Ese es el significado del topónimo Belgrado. Belgrado es una ciudad el que
cada Invierno efectivamente se pone toda blanquita con los primeros copos
de nieve. Es asimismo la capital de un país soberano y europeo. Desde hace
varios días, y sobre todo noches, esta ciudad viene siendo ferozmente
bombardeada. Lo mismo que otras muchas ciudades de Yugoslavia.
Pero Belgrado ha venido siendo destruido un sinnúmero de veces a lo largo de
su milenaria historia, ya en tiempos romanos, cuando se llamaba Singiduno.
Siempre ha estado en medio del camino de los conquistadores, tanto yendo en
su marcha semitriunfal del Oeste al Este, como del Este al Oeste.
Así, incluso antes de que fuera declarada, al propio inicio de la Segunda
Guerra Mundial, Belgrado fue bombardeado por los aviones del Tercer Reich
alemán. Una vez terminada la mayor guerra jamás conocida hasta entonces
-guerra en la que Yugoslavia participó para defenderse en contra de los
agresores-, Belgrado fue bombardeado de nuevo, por si acaso: por los Aliados.
Ahora lo vuelve a ser, y yo vivo en esta ciudad.
Nací en Buenos Aires, otra ciudad mítica; mi primera ciudad. Pero desde hace
muchos años vivo en esta ciudad blanca, con mis hijos y mi esposo. Cuando
debido a la situación actual mis compatriotas, preocupados, me preguntan
desde la Argentina dónde se encuentra mi casa, yo les contesto que mi casa
se encuentra al lado de otras casas. Que en esas otras casas se encuentran
otras personas. Bebés, gatos, perros. Libros, discos. El Principito, Billy
Holliday.
Como otros muchos amigos sensatos y de buena fe, esos compatriotas se dan
cuenta de que la verdad oficial que se les ofrece encaja en forma demasiado
estridente como para que sea fidedigna. Saben que debe haber otras
respuestas a los acontecimientos que están teniendo lugar sin precedentes,
pero no saben por dónde empezar a buscar las preguntas: ¿Qué pasa en Kosovo?
¿Dónde queda eso? ¿Por qué Milosevic es tan malo? Todos los serbios son así,
¿no?
En nombre de la sensatez, de la amistad y de nuestro efímero paso por la
Tierra, en tanto todavía tengo agua potable y corriente eléctrica, voy a
tratar de aclarar ciertas nociones desde adentro. Todos quienes hayan estado
en este pequeño pero hermoso país de gente hospitalaria pero orgullosa,
convendrán que en mi versión privada no exagero. Por lo contrario, me
abstengo al máximo de describir el estado de ánimo en que nos encontramos en
estos instantes en que, en pleno fin de siglo tecnológico -en vísperas de un
milenio sin fronteras físicas- ya ni para hacer cola podemos salir a la
calle; ya ni podemos conciliar el sueño entre sirenas y detonaciones. Hasta
ahora, desde las alturas celestiales ya han caído 230 gramos per cápita de
explosivos positivamente prohibidos; hasta ahora, son más de cien las
escuelas primarias bombardeadas.
En estos instantes, en que antes de morir arbitrariamente, ya no podemos
vivir como seres humanos.
Si mi hija está fuera de casa, por ejemplo, aunque no lo quiera se me
acalambra el estómago y se me deforma la cara pensando que sería mejor que
estuviera en casa cuando toque la sirena; cuando toca la Sirena de alarma,
me quedo sin aliento pensando que quizá hubiera sido más prudente que no
estuviera en nuestro tercer piso con nosotros. Mi esposo y yo, empero, nos
quedamos en este piso. Porque si destruyéndolo se perfecciona la Democracia,
pues que me apunten el cohete allí nomás. Total, yo sólo me dedico a la
literatura; a establecer puentes de comprensión mutua escribiendo, así como
traduciendo lo que autores como Cortázar o Borges ya han escrito.
