CIUDAD VERDE
A1 propio inicio de esta Eternidad cada vez más colateral escribí un texto
sobre el significado del nombre de la ciudad de Belgrado. Expliqué en dicho
texto que Belgrado quiere decir Ciudad Blanca. Cisne blanco, blanco hueso
entre las nubes, tal como escribieran los poetas.
La blanca ciudad ya está verde. Dicen que ha llegado la primavera. Quizá ya
haya pasado. El color de la estación más hermosa del año lo vemos sólo en
nuestros rostros. Desde aquel primer texto, el eterno retorno de lo pésimo
ha sido cada vez peor. Lo que ha venido pasando desde entonces casi es
imposible de concebir.
Sin embargo, aquí lo inconcebible se sigue viviendo, noche tras noche,
segundo tras otro. Por las mañanas, ya sin oir más las sirenas que silban a
cualquier hora del día, por la radio oímos los nuevos alcances del "Ángel
Misericordioso", tal como se dio en denominar la llana agresión de los
diecinueve países más avanzados del planeta: otro puente derrumbado, una
nena de tres años muerta en el baño por el efecto de una bomba de
fragmentación, un convoy de refugiados bombardeado cuando precisamente
trataban de regresar a sus hogares, o mejor dicho a lo que de ellos quedaba,
después de que un ya lejanísimo 24 de marzo empezara el bombardeo de todo
este país, Yugoslavia, y sobre todo de la provincia del sur de Serbia,
Kosovo. Prístina, capital de Kosovo, desde entonces se bombardea sin cesar.
Día y, noche.
Las imágenes de la CNN por fin se han convertido en realidad.
Los refugiados tipo "Wag the Dog" ya no son un instrumento de la campaña
mediática. La campaña mediática es parte integrante de la guerra que se
desata porque, como siempre, unos quieren apoderarse de lo de otros, pero
ahora, a diferencia del pasado - cuando las peleas se llevaban a cabo pecho
a pecho - ahora hay que recurrir al colmo de la mentira para que un
desconocido pueda odiar a otro desconocido en nombre de la consabida buena
intención. Para que esté dispuesto a cubrir los gastos de tanto despliegue
destructor; para que esté dispuesto incluso a que su hijo arriesgue la vida
en un lugar del mapa que apenas con lupa logra ver.
Ahora los refugiados y los desdichados son tanto los albaneses de Kosovo -
cuyo número me temo va siendo aumentado con premeditación por la OTAN, para
que el día de mañana la padecida gente de a pie y sin salida le sirva de
carne de cañón - como también lo son todos los demás habitantes sobre los
que las bombas siguen cayendo. Sobre los pasajeros de un tren, sobre las
maquilladoras y los técnicos de una televisión profesional, sobre la
Maternidad de la cual los recién nacidos tienen que ser evacuados a la
calle, sobre los niños tuberculosos de un hospital de Belgrado que fue
construido por los abuelos de los que ahora lo están destruyendo, a saber,
por los veteranos de la Primera Guerra Mundial, en reconocimiento al heroico
aporte serbio a la victoria contra el agresor, en tanto una amiga mía, que
vive en un séptimo piso enfrente a un puente, lleva ya más de treinta días
descendiendo al sótano al toque de la sirena vespertina.
No bien amanece, ella sube a su departamento, y allí cae en un sueño total a
través del que no oye las sirenas diurnas. De día, me dice ella, de día es
otra cosa. Lo que pasa es que, al cabo de un mes, ya no puedo seguir
poniéndome el mismo uniforme de espeolóloga, porque sólo tengo un buzo, y ni
tengo tiempo de lavarlo como para que esté seco hasta la noche, ni tengo
tiempo de ir a comprarme otro - continúa ella - ya que como tú sabes, en
estas circunstancias cada movimiento requiere horas y horas de
autopersuasión, y su realización toneladas de energía. ¿Cómo ir entonces de
compras?
