Los movimientos sectarios / 134

Entrevista a Ricardo Magdaleno Rodríguez

Gustavo Arturo de Alba

Hacienda defiende el caso Serfin

Juan Castaingts Teillery

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Xavier A. López de la Peña

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Salvador de León Vázquez

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¿El misterio del cosmos?

E. Miret Magdalena

Elecciones en el Estado de México (Disponible sólo en formato PDF)

Roy Campos Esquerra y Federico Rosas Barrera

Los movimientos sectarios

Marco Antonio Venegas M.

A lomo de palabra

Germán Castro

Correspondencia con Don Gus

Gilberto Calderón Romo

Aguascalientes en Cifras

Carlos Reyes Sahagún

“Con las debidas reservas...”

Isidoro Cárdenas Rodríguez

Marco Antonio Venegas M.

«El hombre no puede crear un gusano, pero es capaz de crear dioses por docenas».

Montaigne

«Las religiones nacen y se desarrollan en sociedades ignorantes y débiles, con gran inclinación mística, o a lo sobrenatural, y en consideración a la preferencia humana a lo fácil, que no requiere esfuerzo. Quienes han impuesto la religión se han valido de la fuerza, el castigo, el convencimiento, la crítica, la privación de derechos, etc.»

R. Glz. Ruíz

La constatación simbólica de las representaciones religiosas en las diversas culturas humanas más que mostrarnos la ideología como emblema estable de una civilización lograda, nos hace pensar en la uniformidad universal de la necesidad implícita al hombre a intentar materializar sus miedos, pasiones, anhelos, etc., en fin, aquellos misterios que la capacidad humana no alcanza a comprender. Todas las diversificaciones de tradiciones regionales no son sólo un abyecto estético del que sea fácil deshacerse (elementos propios de otro campo de estudio). No son un disfraz carente de sentido, sobre todo tomando en cuenta que es exclusivamente por y en ellos donde la realidad se muestra y se nos posibilita el entendimiento, a la a vez que comprendemos lo que se nos oculta, es decir, precisamente lo que une a las culturas: la necesidad trascendente de eternidad. En otras palabras únicamente en la manifestación simbólica que se extrae de lo extenso -la abstracción de la res extensa cartesiana- nos es posible acercarnos a lo que, si no fuera por el Rito, nos sería imposible conocer, por quedarse ello solamente en entidades metafísicas, impalpables e incomprensibles.

Esa diversificación mística y ritual regional es, pues, una necesidad desde el contexto para representar la necesidad universal, o sea, desde la materialidad particular se explica la inmaterialidad metafísica universal. De donde podemos concluir las vastas manifestaciones de un mismo fenómeno desarrollado de mil y una maneras distintas, empero encaminadas a un mismo fin.

Como manifestación pública, los rituales se entablan como una intrincada red donde se superponen, y dan coherencia, los sentimientos específicos de un pueblo dado. Es en ellos donde se expresa el sentir general; y es tan diverso como las tantas etnias y razas del planeta.

No obstante, si bien son el manifiesto cultural popular, cabe hacer hincapié de la posesión que de ellos hacen los personajes que se sitúan en el poder, manipulador activo del “populos”: no se trata de ver lo malo del poder político, sino de concebir el rito como fuente de legitimación política, coercitivos en esencia, favoreciendo sin más a las clases que detentan el poder, pero presentándose con la flamante etiqueta de «institución», en este caso concreto como «iglesia». El arma de doble filo se convierte por una parte en elemento de unión cultural y por otra como elemento de sumisión legítima a los mandatos de unos cuantos.

Obviamente, y específicamente con el hecho religioso, el individuo sólo forma parte de esa participación colectiva visto como un ser a quien se supone se va a satisfacer (me refiero a ese afán de trascendencia, de comunicación con el todo -Dios, la necesidad de eternidad -nirvana, cielo, etc.-), mas no como agente activo con facultad de juicio que critique el hecho para su aceptación o rechazo. Es aquí donde se puede presentar una disyuntiva: o el individuo acepta el rito, incorporándose con ello a la comunidad, o lo rechaza, perdiendo con ello la conexión con toda o parte de la sociedad.

