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Introducción

En el extenso territorio que ocupó la cultura maya, entre el 2 000 a. C. y, aproximadamente, el 150 d. C., se desarrolla una secuencia cultural que va desde la formación de asentamientos humanos con desarrollo agrícola, en aquellos lugares en que abundaban los animales silvestres y las plantas alimenticias, los suelos fértiles y fácilmente laborables, hasta el surgimiento de grupos alejados de la producción de alimentos, como los sacerdotes, quienes se vinculan con los poderes sagrados. En algunas localidades aparecen las primeras chozas sobre plataformas como recintos especiales para efectuar ceremonias. Hacia los últimos años de este periodo se levantan los primeros muros de mampostería, como en Tikal y Uaxactún, floreciendo posteriormente los grandes centros ceremoniales.
Algunos expertos consideran que la causa del desarrollo de las comunidades aldeanas fue un mejoramiento importante en la productividad del maíz, tal vez por el cruce de un híbrido de primera generación con uno de sus descendientes: el vigoroso teosinte, quizá siendo este desarrollo paralelo al conocido en Tehuacán, Puebla. Sea como fuere, se hallaban esparcidas en toda esa tierra aldeas formadas por casas de techo de paja, en nada distintas a las construidas ahora por los campesinos mayas.

Los rasgos más importantes desarrollados en los últimos siglos de este periodo son la existencia de un calendario muy complicado; la escritura; la construcción de templos-pirámides y palacios de piedra caliza con cámaras abovedadas; los planos arquitectónicos que hacían hincapié en edificios dispuestos en torno de plazas con filas de estelas de piedra alineadas frente a algunos de esos edificios;
cerámica policroma y un estilo artístico muy refinado, que se expresaba en bajorrelieves y pinturas murales.


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