Si hablo de las idas y venidas de mi hija, con instintos afortunadamente
sanos, pero ya verde en el rostro de enormes ojos azules, y ya con temblor
en sus manos de bonitos dedos largos y finos, es porque mi hijo está
cumpliendo el servicio militar, o sea que ni puede venir ni puede salir. Lo
está cumpliendo porque ese es su deber, y lo cumple honestamente, no porque
le guste obedecer órdenes en principio idiotizantes, y menos aún por el
gusto de perecer como supuesto agresor en su propio patio. Este soldadito
hijo mío, para colmo de lo paradójico, hubiera podido ser compatriota del
Secretario General de la OTAN si yo, como madre suya de origen español, me
hubiera dado cuenta a tiempo de que el que otrora encabezaba las
manifestaciones en contra de esa maquiavélica organización, iba a
convertirse en su más ferviente mercenario.
En fin: Kosovo es una provincia al sur de Serbia que fue la cuna de la vida
espiritual y de la estatalidad de los serbios. También está poblada por
ciudadanos de nacionalidad albanesa. Dicha etnia gozaba del nivel más
elevado de autonomía, comparándolo en término objetivo con las normas en
vigor. Siendo el anhelo decimonónico de los albaneses de Kosovo unificarse
con su patria, desde que la misma ya no está agazapada en los refugios más
impenetrables del Viejo Continente, su separatismo se ha vuelto más
virulento. Son los serbios los que han tenido que ir abandonando sus hogares
en Kosovo. De ahí el que los albaneses constituyan ahora la población
mayoritaria. Un alumno serbio de una escuela primaria en Kosovo se ganó
recientemente el primer premio de poesía entre colegas adultos. Como
invitado de honor, vino de Kosovo a la ciudad del certámen. Allí le pidieron
que escribiera una composición acerca de la ciudad anfitriona que otorgaba
el premio mencionado. El chico escribió que, viniendo de Kosovo con su mamá,
ella no se podía creer que, caído el atardecer, se podía salir de la casa.
Que mientras todavía viajaban en ómnibus por Kosovo, tanto la madre como él
iban agachados en sus asientos para no ser apedreados. Y que ya en la ciudad
del premio, a la madre le bastó ver a otros chicos riéndose despreocupados
para sentirse colmada.
Kosovo queda, pues, al sur de la República de Serbia, que junto con
Montenegro constituye Yugoslavia. Un Estado fundador de las Naciones Unidas.
Milosevic es en la actualidad su presidente. Podríamos decir que no es mejor
ni peor que otros muchos colegas suyos de orientación populista y fallutera.
Pero cuando hace tres inviernos estuve paseando diariamente por la Ciudad
Blanca, junto con unos 700.000 cociudadanos, pronunciándome en contra de la
estafa electoral de la que la conciencia cívica fue objeto después de
habernos quedado sin pasado, sin futuro, sin ahorros y sin trabajo, en buena
parte por culpa de su mala política; cuando no quisimos quedarnos hasta sin
dignidad, sin la posibilidad de mirarnos en los ojos sin tener que enrojecer
en medio de la blanca ciudad, tengo que observar inevitablemente que ningún
miembro de la famosa comunidad internacional vino a ayudarnos. Nadie nos
prestó ayuda mientras manifestábamos paseando a diez grados bajo cero; nadie
nos ayudó a sacarnos de encima al señor que evidentemente tampoco a nosotros
acaba de gustarnos. Por eso me veo tentada a concluir que este señor -
impermeable, irrompible y amiantado - muy bien podría ser, cual el AIDS,
otro producto superior de los Sofisticados Laboratorios de Pretextos.
En tanto él esté en el poder, el supernegocio bélico puede seguir adelante;
en tanto Milosevic siga vivito y coleando, se podrán seguir vendiendo
pistolas herrumbradas, medicamentos rancios y diplomáticos decrépitos. Como
lo explica una poetisa belgradense amiga mía en EE.UU., antiguamente
Hollywood producía estrellas más irresistibles, como por ejemplo Marilyn
Monroe, James Dean o Boggy. Ahora su producción se reduce a la Mónica y a
Slobodan Milosevic. A este último los yankees lo promovieron cuando
impusieron sanciones hasta entonces inauditas al pueblo de este país; fue
entonces que lo convirtieron en el protagonista de la película en que sin el
malo no hay acción. Sin acción no hay venta en la taquilla.