Ahora bien, es precisamente esta disyuntiva la que el líder carismático aprovecha para inculcar métodos e ideologías ajenas al contexto donde se presenta una discordia, por muy mínima que sea. Si el individuo es relegado de la comunidad, o si él mismo se aparta de la costumbre, a la que en un principio pertenece, podrá, con la aparición de vertientes parecidas al rito rechazado, y además con la posibilidad psicológica de usar el libre arbitrio, brincar y colocarse de inmediato en algún grupo disidente que hace las veces de posibilidad alternativa. No me es propio discutir las causas de la separación por parte del sujeto del grupo original -eso es materia de la psicología de la religión o psicología social-, pero sí me preocupa sobremanera la metodología utilizada por estos líderes espirituales, en tanto que prensan ininterrumpidamente la capacidad creadora de los individuos.

Pero vamos por partes: los rituales, en este caso los religiosos, son necesarios por sí como elementos de unión grupal -esto es, como representación material o concreta de lo espiritual- y también lo son de modo legitimante para el orden establecido -en el sentido de fuerza política dominante-: Bien, la ola de alternativas que hoy día podemos ver en la sociedad adquiere importancia desde el momento que damos cuenta de la diversificación lograda: los fines pueden ser aceptados como posibles salvación de lo que el rito troncal no ha podido ejecutar (eso no se discute), pero, y muchas veces se ha visto, también pueden presentar problemas sociales al utilizar métodos que recaen en el límite extremo de la extorsión y es esto, precisamente, el punto que me interesa tratar. A continuación veremos hasta dónde pueden llegar los métodos de reclusión utilizados por los grupos disidentes y su repercusión en el todo social, pero sin olvidar nunca el átomo principalísimo de toda esta discusión: el individuo, que es, final de cuentas, lo que se pretende salvar.

II

«Tenemos la suficiente religión para odiarnos unos a otros, pero no lo bastante para amarnos»

Jonathan Swift

«Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable»

Voltaire.

Actualmente, los dirigentes de los nuevos movimientos religiosos hacen hincapié de las necesidades no satisfechas en religiones principales (en el caso de Aguascalientes, me refiero obviamente al catolicismo), aprovechan las fisuras para colocarse como dirigentes espirituales, pero en el fondo pretendiendo, y no es aventurado decirlo, el beneficio material propio y no de los feligreses miembros del movimiento.

Bernard Shaw nos dice que la religión es una fuerza muy grande, la única fuerza motriz real que hay en el mundo. Pero, para llegar al corazón de un hombre, debemos hacerlo a través de su religión, no de la nuestra. Eso lo sabe el Pastor y utiliza elementos de la sociedad para introducir ideas que, generalmente, provienen de regiones muy distantes. Es curioso palpar la aparición en México de cientos de movimientos religiosos con tinte orientalista, retocados magistralmente con actividades herméticas y hasta esotéricas.

Pero no voy a discutir el origen de esas creencias. Es clara la dificultad en esa posible empresa. Es interesante discurrir acerca del sentimiento actual referente a enigmas que se presentan con un velo orientalista cuyo contexto se desconoce totalmente y que sin embargo se infiltran cada vez más en nuestras sociedades.

Las tesis que se manejan en esos pretendidos conocimientos ocultos distan mucho de su objetivo común que radica en la aclaración tendenciosa del actuar humano, esto es, nos pretenden dar opciones éticas que, para decirlo sin rodeos, salven nuestro naufragio moral-teleológico que sufrimos en las sociedades actuales. Visto así, resulta noble su afán; no critico, y esto debe quedar bien claro, su thelos último -al menos desde este primer punto de vista que, por lo demás, es el que menos importa-, al final de cuentas no nos brinda más que lo que buscan los paradigmas místico-religioso de occidente. Sin embargo, las soluciones propuestas o la formulación de ellas, nos envuelven retóricamente en caminos tan diversos que pierden hasta al más suspicaz lector. Repito, no es el fin lo que se rechaza sino su método cuasirreligioso en el uso lingüístico y de persuasión.