Esta amiga es cantante de jazz. Como tal, ha participado en los conciertos
por la paz, que a lo largo de este tiempo inmóvil han venido teniendo lugar
en la Plaza de la Libertad. Ha participado en ellos con su magnífica voz,
incluso después de haber estado tragando polvo en su sótano después de una
nueva noche insomne. Incluso cuando de su garganta una vez sólo salió
silencio. Hoy, empero, esta amiga me dijo que de veras no podrá cantar más,
no sólo porque además de no haber dormido en su indumentaria sin secar - en
tanto llovía a la hora de su actuación - : hoy, a tres cuadras de la plaza,
todavía excavaban los cadáveres ocasionados por la precisión cirujana de la
Democracia.
Otra amiga mía vive en Pancevo, a unos veinte kilómetros de la capital. En
Pancevo se aniquilaron las refinerías, la petroquímica y una planta de
fertilizantes.
Cuando finalmente logré llamarla por teléfono, esta amiga mía - mi mejor
amiga de la facultad, la Facultad de Filología - sólo fue repitiendo
palabras que nunca antes y en ninguna parte habíamos aprendido o podido
aprender, todas ellas refiriéndose a productos tóxicos y altamente
cancerógenos. Menos mal, me dijo tosiendo; menos mal que el viento se llevó
la nube por lo alto del Firmamento.
Esa nube, pensé yo, esa nube puede llegar a Italia, pero al embrión
delirante tampoco le imortan mayormente sus aliados no anglosajones, y menos
aún los flamantes miembros de la Alianza, que tanto se esmeran por ceder su
espacio aéreo no obstante la catástrofe ecológica que ellos también están
sufriendo con la mancha que se desplaza por las aguas del Danubio
mancomunado. Mientras yo iba pensando en todo eso: en la campaña contra la
nicotina en EE.UU. y en la belleza del David de Miguel Ángel en Florencia
(mientras incluso llegué a pensar que en el fondo quizá se tratara de un
complot entre la industria del tabaco y la industria farmacéutica, puesto
que los mayores productores del mejor Virginia Blend ya no pueden vender
este producto en su saludable casa, y que aquí los que no fuman el triple de
lo que antes fumaban, recurren ahora a sedativos, tranquilizantes y otras
píldoras; y que, mientras iba pensando, yo seguía tratando de prender el
fósforo raspando el cigarrillo en la cajita, porque el encendedor ya estaba
completamente vacío), mi amiga también repitió: "Correr. Hay que correr en
sentido contrario al viento. En sentido contrario. El viento, Silvia; hay
que correr". El viento, el viento, me repitió más de no sé cuantas veces
durante esa breve llamada telefónica que también duró siglos y siglos. Bopal.
Esta amiga no se pone ropa mojada encima. Se pone una tohalla húmeda sobre
los ojos, y otra impregnada de bicarbonato sobre la boca. Cuando le propuse
que viniera a nuestro tercer piso, relativamente alejado de la contaminación
de Pancevo, ella me contestó, como todos los demás: me quedo donde estoy.
En efecto: ¿A dónde ir con toda la vida de uno? Y así once millones de veces.
Todo un país, y todos sus habitantes - todo un pueblo, que era, como ya
dije, el único que acogía en su seno a todos los demás - : todos estos seres
humanos deberían refugiarse en alguna parte de tantísima acción humanitaria.
Mas, ¿ha dónde ir con la vida?
El destino de cada uno resulta ser una interininable Biblioteca de Alejandría.
Decía Borges que, tal como según en el Budismo toda la sabiduría puede caber
en un caracol, también el Universo podría caber en un libro; y que si este
Libro fuera distinto, también el mundo podría cambiar.
Aparte de caer por encima de todas las vidas humanas, aquí las bombas caen
sobre las huellas de haber vivido, sobre el sentido para la posteridad:
sobre los archivos, los monasterios medievales, las fotos, los recuerdos,
los manuscritos.
Todos somos, pues, una enorme biblioteca en llamas.
Un país entero está convertido en campo de concentración.
Antes en este país no había ni jamás hubo campos de concentración -
exceptuando los construidos durante la Gran Guerra por los invasores, para
colocar allí a la gente de aquí - como nunca ha habido fosas masivas y
limpiezas étnicas. Hay, eso sí, excelentes métodos de tergiversar la verdad,
y hay asimismo elaboradas técnicas de retocar los hechos, como también de
componerlos de modo que sean todo lo contrario de lo que son. Posmodernismo
puro. Infalible lavado de cerebros. Chiclet para el que tiene que pagar los
impuestos.