Por supuesto, de vez en cuando se dan ciertas excepciones. "Shakespeare in
Love". Y "La vida es bella". Un amigo de mi hija, que vive en la zona más
afectada de la ciudad, le dice a su hijito, no tesoro. No son misiles. Son
fuegos artificiales. Milosevic, con o sin éxito de taquilla, ya se ha
enriquecido y ha empotrado a toda su familia en 1a nomenclatura estatal:
estamos a la altura de la acumulación primaria. Pero por si eso no fuera
suficiente, en nombre de muchas palabras con letras mayúsculas, al prójimo
concreto desde hace ya varios años se lo hace retroceder a la caverna: a mí,
a los míos, a los nuestros, a los inocentes; a los conscientes. A nosotros
se nos cortan la luz, la calefacción, el combustible, los remedios.
Acaso se considera que cuando salgamos del túnel como zombíes, estemos más
capacitados para los nobles de la Humanidad.
Admito que no pude ensanchar mis horizontes mientras me pasaba medio día en
la tienda para comprar levadura. En tanto que, estando en esa tienda por la
levadura, en la otra me quedaba sin harina; admito que en el intento de
amasar el pan nuestro de cada día, sin los ingredientes esenciales, no logré
captar el mensaje tendente supongo a hacer de mí una persona más generosa y
democrática, a oscuras y sin calefacción. Sin suficientes tapados como para
calentar a los recién nacidos en las maternidades congeladas. Sin tiempo
adicional para cubrir por lo menos con cariño a los enfermos en los
hospitales, puesto que tenía que pasarme las horas en tentativas casi
prehistóricas para salvar a mis propios cachorros de hombre, igual o más
inocentes que yo.
Mis cachorritos - mis hijos; mi razón de ser - son desagradecidos, comodones
e irrazonables, tal como la política es sucia ya de entrada y corruptible
por naturaleza: todo son tópicos.
Sin embargo, una cosa es la política, y otra es el crímen.
Una cosa son las edades de cada uno de nosotros; otra es la de la índole de
los intereses sin piedad.
Yugoslavia nunca atacó a nadie; tiene una docena de millones de habitantes,
y todos están, en la medida en que además del pie clavado al suelo no se les
haya atado por completo la mano, siempre dispuestos a tenderla a quienquiera
esté en apuros, o todo aquel que sencillamente se muestre como interlocutor
imparcial.
Hablando pues de Milosevic, serbios, geografías y otros lugares comunes,
cabe destacar que desde el fin de la división bipolar del mundo, esta parte
suya se ha venido desmoronando sistemáticamente. Para que otro señor,
todavía más inmaduro e insaciable de poder, pase a ser el amo del mundo no
bien desde aquí se trague a Rusia tras haberse deshecho de los serbios, que
como los indígenas norte americanos, sólo constituyen un estorbo para el
Progreso. Los demás, sometiéndose al Nuevo Orden Mundial, consiguieron sus
ridículas independencias, los créditos suficientes para poder refrescarse
con Coca-Cola, y olvidarse beatamente de que, como precisamente dijera un
escritor norteamericano, las campanas no redoblan sólo por mí.
En estos instantes, en que vuelvo a oir la nefasta sirena - y, cuando
mezquinamente pienso en el libro que tenía que aparecerme la semana que
viene, así como en la cuenta de la electricidad que no podré pagar porque
hace rato que la economía está alterada debido al embargo, no obstante lo
cual la República Federal de Yugoslavia está acogiendo a más de un millón de
refugiados de la antigua Yugoslavia desmembrada - en estos instantes las
campanas redoblan por todos los que, cual piezas de dominó, van a caer como
cayeron cantidades de civiles en Panamá. 0 en Granada. Allí estuvo en misión
de paz el mismo señor Walker que luego vino a pasear por Kosovo.
Pienso en la violación del Derecho Internacional; en el retorno a la
barbarie. En la Carta de la ONU, y en su delicada posición: su Secretario
General debe atenerse al dictado de su mayor deudor. Su mayor deudor es la
mayor potencia. El prototipo del mundo libre.
Y del Pato Donald.
En estos instantes en que en realidad apenas si puedo pensar, en varias
cosas pienso. Pienso en una ciudad blanca. Antes de acaso desaparecer, en
una ciudad como cualquier otra.
Incluso blanca.
Beograd.
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