Así, los afanes propagandísticos de sus dirigentes basan sus estrategias en la elaboración de laberintos míticos-místicos encaminados más a la obtención de súbditos y fieles que a un acercamiento real a lo Posible, a la Divinidad. De este modo, la actividad mencionada adquiere dimensiones que el feligrés jamás imagina: se convierte en una actividad privada de la institución que se crea. Pero esa institución, por su reducida cuantividad constituyente, carece de reconocimiento y legitimación colectiva. Es entonces cuando la conciencia ético-religiosa que se intenta imponer cobre direcciones imprevistas para quien acepta una pseudodoctrina: su ímpetu se desborda por caminos que bien se pudieran catalogar de fanatismo, es decir, defensa incondicional del principio de autoridad (aclarando que la autoridad no necesariamente es de un hombre, puede ser un libro), repetitividad constante de tesis no reflexionadas y muchas veces ni siquiera asimiladas, o un anhelo despersonalizado de ganar adeptos. Son ya sectas o nuevos movimientos religiosos alternativos, que pueden llegar a ser peligrosos precisamente por su fanatismo.

Vemos, pues, por una parte la enajenación múltiple de quiénes aceptan, conciente o inconscientemente, los axiomas requeridos por tales propuestas; por otra el desconocimiento del dogma heredado que sigue un camino opuesto al que se impone con dichos neo-sistemas. La consecuente pérdida de identidad por parte del feligrés es utilizada por el dirigente para colocar en su diminuto intelecto la más vasta cantidad de elementos encaminados al utópico fin que se desea superar, imposibilitado la autoconciencia de su sumisión.

La novedad del lenguaje utilizado, el noble ideal que se busca, la ilusión ingenua que se crea en el individuo al saberse poseedor de un «conocimiento superior», la persuasión, que al mismo tiempo es seducción, del sentimiento casi perdido de la religión tradicional, y, sobre todo, la nueva faceta que se adquiere al transformarse de «un simple pecador» a un «salvador» de almas, hacen que cada día más personas caigan en la trampa d e las sectas, generalmente de corriente orientalista, y acepten lo que se ofrece.

¿Pero qué diferencia hay entre religión (entendida como iglesia) y secta? Antes que nada aclaremos qué se entiende por religión en sí, es decir, como sentimiento religioso, independientemente de su nominación.

La religión (del latín relegare, «unir», “ligar») es «una emoción fundada en la convicción de una armonía entre nosotros y el universo» (1); o más ampliamente: «es un conjunto de creencias que determinan e influyen en la capacidad y posibilidad del hombre para aumentar sus conocimientos y orientarse en la vida, en su capacidad para percibir o detectar problemas, soluciones, caminos, oportunidades, etc., y en general en todo lo que haga, diga o piense». (2)

Así, las diferencias entre religión (iglesia) y secta resultan difíciles de demarcar empero, la característica que es importante resaltar radica en el hecho que hace de las sectas una entidad de sumisión total, con lucrativo fin, y sobre todo, el énfasis que hacen de su buena fe, ocultando su verdadera misión con máscaras de «novedades», «conocimientos cósmicos ocultos» y que sólo ellos, por una curiosa gracia, tienen la fortuna de poseer.

Las instituciones religiosas, que son propiamente las religiones establecidas, tienen directrices bien definidas: sus adeptos se cuentan por miles, la estructura interna se rige de modo escalonado, de modo que siempre habrá un mando superior, el poder de los dirigentes se autorreconoce como asignado y con limitantes humanos; contiene una tradición crítico-literaria que hace las veces de fundamentación teórica; todo adepto se considera apto en sí para llegar al sacerdocio y se le enseña la técnica requerida para ello. Ante esto, hoy día se cuenta en el mundo unas trescientas iglesias establecidas de donde destacan seis: catolicismo, protestantismo, budismo, hinduismo, el islam y el judaísmo.

Baudelaire insiste -y en ello lo acompaña Woodrow- que las sectas (del latín secare, «cortar») han sido en la historia movimientos de rebelión, alternativas diversas ante una tradición establecida que presenta rupturas. Secta es la «denominación que se da a la sección o grupo de fieles que se ha separado del cuerpo principal» (3). No utilizo el término «secta» peyorativamente, las minorías tienen derecho a existir. Esos movimientos tienen su punto de choque en sus métodos trascendetalistas y represivos y no (lo repito una vez más) es su aparente thelos último.