Si de veras se hubiera anhelado la paz, por el costo de cada misil que
siembra destrucción, se habrían podido construir escuelas para los niños en
Albania, para los pequeños ciudadanos yugoslavos en Kosovo, para los
alumnitos serbios que ahora van a perder el año. Más de un millón de alumnos
ahora no puede ir a la escuela. Centenas de miles de trabajadores se han
quedado sin trabajo. Las bombas han impactado sus fábricas, sus carreteras,
sus huertos. Incluso las guarderías han sido impactadas por las bombas.
Y si de veras se hubiera anhelado la paz, en lugar de terror se habría
facilitado la producción de toda la región, donde la discordia tampoco había
existido, por lo menos hasta que la civilización basada en Rambo no la
exportara junto con la bebida refrescante a crédito. Esa civilización se
basa en el mito a la estúpida violencia, supongo que para contrarrestar la
estupidez de esa vida completamente achatada. "Box-life". Expertos sin par
que no saben pensar ni saben para qué les serviría eso, eso de reflexionar.
Por lo demás, Divide et impera.
As simple as that.
En tales circunstancias, también hay defensa de fronteras territoriales, tal
como EE.UU. defiende Texas, por ejemplo. Para no hablar de los demás
integrantes de su mano derecha, de su diestra Organización Atlántico Norte:
cada uno de sus miembros tiene mayores o menores inconvenientes con el
separatismo.
"Separatistas del mundo entero, uníos", puede leerse en una pared de
Belgrado aún no derrumbada.
Belgrado debe estar en plena primavera. El verde lo llevamos en la cara. Las
ventanas están sucias.
En los vidrios de esas ventanas hemos pegado cinta adhesiva. Para que cuando
estallen no queden mutilados ni los que están en su dormitorio, ni los que
andan por la vereda. Tal como ocurrió en Rakovica, un barrio de esta ciudad.
Antes de que hace ya más de un mes empezara este bombardeo pacificador, en
broma decíamos a ver si nos bombardean de una buena vez, que sino, tendremos
que lavar las ventanas. Entonces ya sabíamos que no sólo las ventanas
estaban más que sucias.
De todas maneras, no nos podíamos imaginar que llegara a violarse la
Constitución Universal, esto es, la Carta de las Naciones Unidas. Que la
Organización Mundial en el fondo no fuera otra cosa que un paquete de dolce
farniente; que el Derecho Internacional tanibién se viniera abajo.
La lista de infracciones en este sentido sería muy extensa, empezando por el
chantaje que trató de hacerse en unas negociaciones múltiplemente
hipócritas, a pesar de que es sabido que no está permitido ejercer coerción
alguna para que un país firme un acuerdo o tratado en perjuicio de sus
propios intereses (Rambouillet), y terminando por los proyectiles lanzados
contra la morada del presidente de un país soberano, que por menor gracia
que me haga dicho presidente, tenía entendido que como tal gozaba de una
cierta inmunidad. Qué le vamos a hacer: ¡creía en el juego limpio! Creía,
como todos los demás de buena fe; como los que del otro lado se tragan las
desventuras de las albanesas violadas, escandalizándose tal como yo me
escandalizaría si fueran verdad, y tal como me escandalizo ante una falsedad
tal.
Baste entonces con subrayar que se trata de un capítulo sin precedentes en
la historia de las relaciones presuntamente arregladas entre los humanos.
Soy Cat People y soy Dog People, y quiero a todos los animales, sobre todo a
los caballos. Pero por ahí uno de mis perros callejeros alcanza a uno de los
gatos del terreno baldío al doblar la esquina. Si no lo atrapa y no lo
devora, el gato se pone a acechar las palomas a las que una ancianita
alimenta tal como yo doy de comer tanto a gatos como a perros.
Empero, las palomas también tienen que comer. También tienen que comer algo,
o comerse a alguien; a algún otro ser viviente. La hierba también tiene su
vida. Lo mismo que las piedras, las olas del mar, un claro de luna.
