Ellos saben cómo hacerlo / 134

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Desde acá, el escándalo del Fobaproa es igual que en México, pero con matices.

Todo se sabe. Es difícil esconder o limitar las dimensiones del más reciente y más evidente fraude que se ha cometido con recursos de la nación. Es igualmente difícil ocultar o disfrazar los nombres y apellidos de quienes se han beneficiado ilegalmente. Es imposible ignorar o desechar el resultado de la auditoría ordenada por el Congreso: hubo casos en que el rescate no fue de los bancos sino de los banqueros.

No importa que sean “solamente algunos miles de millones” de dólares: lo que es poco para quienes tienen mucho es mucho para los que tienen poco. Tampoco importa que el gobierno haya rescatado al sistema bancario del país, porque la relación entre ambos está tan viciada que se ha vuelto predecible, y siempre cabe preguntarse si valía la pena rescatar algo que una y otra vez ha demostrado que no sirve.

Mucho menos importa que se descubra ahora que la privatización salinista fue un proceso desaseado, irresponsable, mentiroso y en casos hasta gangsteril: el ejecutor es gobernador del Banco de México y ahí se va a quedar cuando menos hasta que termine el sexenio.

Por eso, a pesar de las garantías de que se procederá contra los responsables, el gobierno mexicano ha quedado una vez más en evidencia. Las matanzas de Acteal y de Aguas Blancas, Chiapas, el PRI y sus candidatos, el omnímodo y omnívoro narco, Salinas, son algunos de los escándalos que Europa no ha olvidado. Pero la del rescate bancario es la vergüenza más reciente.

Es verdad que en Gran Bretaña no se habla mucho del asunto, quizá porque se trata de un país que alguna vez fue imperio, y su interés por asuntos como el de México es directamente proporcional a los efectos que el escándalo bancario pueda tener en el sistema británico. Pero basta y sobra con que los mexicanos sigamos hablando del asunto.

En el mejor de los casos, uno -que, como mexicano, no votó por ellos- siente que los funcionarios que tomaron parte en el rescate bancario y las operaciones del Fobaproa pecaron de ignorancia o de inocencia: cómo no se van a dar cuenta de lo que están haciendo, si ellos, como se anunciaban en la campaña, saben cómo hacerlo. Por supuesto. En el gobierno no tendría que haber lugar para inocentes ni para ignorantes.

Miles de mexicanos que se endeudaron irresponsablemente están pagando las consecuencias de su error, y han perdido lo que tenían y deben al menos parte de lo tendrán. No importa -parecen decir las declaraciones que emiten fuentes oficiales- ellos no son invitados a las recepciones ni a las ceremonias con que el poder se celebra a sí mismo. En tres palabras: que se jodan.

Aunque no lo parezca, a uno le pesa esa situación. Y como estamos en el extranjero, lo más sencillo es encontrarse con mexicanos en el metro, en el autobús, en la calle, en un café, o en el aeropuerto, y descubrir que también a otros les pesa y les avergüenza. Pero no a todos.

Hay quienes critican a los responsables del rescate bancario por no haber hecho las cosas de modo que pasara inadvertida la ayuda a los banqueros: “Se vieron mal”, dicen, “fueron torpes”. Hay quienes critican a los críticos: “No sé por qué hacen tanto escándalo”, señalan, “el dinero ni es de ellos”. Hay quienes prefieren ignorar qué está pasando. Y hay quienes, como el presidente de la CNB, se refugian en el lugar común de que lo importante es el deber cumplido...

Y uno busca en la prensa, en las agencias, en las conversaciones, datos que den paso a la esperanza de que cuando menos esta vez... Pero no. Termina uno por entender hacia dónde va el país y cuál será el futuro de quienes lo conducen, si se quedan. Y da tristeza y da coraje darse cuenta de ya ni siquiera se preocupan por guardar las apariencias. Así se ven las cosas desde lejos.

Recuerdo que no hace mucho conversé sobre el tema con el director de un diario mexicano especializado: “No va haber revelaciones extraordinarias”, me advirtió el periodista. “Tampoco se va a saber algo que no se supiera antes...”. Tenía razón. Ellos saben cómo hacerlo.