Cesar Vida señala que la secta se caracteriza por tener una organización cúspide absoluta: con un cuerpo gobernante, normalmente colectivo, que posee una figura sobresaliente; después mandos intermedios y, abajo, adeptos tipo.

Además en el interior de esta pirámide, la norma es la sumisión a la cúspide y sin ninguna posibilidad de romper la cadena del sometimiento.

Es importante señalar que los métodos de control mental utilizados por tales grupos retractivos modifican substancialmente el espíritu crítico de sus seguidores a grado tal que, más que hablar de modificación se hablaría de una anulación total, desaparece todo juicio valorativo respecto al dogma que se establece. Así, los adeptos son incapaces de cuestionar cualquier falla evidente de sus dirigentes; la palabra vale por su fuente y no por su sustento gnoseológico, es decir, y utilizando un ejemplo simple, el feligrés aceptará la fecha del fin del mundo aun cuando se haya pronunciado como definitivas fechas anteriores y, obvio, no se hayan cumplido aún. La farsa se prolonga mediante la persuasión seducida, en beneficio lucrativo del dirigente, que se esconde en una máscara mística o filosófica.

Max Weber define «iglesia» como institución de salvación, y «secta» como grupo contractual (4). Según R. Nierburh, un historiador germano, el movimiento sectario es la aparición del marginado en busca de valores. J. Segury, por su parte afirma que la secta no es más que «un remedio a las situaciones frustrantes», intelectuales, morales o económicas, y aun «deseo de reestructuración» de una sociedad conmovida en sus estamentos.

En contraposición con lo anterior, Bruam Wilson, en su libro «Homo religiosus: an intropichal Study», dice que la secta es «una agrupación voluntaria y exclusivista a la que se accede mediante cierta prueba de méritos, dotada de un status de elite, autoidentificable y legitimada en torno a un líder carismático que exige a sus fieles un sometimiento absoluto» (pp.33). En el fondo, todos (iglesias y sectas) tratan de defender una verdad que cada quien dice poseer. Aunque la diferencia radica en los abusos y extremismos que los líderes tienen sobre sus adeptos: el gurú (por utilizar un término claro) se cree un ser superior con poderes divinos; su voluntad es la ley.

Hablando históricamente, existe un paralelismo entre las funestas tragedias sociales y la aparición de las sectas, debido al extremoso ímpetu fanático de los miembros. Algunos ejemplos los podemos ver en la secta de los Asesinos, fundada por Hassan-ben-Sabbah en 1090, que se caracterizó por matar a todo aquel que el líder ordenara. Las muertes ocasionadas en el metro de Tokio por un gas, atentado ordenado por Shoko Ashara, el demente jefe de la secta Verdad Suprema. El atentado terrorista en el Centro Internacional de Negocios en Oklahoma, planeado por el grupo Hama de Argelia en 1996. El líder de la secta Rama Davidiana, David Koresh, se dice que disfrutó sexualmente de sus seguidores y los motivó para suicidio masivo en Waco, Texas, en 1993 después de saciar sus impulsos entre los miembros; así mismo también en 1995, el suicidio colectivo en Suiza, luego de anunciar con bombo y platillos el fin del mundo, acción efectuada por los integrantes del Templo del Sol. O la más reciente tragedia, la muerte de los adeptos de Puerta del Cielo que intentaron seguir una nave espacial que supuestamente viajaba tras el cometa Hole-Bopp, el mismo que colisionó con el planeta Júpiter.

Las sectas juegan retóricamente con el potencial adepto, mofándose de su ignorancia y acrecentando su incredulidad con terminología confusa. El grupo de Meditación Trascendental tiene su soporte en la meditación orientalista, de modo que se hace mención del «fuego ígneo», «las eras cósmicas», «shamkyas» y los infaltables «kristos inmaculados», que son en conjunto una extraña mezcla híbrida de terminología persa-hindú y cristiano medieval. También existe en ese dogma la creencia (que se toma como principio axiológico fundamental) de la existencia, no sólo gnoseológica, sino incluso ontológica, de entidades antagónicas en el universo. De allí la mezcla extraña del ideal taoísta de yun-uang y la idea encaminada a asegurar la manifestación de la divinidad en el humano: sea Krisma, Visnú, Zarathustra, y hasta el mismo Quetzalcóatl. Cristo -puesto que su disfraz es de corte católico- adquiere un rostro hasta hace poco encaminado a otros menesteres. Jesús, si bien representación humana de lo divino, no es ya el Salvador de la humanidad, sino un mero «mostrador» del camino, como lo fue Mahoma. La oposición presumiblemente óntica de las realidades se vuelve primordial en la explicación ética que se propone y los rostros del antropoteísmo son sólo parte de esa nueva visión.