A los gusanos los nutrimos mutuamente. Los hombres, además de matarnos entre
sí, somos los únicos que, dentro de la ley del más fuerte, para colmo
tenemos cine mentirnos. En la mentira estriba la diferencia. En la
monstruosidad del humano.
Las bombas entretanto siguen cayendo.
En estos instantes, de nuevo la sirena.
Mas, como venía diciendo, por teléfono todavía sigo visitando a los amigos.
La amistad es el verdadero Libro Fulgural. Así, una tercera amiga me expuso
esta mañana las ventajas del hotmail para quien viaja frecuentemente, las
dos encerraditas detrás de las persianas, y ella siguió hablando
obsesionadamente de la electrónica. Una cuarta amiga me aclaró, obsesionada,
la estratagema entre el Vaticano y los masones. Una quinta mencionó a los
Templarios, que hace exactamente un milenio también se empecinaron en cruzar
estas tierras, añadiendo que solo sería cuestión de dejar pasar a los que
tienen tanto apuro por seguir adelante, y en todo caso cobrarles el peaje o
la visa. Una sexta, séptima o décima, me desarrolló con todo lujo de
detalles su concreta situación financiera.
Gracias a lo aturdida que yo también estoy, todavía puedo hacer de oído a
estas historias personales que, como Ortega y Gasset coincidentemente
observara con respecto a los desplazamientos humanos en esta parte del
mundo, constituyen demasiada Historia como para poder ser absorbida; hago de
oído, pero ni oigo esas historias, ni me oigo a mí misma al hablar, ya ni
siquiera de mis animalitos, sino del perfume de las flores.
El perfume, las flores: una obsesión más, ahora que en plena radiancia
primaveral tenemos que permanecer en la penumbra incluso donde todavía haya
luz eléctrica, como que tenemos las persianas bajadas.
Por supuesto, no por miedo, sino porque cuando se rompen los vidrios, no
querríamos que alguien se lastimara.
Ni siquiera los que hasta la fecha ya nos han echado encima y por dentro el
equivalente de nueve Hiroshimas: si mañana alguno de ellos viniera como hace
más o menos un año vino Vargas Llosa, también a él lo llevaríamos a cenar al
restaurante Reka. También al desertor de Vietnam, que tan simpático se nos
hacía cuando creíamos que era aficionado a la música, aunque ese Pantaleón
nunca estuvo por aquí ni nos conoce. E incluso a su Secretaria de Estado,
que en cambio sí conoció a los serbios, los cuales durante la Segunda Guerra
Mundial la salvaron de las persecuciones a las que ella se vio expuesta de
niña, cuando su padre estaba en misión diplomática por aquí. Parece que
cuando se salvó de la SS, tampoco los serbios la tocaron. De ahí su despecho.
Dicen incluso que esta guerra estalló porque un buen día, previo a la
primavera septentrional, la Sra. Albright irrumpió en el Pentágono y
preguntó: "Muchachos, ¿hacernos el amor o la guerra?"
Y dicen que todos los señores presentes contestaron unánimamente: "¡La guerra!"
Más que de guerra, aquí se trata de un ataque unilateral, pero esto es lo
que dicen algunos belgradenses que conocieron a esa señora cuando ella
estaba en flor.
Belgrado y sus ciudadanos ahora están verdes.
Mis paseos ahora se reducen al círculo de los hospitales vecinos: junto a
ellos siempre y en todas partes hay árboles.
Estos hospitales son ahora para mí la ventanita de Ana Frank en Amsterdam.
Otros cociudadanos ya están adentro del hospital. Adentro también están los
heridos que llegan de otras partes. De Kosovo, de donde un niño de cinco
años estuvo siendo reanimado. Hasta que el último proyectil celestial
convirtiera el verde virtual en negro irreversible. En la Academia Médica
Militar, probablemente por lo problemático de esta última palabra.
Como cuando en alguna otra parte de este mundo cada vez más interrelacionado
y también desproporcionado; cuando no hace tanto tiempo en nuestra realidad
conjunta se quemaban las novelas de Stendhal, porque una de ellas se titula
"El rojo el negro": los analfabetas en poder de las estaciones del año
debieron sentirse apeligrados con tanto calor al rojo.
Verde, que te quiero ver.
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