Julio Llinás   

La kermesse celeste (2000)

 

 

La kermesse celeste

 

 

¡Qué solo estás

futuro muerto,

y qué desierto está

tu corazón!

Tal vez hubiera sido

prudente tu alabanza

de la kermesse celeste

y del rebenque

de Abraham.

Tu adoración

de las ranas y los tucos

en la gran noche del agua

bajo el reproche solar.

Pero ya es tarde para eso,

futuro muerto crecido

en el reino de los pastos,

jinete sin montura,

palafrenero de Dios.

¡Es tarde ya para eso

o todavía no?

 

 

 

Hubo un país

 

 

Un tiempo hubo en que

las bestias

sudaban bajo cielos

cegados por el polvo

azul de las guitarras

y el polvo grana

de los domadores,

mientras la luna bizqueaba

en pleno día, ¿o era una

noche dispersa en la mañana?

Un tiempo hubo

en que la espuela

velaba con los grillos

bajo el alero del mar

de verdes canas.

De esa manera jadeaban

las muchachas hincadas

frente a las braguetas

de un país de compadritos,

de finos cuchilleros,

de apostadores de taba

y gordos hacendados,

un país de potros dibujados

en el viento,

¿o era tan sólo una balada

marrullera,

un pecho herido entre los mapas

de los gallos,

una promesa incumplida

por los héroes

y sus mandobles de pavor?

Hubo un país de carne y sangre

ventiladas

entre cañadas y lagunas,

entre mujeres de piernas

separadas

y algún varón varado

en sus arenas;

hubo también tanta vergüenza,

tanta miseria y horror,

tanta traición y cobardía,

que ni sus hijos existen

verdaderamente

con sus cobijas rapiñadas

a la muerte,

con sus narices de orgullo

y sus caretas de honor.

 

 

 

El bienaventurado

 

 

Tras esperar que el Tiempo

se fatigue

de aniquilar los fantasmas

de cosas que no han sido,

en las alforjas flacas

del bienaventurado,

sólo un mendrugo de pan

marca el camino.

Tras consumir la esperanza

como un vino añejo,

salobres aguas son la vida

para el hombre viejo

que canta lo perdido

y añora lo ganado.

 

 

 

La casa

 

 

En esta casa en que vivo,

la zozobra

me asalta de perderla.

Ella es mi madre de ladrillos

y recuerdos,

mi continente ganado

a la miseria.

Nada importante

ha sucedido entre

sus muros.

¿Ha de quitarme el mundo

lo que no me ha dado?

(Tengo más miedo

de perder la casa

que de perder la vida).

 

 

 

Mercado

 

 

Ibamos al mercado

a contemplar los puestos

esparcidos

como las islas griegas.

Ella compraba verduras

relucientes

con su rabioso dinero

y sus maneras de señora.

Los comerciantes

nos miraban

como a grandes

doctores de la vida.

Ella escogía y compraba

y yo la contemplaba:

dulces zapallos dorados,

lustrosas berenjenas,

acelga verde y jugosa.

A veces volvemos

al mercado

a averiguar si nos amamos

un día, una noche, o tal vez

nunca.

A veces volvemos al mercado

y no compramos nada

y nada nos decimos.

Tan sólo contemplamos

los puestos esparcidos

como las islas griegas.

 

 

 

Alta edad

 

Estoy volando en brazos

de los campos leves,

contemplando mis perros,

mis ríos, mis caballos.

Sabré salir de aquí

rumbo a la nada,

tranqueando en mi gateado

bajo las estrellas,

pensando en mis difuntas

deliciosas,

y acaso con alguna

de ellas, enancada.

 

 

 

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