Los problemas sociales emanados de los nuevos movimientos pueden llegar a ser graves. Un ejemplo claro son las vacunas, prohibidas por adventistas, que no se suministran a pequeños niños desprotegidos de todo contagio patológico; lo mismo sucede con las transfusiones sanguíneas y su repudio por los testigos de Jehová. Igualmente peligrosos resultan los indujo a la prostitución, los exorcismos por vómito, la indigencia, la promiscuidad, el aborto y demás formas de degradación impulsadas por sectas varias como los Hijos de Dios, Daniel del Vecchio, la Comunidad, la secta Edelweiss, que apoya movimientos neonazis (he aquí la matanza en Denver), o el Ku-Kux-Clan, con un marcado y fatal racismo (5).

Las sectas milenaristas —como los testigos de Jehová, Adventistas, Cristianos evangélicos (protestantes disidentes del protestantismo calvinista), etc.— atienden la versión concientemente modificada de la Biblia del Nuevo Mundo; traducción errónea del alemán y no del griego, latín y hebreo originales, entrampando para su fin la interpretación que de ella se haga. (*)

Otras sectas peligrosas son la Asociación Internacional de la Conciencia de Krishna, mejor conocida como los «Hare Krishna», que gana adeptos con ventas callejeras y rehabilitamientos en granjas campestres. El esotérico Moon, de nacionalidad sudcoreana, fundador de la secta del mismo nombre, obliga a que sus adeptos le adoren mediante regalías de tipo económico, el fin es acumular bienes al pormayor con el objetivo de adorar la reencarnación de la divinidad en la tierra, que obviamente no es otro que el mismísimo Moon (6). La organización militar de los Mormones -iglesia oficialmente denominada «de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días»- impide el arraigo, la comunicación y la autoafirmación de sus miembros, al cambiar constantemente el lugar de recidencia de éstos últimos.

Hay otros movimientos de tipo orientalista como el centro Alfa-Omega, Arcoiris, Agora, Instituto Tantra, Centro Onkaranada, Ananda-Marga... Otras sectas son más enigmáticas como una satánica llamada Hermanas del Halo de Belcebú, o fantasmagóricas como la Nueva Jerusalén que se presenta en conferencia de divulgación cultural, tal como la Nueva Acrópolis. Otras se disfrazan de ciencia: la famoso Dianoética.

No me meto con las Iglesias bautistas, presbiterianas, masónicas, metodísticas, y demás, pues a ellas se les considera ya como religiones establecidas, amén del poco espacio con el que cuento.

A pesar de todo lo dicho, lo que menos importa es la cantidad de movimientos sectarios ni su nombre de batalla, sino su condición transformadora y su calidad. Lo que termina aniquilando la integridad individual de los integrantes no es otra cosa que la intención oculta y maliciosa de los dirigentes, cuyo beneficio personal se superpone a las comunidades; se anula la humanidad creadora del hombre en beneficio de unos pocos; siempre con la aparente intención, cuestionable, de individualizar la presencia del sujeto con Dios, en un altercado siniestro de seducciones que lo llevan irremediablemente a ser esclavo de su propia fe.

NOTAS

(1).- (DR) pp. 393

(2).- (R fd?) pp. 21

(3).- (DR) pp. 412

(4).- (EPy EC) pp. 195 y sig.

(5).- Ver en Alberoni F. (BMm)

(*).- El original YHVH, impronunciable en castellano, se traduce YAVE, y no JEHOVA, que es una traducción del término alemán JEAHVEA.

(6).- Un excelente estudio se halla en (NS), ver bibliografía.