Julio Llinás   

Sombrero de Perro (1999)

 

 

Sombrero de perro

 

No hemos tenido suerte,

amigo mío,

aunque haya quienes digan

que siempre la tuvimos.

Cuando miramos hacia atrás

y recordamos las calles

de ese París que se ha ido

con nosotros,

no sabemos ya qué hemos tenido,

no sabemos siquiera

si hemos tenido alguna cosa

o si todo ha sido solamente

nuestro disfraz de saltimbanqui,

nuestro sombrero de perro

y nuestras ganas de vivir.

Algo sabemos sin embargo

de los fulgores del mundo:

no nos va bien la bufanda

de seda pelirroja

de los directores de asuntos,

no nos convienen

los parajes idílicos,

las mansiones augustas,

las torpes limosinas.

No estamos ya para esa farsa,

viejo perro.

Hemos querido cantar

y sólo hemos gritado.

(¡Cuánto mejor hubiera sido

ser un oso que baila!)

Hemos enfrentado a Dios

y él ha escapado

brincando por los bosques.

Hemos querido mostrarnos

y nadie nos ha visto.

Hemos querido ser grandes

y sólo fuimos los mismos,

los de siempre.

Acaso hayamos tenido,

únicamente,

la delicada suerte

de no haber sido nadie

ni nada.

 

 

La alondra

 

El niño rompe sus juguetes

en busca de la alondra.

la oveja con ruedas,

el caballo de lechero,

el oso negro de la tía Blanca,

el tíovivo con música,

la locomotora alemana

y hasta el fonógrafo infantil

con aquella marcha espantosa

norteamericana.

Lo rompes todo,

le dice su padre.

Todo lo rompes,

le dice su madre.

Busco la alondra,

dice el niño.

Y, claro está, pasa el tiempo.

Y el niño, que ya está crecido,

busca la alondra en los campos,

en las bestias, en los libros,

en las mujeres.

Y todo lo destruye

en busca de la alondra.

Se ha convertido

en un hombre rodeado

de juguetes rotos,

de libros inútiles,

de mujeres destrozadas.

Hasta que llega el momento

en que se hace viejo

y camina por las calles,

distraídamente,

buscando siempre la alondra.

Pero una tarde, empuña

su bello Colt 38

y se pega un tiro.

Entonces,

de su cabeza ensangrentada

sale volando la alondra.

Es lástima que no haya

nadie para verlo.

 

 

Miseria de la poesía

 

Vengan a ver, señoras y señores,

vengan a ver a esta mujer desnuda

de todas las edades,

las razas, las condiciones morales,

las éticas posibles,

esta mujer deshonrada

por las lenguas babosas de los hombres

que intentan engendrarse en ella,

por sus alientos malvados,

sus tonterías pestilentes,

por sus abusos de horteras sin historia,

ni muertes, ni catástrofes, ni oleadas de dolor,

ni amores lacerantes,

esta mujer sin ojos, sin labios, sin pestañas,

vapuleada por gazmoños

de manos blanquecinas

y visitada en su palacio de rameras

por los tramposos de los bares,

a cada rato invocada en capitolios,

en transmisiones de cenizas,

invocada por esbirros y maricas,

por grandes bobas obesas,

por locas desgreñadas,

por viejas damas perfumadas

hasta el vómito,

sin un centavo,

ni una moneda de cobre

para vestir su desnudez de hetaira,

limpiar su costra de mendiga

de todas las edades

y condiciones de espíritu

y colores.

Vengan a ver a la imposible,

a la inalcanzable,

a la magnífica reina traicionada,

a la que es dueña de la libertad,

pasen el dedo tembloroso

por su collar de trapos,

por su traílla de mono

y por su ardiente sexo

de pimienta y furia,

pasen la mano por su vientre

preñado por los siglos

y por algunas grandes almas,

pasen los ojos por su desnudez,

y la mirada detengan,

detengan los latidos

y tiemblen de vergüenza

por lo que han hecho con ella,

con la desnuda hembra de Dios.

 

 

Cholo Vallejo

 

Si el mundo fuera cuerdo,

si lo fuera –digo, es un decir-

acaso yo sabría, después de tantos años,

de tantos accidentes, catástrofes, combates,

humillaciones, navajazos, intoxicaciones,

pánicos, muertes, esperanzas,

caídas de caballos, de dientes, de cabellos,

y esa legión de oscuridades,

si el mundo fuera, entonces, cuerdo,

-digo, es un decir-

tal vez acaso yo sabría

por qué me ha condenado la letra

en que nació la pena

a estar aquí de pie, a solas con la vida.

 

 

 

Risas

 

Hoy he tenido una visión

muy natural,

una visión naturalista:

he visto a mi hijo muerto

en el supremo sur,

mezclado con el humus

fragante

de los bosques.

Algo jocoso

ha de haber dicho

alguno de nosotros

ya que reíamos los dos

a carcajadas

como solíamos hacerlo

cuando estábamos vivos.

Nuestros dos esqueletos

reían asimismo,

con esa risa terca

de las calaveras.

 

 

 

Equipaje

Me llevaré solamente

mis costumbres.

Esto prometo al juez de paz

del país celeste:

allí donde me encuentre

la partida

me entregaré mansamente,

no echaré mano

al cuchillo

ni pelearé con el ángel.

Me llevaré algunas miradas,

los animales de siempre,

un fresco amanecer, un cerro

muy azul,

ciertas palabras susurradas,

el canto de las ranas bajo

las estrellas,

el arrebol de una tarde,

mis espuelas.

 

 

 

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