Rabi Jeschona de Nazaret
 
 
 
Calladamente, profundamente, serenamente,
iba el monarca de las espinas y los abrojos
por las ciudades huracanadas dando a la gente
pan de su ensueño, miel de su vida, luz de sus ojos.
 
Rey pensativo de los harapos. ¡Oh, caballero
de los silencios interminables sobre los montes!
Pasaba suave como la vaga luz de un lucero,
y ante su paso se desdoblaban los horizontes.
 
Despreció el oro su azul orgullo de visionario.
Vivió encendido como la brasa de un incensario
y a fuerza de éxtasis se puso mágico y tranparente,
y cuando el pueblo bajó hasta el fondo del negro vicio,
este monarca subió a la cumbre del sacrificio
calladamente, profundamente, serenamente.

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