Durante el Reino Medio, los monarcas de las Dinastías XII y XIII reinician la construcción de pirámides después del lapso del Primer Periodo Intermedio.
Sólo en esta época se sigue utilizando la forma piramidal como
elemento distintivo del complejo funerario de los nobles o de los artesanos de
Deir el Medina. Habrán de pasar 800 años para que otro rey vuelva a utilizar
la forma piramidal como lugar de enterramiento y esta vez no será en Egipto,
sino en los antiguos reinos de Nubia, donde curiosamente el número de estos
edificios, es el doble que en Egipto, siendo los yacimientos más importantes
las necrópolis de Kurru, Nuri, Gebel Barkal o Meroe. Evidentemente, ni la antigüedad,
ni la importancia ni la grandiosidad de los primeros se puede comparar con los
segundos.
Es bajo las Dinastías XXV (770-657 a.C.) cuando los soberanos de la antigua Nubia, una vez tomando el control de todo el país del Nilo, decidieron construir sus tumbas imitando a la de los grandes reyes del pasado. En este caso, las pirámides eran enteramente de piedra, pero su aspecto estilizado estaba más cerca de las pirámides privadas del Imperio Nuevo que de las reales del Impero Antiguo. Estas pirámides podían alcanzar hasta 30 m de altura y cuentan con una capilla exterior adosada al lado este; la entrada se realiza mediante una rampa con escaleras subterráneas en la misma orientación de la capilla, que conduce a una cámara funeraria ubicada bajo la pirámide (a veces bajo la capilla). En esta época ya han desaparecido los demás elementos que formaban el complejo funerario y a lo más constan de un muro que delimita el recinto.
La vida de las pirámides como lugar de enterramiento real
finalizó definitivamente con la desaparición del reino meroítico (300 a.C.
– 350 d.C.), tras cerca de 2000 años de existencia. Durante este larguísimo
período, los egipcios dotaron a sus reyes de un espectacular lugar de reposo
para la eternidad, y al mismo tiempo de un símbolo eterno de su poder, mientras
el resto de la población seguía viviendo a la sombra de estos imponentes
monumentos que continuamente les recordaban la grandeza de sus monarcas.