Todo nuevo; todo eterno. Ya nada como antes, salvo lo de siempre.
El paisaje.
Desde mi ventana ya no veo ahí al fondo la Torre de Televisión. El Monte de
Avala ya no indica que estamos llegando a la Ciudad Blanca.
Esta ciudad se ha quedado, entre otras cosas, sin su símbolo. Mi ventana se
ha quedado sin paisaje.
Lo de siempre: pocos se dan cuenta que más allá de los cambios visibles y de
las políticas cotidianas, que más allá de la politiquería y de la
informática, esta vez ha vuelto a ocurrir un hecho sin precedentes, un
precedente invisible independientemente de una torre o de un símblo...
Como siempre, esta vez volvimos a acceder a un nuevo capítulo sin notar que
para ello tuvimos que borrar - como siempre - montes, símbolos y todas las
páginas anteriores de la Historia. En el fondo nadie notó que ahora
estábamos accediendo a mares muertos del futuro completo. La era de la
existencia sin esencia: la globalización.
Digamos empero que la mayoría hemos logrado s o b r e v i v i r. Logramos
sobrevivirnos, de vez en cuando.
Incluso sin paisajes amigos.
Lo que sentimos por aquí mientras se modificaban geografías cercanas no se
puede reproducir, por suerte. Además, nadie lo entendería, por más que uno
tratara de describir instante tras instante. Tampoco yo lo entiendo. No
entiendo montes decapitados, cinismos indecibles, nuevos órdenes y otros
etcéteras.
Nadie lo entiende; nadie se ha dado cuenta de que, de nuevo, está pasando lo
de siempre. Pero que cada vez es peor, de tanta Geometría desequilibrada en
nombre del Progreso uniformado, en este caso concreto: como siempre. Y como
nunca hasta ahora.
Ahora: ciudades, paisajes y precedentes a la deriva de un ajedrecista que no
se da cuenta de que el mundo es un tablero, pero de que en realidad no sabe
jugar. Ese ajedrecista es demasiado Terminator como para respetar las finas
reglas de la inteligencia; como para darse cuenta de la gente de verdad.
Los demás tampoco se dan cuenta de que podrían ser gentes, y de que por ende
están en peligro arbitrario de no poder ser. Nada. Ni siquiera peones.
Y amigos.
Belgrado, Ciudad de Nuevos Amigos.
De desconocidos que me han venido transmitiendo ondas o vibraciones de
amistad; de intentos de comprender lo incomprensible. Digo: lo de siempre.
También deseo decir lo nuevo, algo como amigos desconocidos en lugar de
torres derrumbadas.
Amigos: en cuanto a ellos, deseo asimismo decir que noto, a través de estas
realidades limítrofes, que en América Latina mis mensajes han sido captados
sin mayor dificultad, acaso por la experiencia propia de más de setecientas
intervenciones armadas del Tío Sam sólo en lo que va del término de la
Segunda Guerra Mundial. Las respuestas provenientes de los países miembros
de la OTAN no una vez han resultado reticentes ante mis testimonios
disonantes. No pocos incluso se preguntaron y me preguntaron si yo era real,
la mayoría, empero, me lo preguntó con la mejor intención, y con el deseo
íntimo de que lo fuera.
Noto asimismo que los varones concentran sus mensajes en los hijos. Ellos me
escriben de los hijos; luego también de sus esposas.
Las esposas, mamás o hembras, ante todo me escriben acerca de sus propios
planes; las mujeres hablan de sus inquietudes, de sus desencuentros, del
reconocimiento de su ser en el eco de mi voz; ellas me hablan como
profesión, como vocación y como perseverancia.
Ellas me infunden admiración y me estimulan. Los papás me enternecen. Ellos
primero me presentan su cría. Luego me hablan de su madre. De la madre de
sus vástagos, o de la suya, propia y táctica, por supuesto.
¡Tanto cariño!
Cada uno a su manera, y todos tan indefensos entre humanos. Todos nosotros,
los que sabemos sólo de amor y de ilusiones.
Paisajes inauditos. Y dentro de ellos, deseo saludar a un ser del Cono Sur;
a un paisaje que me habló de su bebita chilena; de lo que esa bebona algún
día vería, cuando abra los ojos.
Deseo saludar a ese papá que busca nuestra respuesta en su mirada.
Que la encuentre en la ternura, mi renovado paisaje.
La Ciudad son los amigos. Gracias por cada ladrillo: gracias a cada uno y a
todos: gracias por los puentes de sensatez y sinceridad. Y gracias a esa
beba, en cuya mirada su papi buscó alguna respuesta.
Esa mirada es mi quinto y último texto.
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