mismo que el ortodoxo y el protestante lo han hecho hasta hace bien poco.
De los cambios actuales sobre tantas cosas importantes para el ser humano, surge otro modo de pensar que va adquiriendo cada vez más difusión entre científicos y pensadores con el nombre de emergentismo. Algo muy parecido a lo que piensan muchos cristianos con un mejor conocimiento de la Biblia, y que no quieren mezclar las enseñanzas de este libro judeo-cristiano con el sistema griego de Platón, o de Aristóteles adaptado por santo Tomás.
Y Laín es uno de los paladines más decididos que aboga por una solución, que es tanto de la ciencia actual como del pensamiento de filósofos como nuestro Zubiri en su última época.
Nuestro profundo Zubiri llama a su idea del ser humano el materismo, que es algo distinto del materialismo; pero diferente del dualismo que impregnó nuestra teología católica.
Aunque en el cosmos no hay sino materia, en la materia hay varios niveles, en el que cada uno no es reducible a los anteriores: así el organismo humano es esencialmente superior al organismo animal, y no hay por qué admitir, como han venido haciendo ayer los cristianos, el dualismo cuerpo-alma, por muy matizado que estuviera en santo Tomás de Aquino. Los seres humanos somos algo más que una materia animalmente organizada, somos una materia personalmente organizada. Es lo que expone inteligentemente Laín en sus libros El cuerpo humano y Cuerpo y alma; y ahora en el último, Qué es el hombre, que resulta el colofón de su idea, y donde salen a relucir sus inquietudes cristianas, como en Cuerpo, alma y persona o en Idea del hombre.
Pero los celadores de la ortodoxia ya han salido en contra de Laín. Sobre todo en el Boletín oficioso de la archidiócesis de Madrid, Alfa y Omega, que disfruta encontrando heterodoxos por todas las esquinas. Laín para ellos no sostiene una teoría que puede ser discutible, aunque mucho menos que la que ellos sostienen, sino claramente heterodoxa, en el sentido más cristianamente peyorativo del término.
Olvidan que en ningún Concilio de la Iglesia se define ningún sistema filosófico; y sus términos no tienen otro valor que el uso corriente de esas palabras, sin canonizar el sistema ni las teorías que están tras ellas. Los grandes expertos en el dogma, nada heterodoxos, padre A. Gardeil o padre Garrigou-Lagrange, mantienen que en las definiciones la noción filosófica no es incorporada al dogma, es simplemente un vehículo que no tiene más sentido que su uso corriente, sin que tengamos que aceptar, por ejemplo, su teoría sobre cuerpo y alma. Para los que sostienen la teoría alma-cuerpo, lo único que la Iglesia ha definido es la unidad sustancial de la naturaleza humana; pero la teoría tomista, la franciscana o la agustiniana, se pueden defender siempre que sostengamos la unidad sustancial del ser humano.
Vaya el cristiano a la Biblia; y los biblistas católicos y protestantes, cada vez coinciden más en afirmar que la palabra alma es una mala traducción del término nefesh, hebreo del Antiguo Testamento; o el psijé en el griego del Nuevo Testamento. Eso enseñan los protestantes en el Vocabulario Bíblico dirigido por Von Allmen, o el teólogo invitado al Concilio VaticanoII, O. Cullman; y el gran R. Bultmann. Y, ¿qué dicen los católicos, como el biblista Federico Pastor Ramos, o el filósofo salesiano J. Gevaert?: lo mismo. Como hace el inteligente Catecismo Holandés, señalando que el lenguaje bíblico no conoce un alma humana incorpórea. Idea que resume el teólogo católico español González-Carvajal: la Biblia no tiene la menor idea de que el hombre sea una suma de cuerpo y alma. Por eso Nietzsche la llamaba la herejía del alma, atribuyéndola a nuestra fe cristiana. Pero aclara González-Carvajal: la herejía del alma es platónica y cartesiana, no cristiana; y claramente decimos en la profesión de fe que no creemos en la inmortalidad del alma, sino en la resurrección de los muertos. Nada de las ideas platónicas sobre el hombre como espíritu y cuerpo, y de ahí su inmortalidad. ¿No saben lo que dicen nuestros Credos los que combaten estas ideas tan bíblicas, que ni siquiera enseñan que ante la muerte exista el alma?
Si tradujésemos bien a san Pablo, veríamos en su carta a los Corintios, como hace Chouraqui, que no somos un cuerpo animal, sino un cuerpo psíquico. Para mí la más bella definición del ser humano, que concuerda con la concepción de Zubiri y de Laín, los dos pensadores sinceramente católicos pero no seguidores ni de san Agustín ni de santo Tomás.El espíritu sería la más alta auto-realización de la materia, según el teólogo Kwant.
El cristiano debe aceptar la Biblia inteligentemente leída; y no puede haber ningún sistema filosófico que sea indispensable para ser cristiano, ni puede la Iglesia canonizar ninguna idea filosófica particular, sino sólo definir lo que está contenido en el depósito revelado, no lo que propusieron sus pensadores por respetables que fuesen. Y eso lo enseñó nada menos que el filósofo tomista Maritain.
¿Laín heterodoxo?: más bien lo son quienes tienen una mente tan cerrada, sosteniendo que su interpretación es la verdad absoluta: síntoma inequívoco del fanatismo religioso que todavía perdura entre nosotros.