Las aguas dulces que podemos aprovechar son superficiales, como los ríos y lagos, y subterráneas, conocidas como acuíferos. También se puede recoger el agua de lluvia y almacenarla en los aljibes, pero en nuestra zona, aunque se han construido aljibes desde tiempos remotos, la lluvia es tan escasa e irregular que su aprovechamiento directo es muy difícil.
El clima mediterráneo es así, en general seco y con las escasas lluvias concentradas en dos periodos: uno principal en otoño y otro en primavera. Además, durante el periodo de otoño suele llover en forma de tormentas, muchas veces generosas en agua pero demasiado rápidas para que se pueda retener y disponer después de ella.
Afortunadamente, la naturaleza nos permite disponer de agua todo el año. Parte de la lluvia queda retenida en los suelos y es liberada después, lentamente, a través de los ríos y acuíferos. Para disponer de agua en los periodos secos hemos de cuidar tanto que el agua sea bien almacenada por el suelo como de la salud de los ríos y acuíferos.
La vegetación cumple un papel fundamental en estos aspectos. Cuando llueve sobre suelos desnudos el agua corre velozmente por su superficie, llena los cauces rápidamente, acrecentando el peligro de inundaciones, y la mayor parte acaba en poco tiempo en el mar. Sin embargo, cuando el suelo está cubierto de vegetación, sean bosques, matorral o prados, el agua es frenada por las propias plantas, que hacen de barreras, dando tiempo a que el suelo absorba buena parte de la lluvia, se empape, y se enriquezcan los acuíferos.
Después debemos cuidar los ríos y los acuíferos, evitando su contaminación y el consumo excesivo de agua, para garantizar que sigamos disponiendo de agua dulce en los periodos secos.
Los ríos son mucho más que simples canales por los que el agua se transporta de un lugar a otro. Son complejos ecosistemas en los que la interacción de los diferentes elementos que los integran conforman un formidable patrimonio natural.
En ocasiones escuchamos que el agua que no se utiliza se 'pierde en el mar', cuando el desagüe natural de los ríos tiene una gran importancia tanto para la conservación de ciertos ecosistemas naturales como para muchas actividades humanas. El agua de los ríos en sus desembocaduras contribuye, en muchos casos, a la recarga de los acuíferos subterráneos, mejorando así estas importantes reservas. También influye en el clima, especialmente en el régimen de precipitaciones. En su discurrir por la tierra, el agua arrastra elementos que después son vitales en la costa. De estos sedimentos depende por ejemplo la conservación de los deltas o la regeneración natural de las playas. El delta del Ebro, con sus extensiones de arrozal y su gran valor para las aves, se está hundiendo. Muchas playas se han de regenerar ahora de forma artificial, con un gran coste económico y ambiental, para mantener su valor turístico o, incluso, evitar que el mar alcance poblaciones o infraestructuras.

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